Invasiones
Declaraciones de amor, política y hasta animales han interrumpido los partidos en la central
El amor que tiene Wimbledon por su pista central, una reliquia de otro tiempo en la que el grosor del cemento impide que el wifi funcione normalmente, llega hasta esto: es posible saber que una ardilla (1949), unas abejas (1982), un grupo de pájaros (1989), un ratón (1998) o unas palomas (1999) han interrumpido el juego en el corazón del torneo de los torneos. Sin embargo, nada ha contribuido más a alterar el ritmo normal de los encuentros que el amor, el rock y la política. Por eso, todas las mañanas, tenistas, espectadores y trabajadores deben permitir un riguroso examen de sus pertenencias con el que el club busca asegurarse de que nadie entre en las instalaciones portando disfraces, banderas o carteles con consignas políticas. Con los años 70 del siglo XX, ya hubo bastante.
Así pasan las cosas. Son tiempos de cambio. El márquetin está entrando en el deporte de la raqueta, que empieza a crear iconos y a llegar a un público más amplio a través de la televisión en color. Bjorn Borg se convierte en el ídolo de las adolescentes, una estrella del rock con raqueta. Illie Nastase, ‘el bufón’, que le llamaban, le contesta diciendo que a él le prefieren las mujeres, no las niñas. Wimbledon experimenta la capacidad de atracción de ambos tenistas. En 1974, un grupo de colegialas asalta la pista durante un Borg-Taylor para pedirle un autógrafo al sueco: la policía las detiene inmediatamente, y, entonces, agobiados, corren los empleados del club a asegurarse que las suelas de los zapatos de las señoritas no hayan dejado marcas en la hierba. No queda ahí la cosa. Nastase también juega en Wimbledon. Justo un año después, en 1975, otra chica interrumple el partido entre el rumano y el checo Hrebec. De nuevo interviene la policía, a la que Nastase pide suavidad, buenas maneras con la intrusa: antes de que se la lleven de la pista, galante, le da un autógrafo.
La central es un gran escenario. Miran muchos ojos, y los organizadores intentan que solo vean tenis
No todas las interrupciones han sido tan románticas. Ha habido mujeres (1996) y hombres (2002, 2006) corriendo desnudos por la central. Gente capaz de arriesgarse a una suspensión a perpetuidad con tal de darle una rosa a Jimmy Connors para publicitar un concierto (1976). Alterados como el que en 1991 saltó al césped gritando que era el presidente de EEUU mientras blandía una foto de su hija; como la que en 1957 se arrancó con un cartel que pedía un cambio en el sistema bancario; o como el grupo de Padres reales por la justicia que en 2006 tuvieron tiempo de intercambiar un par de pelotas por encima de la red ante la atónita mirada de Roger Federer.
Contra todo eso pone mil ojos y barreras el club de Londres, que vigila también la indumentaria de los espectadores, no vaya a ser que las camisetas de la gente con entrada se combinen en mensajes publicitarios más o menos subliminales. La central es un gran escenario. Miran muchos ojos, y los organizadores intentan que solo vean tenis.
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