Cristiano agotó el partido recorriendo todos los planos del campo, como en un laberinto, pisando cada palmo de pasto mojado, con la esperanza humilde de que alguno de sus compañeros le arrimase una pelota con ventaja. La defensa del Atlético no le dio ni un centímetro. Juanfran, Arda, Koke, Miranda, Tiago… Todos tuvieron ocasión atarle en su tránsito amargo. Sin espacios, y sin un pasador que interprete sus movimientos, los goleadores pierden su poder. CR llevaba nueve goles en nueve derbis pero ayer se quedó seco. Le faltó Özil. Le faltó Kaká. Le faltó Higuaín. La mayoría de sus viejos socios han sido traspasados. Quedó otro equipo plagado de caras nuevas que no le conocen lo suficiente.
Cristiano procuró resolver su drama por el cauce estrictamente deportivo. Fue de los pocos que mantuvo la calma en medio de la histeria. Arbeloa metiéndole el codo en la sien a Villa, Di María fingiendo agresiones, o Diego López propinando una patadita a Costa, en busca de una reacción que desencadenara la expulsión del rival, cuando declinaba la primera parte, resumieron en gestos desesperados la impotencia del Madrid. El equipo local, la mayor potencia económica del mundo del fútbol y, probablemente, la mejor plantilla de Europa, se había quedado sin argumentos. Sus jugadores no tardaron ni cinco minutos en descubrir su frustración. Después del 0-1 comenzaron a buscar la complicidad de Mateu Lahoz como náufragos hacia el madero en altamar.
El balance rematador de Cristiano no fue esta vez suficiente. Tiró cinco veces, pero solo una encontró los tres palos, y cuatro se fueron fuera
El gol de Diego Costa exhibió el descuido colectivo en el que incurrió el Madrid. No se había partido el equipo, como tantas veces. No hubo superioridad numérica. Hubo un apagón general de concentración. Costa se escoró a la izquierda para iniciar el desmarque y burló a Arbeloa y Pepe. En solitario, frente a una línea defensiva superpoblada de madridistas sin nadie a quien marcar. Estaban Khedira, Di María e Illarra dentro del área o en las inmediaciones. Costa les metió el gol después de vencer a López en el mano a mano.
Dicen quienes conviven en el vestuario del Madrid que el malestar es de origen incierto, pero que desde hace unas semanas se ha extendido una sensación de desasosiego. ¿Es la sospecha de que Ancelotti es un agente intermediario de una instancia superior? ¿Es la sensación de que ya no pintan nada porque trabajan en un orden donde los méritos deportivos no son suficientes? ¿Es el vacío, la tierra calcinada dejada por la retirada de Mourinho?
Los jugadores conjeturan pero no dan con una respuesta definitiva. Pero el fútbol no es solo técnica, táctica e inversiones en el mercado de fichajes. Hay un componente espiritual inefable. Algo que también se relaciona con el buen juego, una quimera que parece lejana en la imaginación de estos futbolistas. Todos combaten, todos sufren, casi ninguno disfruta. No se sienten importantes ni cómodos. Padecieron contra el Granada, contra el Getafe, contra el Elche, y contra el Betis. Frente al Atlético, cayeron.
El balance rematador de Cristiano no fue esta vez suficiente. Tiró cinco veces, pero solo una encontró los tres palos, y cuatro se fueron fuera. Perdió 19 balones.
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