Djokovic apaga a Federer
El serbio gana 6-4, 6-7 y 6-2 en su debut al suizo, tan irregular como brillante, y mantiene viva la lucha por el número uno
Suenan los cencerros suizos. El público abraza a Roger Federer, le eleva y le disfruta, gritándole que es su héroe. En su debut en la Copa de Maestros, contra Novak Djokovic, el genio concentra en 2h 22m las razones que le han llevado del número tres al número siete en 2013: firma un tie-break sublime, con una volea para las videotecas más exigentes, e inmediatamente después de ese épico desempate, que le lleva en volandas a la tercera manga, cede su saque. En consecuencia, el triunfo (6-4, 6-7 y 6-2) es de Nole. Federer es hoy un genio que a veces se adormece en su taller, un artesano capaz de producir las joyas más hermosas hasta que el calor que desprende la fragua sobre la que trabaja le obliga a tomarse un respiro. A los 32 años, ahora se enfrentará a Richard Gasquet y luego a Juan Martín del Potro sabiendo una cosa: no le gana un set final a los cuatro magníficos desde 2010 (seis derrotas seguidas en esas circunstancias).
Federer es hoy un genio que a veces se adormece en su taller
Con las fuerzas de los dos rivales intactas, el inicio es parejo. Con 4-4, Federer desaprovecha bola de break. La pierde según sus propios términos, arriesgando una derecha para no ser dominado, dispuesto a decidir su destino. Ese golpe es el que le abandona en los momentos decisivos. Al siguiente juego, Djokovic se procura dos bolas de break. Descontada la primera, Federer entrega la segunda con otro error de su drive. Ese tiro, que fuera el más temido del circuito, acaba por diluir la solida propuesta del suizo. Por momentos, Federer da señales de una vitalidad impensable hace unas semanas. Protegido por el techo que le vio nacer como tenista profesional, el suizo parece prolongar en Londres las buenas señales que ya dejó en París: con el sello de su juego intacto (el timing y la coordinación ojo-mano), el número siete mundial tiene más piernas que en los últimos meses para llegar en buenas posiciones a los golpes que le exigen en el lado del revés, y se puede apoyar en momentos importantes en el saque.
Solo de Federer, un genio, se puede esperar el imposible de cubrir la larga distancia que separa el mal juego del bueno con un chasquido de dedos. El campeón de 17 grandes, seis veces coronado en el torneo final de temporada, aprieta a Nole en el principio del encuentro, y no le pierde la cara al partido cuando este se inclina. A mediados del segundo set, tiene uno de esos silenciosos ataques de épica que rodearon de estruendo una carrera llena de brillos. Perdida la primera manga, Federer coge el partido por la pechera y se lo lleva a bailar un tango apasionado.
Nole sabe que el suizo solo parece estar para batallas. Que le falta continuidad
Se suceden sus chispazos. Sus tiros embrujados. Eso obliga a Djokovic a volver a dejar pistas de su buen momento. A estas alturas de la temporada el serbio ya no tiene una solidez excepcional, pero sigue desplazándose con la ligereza del viento. Sobrado de piernas y de instinto, casi no hay punto que sume Federer con un ganador limpio, porque en la mayoría toca la pelota con su raqueta el serbio, aunque sea por un milímetro, intentando darle vida a lo que ya está muerto. Con su plástico esfuerzo, transmite un mensaje. Ni tregua ni rendición. La única posibilidad es la guerra, dice Nole, sabiendo que hoy Federer solo parece estar para batallas. Que le falta continuidad.
Ocurre en la segunda manga. El suizo rompe y pierde el saque. De nuevo Federer rompe, vociferante la grada, rugiente el gentío. Es Federer sacando para llevarse el partido al tercer parcial, Federer con punto de set, Federer que no completa su obra y cede el servicio de nuevo. El marcador retrata un 6-4 y 5-5 al que Djokovic llega con el espíritu ligero del que ha sobrevivido a un infierno y Federer con el corazón pesado y el temor del que recién conoce las llamas. Se da por seguro que en los momentos clave Federer se quema. Que ya es irremediable que su raqueta, que era la que antes causaba los incendios, arda ahora presa de los errores. No es así en Londres. El suizo sella un tie-break antológico y se lleva el encuentro a la tercera manga.
Ahí cede inmediatamente el servicio, el resumen de la inestabilidad que preside hoy sus ejercicios, de lo poco fiable que es sobre la cancha. Mezclando brillos y borrones, pierde. El formato de la Copa de Maestros le permite seguir vivo. Tiene dos partidos por delante, frente a Gasquet y Del Potro, que pueden ser fundamentales para su futuro. Finalista en 2012, el ganador de 17 grandes necesita ganar partidos, y no acabar hipotecando el futuro por no defender los puntos que logró en Londres en el pasado. Una aventura a la altura del legendario Federer.
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