Valverde deja sus sueños en el viento
El murciano rompió una rueda y perdió casi 10 minutos con Contador, que recortó más de uno al líder Froome y ya es tercero


Siguiendo el dictado del poema los ciclistas no corrían, volaban, cuando atravesaron el pueblo de Bruère Allichamps, y no pudieron prestar atención, ni quisieron, claro, bastante llevaban encima, a un monolito en mitad de una rotonda que declaraba que ese punto era el puro centro geométrico de Francia, equidistante de los lados Este, Oeste, Norte y Sur del gran país e instalado, de paso, en el puro centro de la diagonal del loco que trazada entre Normandía y el Ródano a lo loco debe descender el Tour en tres días para entrar en los Alpes.
Si no fue grave que se perdieran ese punto, liados como estaban los corredores en un abanico de sangre, viento y venganzas cobradas frías que hicieron de la prevista etapa de transición una jornada decisiva y memorable, pues como ese puro centro geométrico hay seis más en Francia, todos reconocidos oficialmente y señalizados, sí que fue triste que entrando en el último pueblo de la etapa en un cruce donde una flecha verde señalaba Montluçon no tuvieran ni tiempo ni ánimo para dedicar al menos un segundo a la memoria de Roger Walkowiak, que aún llora cuando recuerda que ganó el Tour del 56 y seguidores, periodistas y organizadores declararon al unísono que él, un hijo de emigrantes polacos, no lo merecía, que qué pintaba él, tan humilde, en aquella Francia grande en la que se acababa Bobet y nacía Anquetil.
Y quizás a Valverde, que lloraba en la meta por el desamor del Tour a él, que estaba dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a su culto, le habría resultado alentadora la historia de Walkowiak, aquel al que condenaron casi como a un ladrón de gloria, a él al que cuando está cerca de tocar su objetivo, y convencido, un incidente estúpido le aleja definitivamente. Pero estaba inconsolable el murciano, quien tampoco quería entender que el Tour es siempre exigente y no perdona el mínimo error: a la salida, Valverde se sentía firme segundo a poco más de tres minutos del líder, y en la meta se encontraba lejos, 16º y a más de 12 minutos (con lo que, como dijo su director, el objetivo es ahora el podio con Quintana, que resistió delante, y al que ya no frenarán más en la montaña), y ello pese a moverse a la perfección, pese a estar en su sitio, rodeado de todo su equipo, atento al viento y sin distraerse observando las lindas amapolas tan rojas en el verde trigo tumbado por un viento de esos que solo dan malas ideas a las gentes del norte. Todo fue por culpa de un radio roto en mitad de la gran batalla a casi 90 kilómetros de la meta.
El viento y las venganzas hicieron del día una una jornada decisiva y memorable
La batalla había comenzado una veintena de kilómetros antes, cuando otro incidente mecánico (a Kittel, el sprinter más demoledor del año, la cadena se le quedó clavada terca en un piñón incómodo) fue aprovechado por la sed de Cavendish vengativo, que ordenó a sus compañeros del Omega (los grandes podencos Terpstra, Martin y Chavanel) una aceleración preventiva, o sea un ataque en escalonamiento para protegerse del viento de lado y cuneta.
El abanico resultó efectivo nada más intentarse, lo que garantizó su éxito, aunque, en efecto, solo hubiera encontrado desprevenido al sprinter alemán, y no a ninguno de los de la general.
Lo que le hizo demoledor y terriblemente hermoso, por la lucha que generó, lo que se llama, lo que llaman muchos, ciclismo de verdad, sin cálculo, solo con voluntad, fue el radio roto de la rueda de Valverde en el avituallamiento (golpeado por un torpe que se empeñó en coger su bolsa a más de 60 por hora: imposible) y el error del murciano, quien, desoyendo las consignas que todos los días les recuerda su director, Arrieta (“en caso de problema mecánico, Nairo y Valverde recordad, cambiad de bici sin pensarlo”) en vez de cambiar rápidamente de bici con un compañero (y los siete del Movistar estaban allí con él, delante), prefirió coger solo la rueda de Castroviejo, con la consiguiente pérdida de tiempo. Y pese a organizar rápidamente una contrarreloj por equipos con cuatro de los suyos (Nairo y Rui se quedaron delante), fue incapaz de volver a su grupo, que aprovechando su infortunio había acelerado locamente a la orden de los Belkin desencadenados feroces.
Ese minuto permite al de Pinto llegar a su montaña a menos de tres minutos del mejor
Los Belkin, holandeses, aman el viento, han nacido con el viento. A Mollema, el más beneficiado con los problemas de Valverde, pues marchaba a su espalda en la general, le han crecido las orejas yendo en bicicleta al colegio por la cresta de un polder y con el viento de cara. Su aceleración fue definitiva: Valverde y los suyos, y Costa también, al que pararon para echar una mano, llegaron a tenerlos a tiro de grito, a menos de 15 segundos. Más no pudieron. Unos kilómetros más tarde, abatidos y desconsolados, solo podían pensar en añadir el nombre de Saint Amand Montrond en la lista nefasta del equipo de Unzue en la que ya figuraban el pasaje del Gois del Tour 98 y el abanico-caída de Valdezcaray la Vuelta pasada.
La depuración de Valverde, en la que también colaboró con fruición un Europcar al que no le iba nada en la historia, dio paso a una nueva lucha dialéctica en el pelotón de cabeza, en el que hasta Cavendish rodaba alegre a más de 70 y en el que ni los Sky se movían compactos ni el líder Froome parecía estar muy gusto y se quedaba a la cola.
Mark Cavendish consumó su revancha y se llevó la etapa
Dos guiños de ojos de los Saxo, un par de órdenes por el pinganillo y en un plis plas, a 32 kilómetros de meta, Contador y los suyos ya estaban en diagonal en la carretera cortando a todo lo que tenían detrás (salvo a los felices holandeses que tanto sufren en la montaña), a Froome incluido. Fue el Contador inesperado, el que sabe hacer daño, el que se vengó también, en cierta forma, de aquel abanico de La Grande Motte en 2009 que su compañero Armstrong organizó para humillarlo. Fue poco más de un minuto de ventaja en meta que le permite llegar a su montaña al de Pinto a menos de tres minutos de Froome, el educado líder de amarillo que, cuando se le preguntó por la belleza de la aceleración del Belkin cuando la avería de Valverde, respondió: “Solo espero que a mí no me hagan eso si tengo un problema”.
Y sí, Cavendish consumó su revancha y ganó la etapa.
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