Froome marca territorio
El inglés ensaya en Romandía cómo ser líder para ganar el Tour
A Chris Froome solo le reconoció Óscar Freire más de un año después. “Anda”, se dio en la frente el cántabro viendo por la tele a Froome sobrándose a rueda de Brad Wiggins (o acelerando, ridiculizando a su compatriota) en los puertos del pasado Tour. “Si este es el mismo con el que estuve en fuga en la Vuelta a California. Pues sí que era bueno...”
Entonces, en mayo de 2011, cuando se arriesgaba a una fuga lejana con Freire y una docena más en una carrera de segunda, Froome no era más que un bicho raro del pelotón, un exótico inglés nacido en Kenia, más huesos que carne, destartalado, y eso es lo que era también, una nota de color en los reportajes, al comienzo de la Vuelta de 2011, con 26 años ya cumplidos. “Llegó a la carrera con el cartel de se vende colgado del cuello”, recuerda Eusebio Unzue, cuyo equipo, el Movistar, ha sufrido la ley de Froome en la Vuelta a Romandía que terminó ayer. “Pero allí, boom, una bomba, un corredor de esos que surge cada varios años, y encima, ha confirmado”.
Froome, el desconocido al que su mánager ofrecía a todos los equipos, no ganó aquella Vuelta (quedó segundo, tras Cobo) porque la comenzó como gregario de Wiggins, la misma razón por la que, seguramente, no ganó el pasado Tour, pero hoy mismo, a dos meses del comienzo de la 100ª grande boucle, a la que concurrirá con 28 años cumplidos, y vista su brillante primavera —victoria en el critérium Internacional y Romandía, segundo en Omán y Tirreno-Adriático— es el rubito de Kenia de las largas piernas el favorito número uno.
Como Froome corre en el Sky, el equipo que ha patentado un sistema por encima de las personas, un método que ha introducido al ciclismo en una nueva era a rueda de Wiggins, circula la teoría de que el equipo británico puede elegir entre su plantilla a quien más le interese para ganar el Tour, prepararlo para ello y terminar paseándolo de amarillo por los Campos Elíseos. Sería, sí, Froome solamente un producto más del sistema, intercambiable. Y si el año pasado era Wiggins el que ganaba, este le toca a él.
Con sus victorias envía un mensaje interno a Bradley Wiggins, su compañero en el Sky
Froome, el más fuerte en la montaña, quedó segundo el pasado Tour al que llegó sin haber ganado nada en primavera. No lo necesitaba.
¿Por qué este año sí? ¿Por qué se ha empeñado en ganarlo todo? ¿Por qué se ha puesto al frente de la maquinaria Sky como dirigiendo ensayos generales en las etapas de montaña que ha corrido? ¿Por qué en Romandía quiso vestirse de amarillo el primer día ganando el prólogo-cronoescalada para no abandonarlo nunca?
Él dice que así se acostumbra a las responsabilidades del liderato y lo que ello conlleva —ruedas de prensa, controles antidopaje, presión en el sueño, dudas, ejercicio de liderazgo en el equipo—, lo que necesitará saber en el Tour. Hay quien ve en ello una forma de anunciar —Contador, Andy, Valverde...— que él ya sabe vestir la piel de líder. Pero, sobre todo, hay quien recuerda que el único que le ha ganado realmente es su compañero Wiggins, quien ha dicho que este año su carrera es el Giro y que no piensa en el Tour, y que nunca está de más marcar su territorio dentro del equipo por si Wiggins se desdice.
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