_
_
_
_
EL CÓRNER INGLÉS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Dama de Hierro no sabía reír

La ex primer ministro británica Margaret Thatcher, en Praga.
La ex primer ministro británica Margaret Thatcher, en Praga.Reuters

En una cena en la Casa Blanca en honor de Margaret Thatcher el presidente George Bush invitó a su marido, Denis, a decir unas palabras. Denis Thatcher siempre ejerció el papel de cónyuge de la primera ministra británica con discreción. Ella llamaba la atención; él se mantenía en la sombra. Ella era la que daba discursos, no él. No pensaba hacer una excepción, ni siquiera para el presidente de Estados Unidos.

Respondiendo a la invitación de su anfitrión, el señor Thatcher se puso de pie y dijo: “Como observó Marco Antonio cuando entró en la habitación de Cleopatra, no he venido aquí a hablar”, y se sentó. Los invitados a la cena soltaron carcajadas y aplausos. Todos, podemos suponer, salvo La Dama de Hierro. Matthew Parris, un exparlamentario conservador que trabajó de cerca con ella, escribió esta semana en The Times, tras la noticia de su muerte, que Thatcher era incapaz de comprender un chiste. A diferencia de su marido, y de la enorme mayoría de sus compatriotas, carecía por completo de sentido del humor. Lo que define al inglés es la ironía, pero ella, que se envolvía en la bandera con más fervor que ningún mandatario británico desde la Segunda Guerra Mundial, no lo entendía. Le faltaba el chip.

Otra curiosidad, otra cosa que la apartaba del sentimiento popular, era que no tenía ningún feeling por el deporte. Directamente no le gustaba; no le veía la broma. Debe haber una conexión entre la falta de sentido del humor de Thatcher y su falta de interés por el fútbol, o por el tenis o, como la reina de Inglaterra, por las carreras de caballos. El deporte es juego y Thatcher no tenía tiempo para juegos. Era una mujer de un pragmatismo feroz, y no veía el valor en correr detrás de una pelota. Para ella todo se reducía a la utilidad y el deporte, en la interpretación más seca de la palabra, no es útil. El deporte es alegría, es vivir por vivir, pero no es un elemento imprescindible en la supervivencia de la especie, en el desarrollo de la economía.

Lo que sí es imprescindible para aquellos que practican o ven deporte es el sentido del humor. Si no, no se aguantaría. Si no, la derrota —la inevitable derrota— se volvería demasiado angustiosa. El que es incapaz de aceptar con cierta dosis de irónica resignación la frustración de ver perder a su equipo se volverá loco, o al menos profundamente infeliz. En tal caso, mejor abandonar la afición por el daño que representa a la salud. La broma es el refugio del perdedor.

Thatcher no era una perdedora. [Su biógrafo oficial reveló esta semana que ella quería que sus memorias se titularan Undefeated (Invicta]. O le daba miedo someterse a la posibilidad de perder. En el momento en el que uno se entrega a un deporte uno se expone a la vulnerabilidad de la derrota. En tal caso Thatcher no habría sabido qué hacer; no habría contado con el recurso del humor, el arma necesaria para poder amortiguar el dolor al amor propio que la derrota supone.

Se sabe de dos casos en los que pretendió irrumpir en el terreno deportivo, y en ambos casos nada tenía que ver con disfrutar y todo con hacer política. En su primer año como primera ministra intentó convencer a los atletas británicos de que boicotearan, por cuestiones ideológicas, los Juegos de Moscú 80. Dos años más tarde se planteó exigir a las selecciones de Inglaterra, Escocia e Irlanda del Norte que no participaran en el Mundial de fútbol de España. En ese momento se llevaba a cabo la guerra de las Malvinas contra Argentina y Thatcher temía que la selección de Maradona venciera a una de las selecciones británicas, regalándole una victoria propagandística al enemigo.

En ambos casos Thatcher tuvo que dar marcha atrás. Nunca lo pudo entender, pero sus compatriotas le daban más valor a la competencia deportiva que al juego político.

Thatcher fue odiada por una alta proporción de los británicos, pero, incluso entre aquellos que admiraban su férreo liderazgo, muy pocos sentían afecto por ella. Hubo división de opiniones acerca de su proyecto político, pero el consenso casi universal fue que no era una persona querida. La falta del sentido del humor y su incapacidad de disfrutar del deporte fueron dos de las causas de ese distanciamiento afectivo. Mujer emocionalmente limitada, la Thatcher. Ella se lo perdió.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_