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desde mi sillón
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un día aguado

Valverde ataca en medio de la lluvia de la decimonovena etapa.
Valverde ataca en medio de la lluvia de la decimonovena etapa.JOEL SAGET (AFP)

Llevábamos un Tour de tal intensidad, prometía tanto la etapa de Le Grand-Bornard, con esas dos ascensiones hors category en su parte inicial, con ese terreno tan quebrado en su segunda mitad, con esos más de 200 kilómetros abiertos a las emboscadas y al juego táctico, que cuando comenzaron a oscurecerse las imágenes en la subida a Col de la Croix Fry, último escalón a superar antes de la última bajada del día, y apareció por fin la anunciada lluvia, el día se nos aguó. En las dos acepciones del término, no sólo en la que se refiere a la caída del líquido elemento.

Se aguó la fiesta, es decir, se anestesió la batalla. La intensidad de la etapa se interrumpió con el agua, y tal y como dijeron los protagonistas de la lucha por la general en sus posteriores declaraciones, a los planes previstos se les introdujo un elemento bloqueador: no. “No se ha podido romper ni en la subida ni en la bajada”, dijo Purito. “Fue un día complicado, no se ha podido romper”, repetía Contador. “No tuvimos ocasión para atacar, a pesar de que mandamos a Valverde por delante. No pudimos intentar como queríamos”, abundó Quintana.

Llegó la lluvia y, como el agua destilada que reduce el grado de concentración de alcohol de un licor, con ella llegó el conservadurismo. Todos menos Froome tenían algo que ganar, pero también algo que perder, y ahí salió a relucir el espíritu que siempre reina en las terceras semanas de las Grandes Vueltas, ese que dice que en las dos primeras se consiguen las cosas, y en la tercera se afianzan. En este Tour no estaba siendo así hasta ahora, en gran parte debido al diseño del recorrido; pero ayer, en el que prometía ser el día más intenso de los Alpes, eso es lo que ocurrió.

Por delante la etapa era cosa de los valientes fugados desde el Glandon. Primero fue Hesjedal quién gastó las balas, acompañado de un voluntarioso Mikel Nieve, que se vuelve a quedar sin premio gordo a pesar de su generoso esfuerzo —al menos ahora es tercero en la montaña—; más tarde fue Rolland el que fue a por la etapa y a por el liderato de la montaña —se quedó a un punto de Froome—, y al final fue Rui Costa quién volvió a ganar de nuevo tal y como hizo en Gap, sabiendo economizar al máximo en la fuga gracias al trabajo de Rojas y Plaza, y soltando la estocada mortal en lo más duro del puerto final.

Por detrás, el equipo de Contador le hacía el trabajo al Sky defendiendo el liderato de la clasificación por equipos, amenazado en la fuga por el Radioshack. En las rampas del último puerto, Valverde se marchó por delante anunciando un ataque de Quintana que nunca llegó. Y en la última rampa, fue Purito el que lo intentó tímidamente, con más intención de encarar la bajada en una posición cómoda que de amenazar al líder.

Al margen de Rui Costa, el más feliz en la línea de meta era Chris Froome. Un día menos —y vaya día—, y ahora a tan sólo 125 kilómetros de ganar el Tour: “Estar aquí a un día de distancia de París, con más de 5 minutos sobre el segundo es realmente una buena posición, pero no quiero ser demasiado complaciente en absoluto”. Hace bien en ser cauto, sabe que el día será corto pero intenso, eso seguro. Es la última oportunidad, y nada indica que vuelva a ser un día aguado. O eso al menos es lo que esperamos.

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