Luto para un sueño
Los hombres de negro caen (64-75) ante un Lokomotiv muy superior en todas las facetas del juego
Entre el cielo y el infierno apenas hay un rellano, al que antes le llamaban purgatorio, pero al ser tan virtual, ahora denominan sala de estar. Y ahí se quedó el Bilbao Basket, esperando un título, durante 13 años, que no llega porque siempre le falta un palmeo, un triple, un tiro libre o encadenado. Un título que le guiña el ojo pero al final se muestra socarrón, guasón con un equipo y una afición que aunque vista de luto sueña con la gloria. Tanto sueña que el Spiroudome era negro al completo, como una convención de actores, con un recuelo apenas de los rojizos seguidores del Lokomotiv (familiares y amigos e los jugadores). Al final el luto no fue el que da pedigrí aristocrático a una fiesta sino el que delata el duelo que significa matar un sueño que movilizó a unos 2.000 seguidores hasta Charleroi para dar prestigio al triunfo del Lokomotiv (64-75), incontestable ganador de la Eurocopa.
Decía Hervelle en las jornadas previas que la afición del Bilbao Basket ya había ganado el partido. Sonaba extraño, al término del mismo ver a una cincuentena de rusos felicitarse casi en silencio mientras la inmensa mayoría, la de negro, felicita a los suyos tras la derrota. Los partidos nunca los gana la afición: los anima, los revoluciona, lo entretiene, pero nadie puede sustituir a los protagonistas. Ninguna canasta, ningún rebote se ha logrado desde la grada Y el Lokomotiv sencillamente fue mejor, más cauto, más sensato, más puntilloso y más acertado. El corazón fue negro, pero la cabeza fue blanca. Y prevaleció la cabeza, como suele ocurrir en estos casos.
U. BILBAO, 64 - LOKOMOTIV, 75
Uxue Bilbao Basket: Zisis (4), Vasileiadis (16), Mumbrú (10), Hervelle (2) y Hamilton (4) -quinteto inicial-; Raúl López (5), Grimau (4), Moerman (8) y Rakovic (11).
Lokomotiv K. Krasnodar: Calathes (10), Kalnietis (10), Jasaitis (7), Brown (11) y Hendrix (14) —quinteto inicial— Baron (4),
Arbitros: Rocha (Por.), Sahin (Ita.) y Lottermoser (Ale.). Eliminaron a Calathes.
Incidencias: 3.862 espectadores en el Spiroudome de Charleroi (Bélgica), 3.862 espectadores, más de la mitad de Bilbao.
En las finales suele ocurrir que los actores secundarios se convierten en protagonistas, que después de tanto hablar de los galanes de carácter, de las ametralladoras, en el caso del baloncesto, de los jefes de centuria, resulta que luego pasan a un segundo plano, a una especie de morada en la retaguardia y allí mandan señales de humo o se dedican a favorecer las incursiones de algún aventajado de la tropa. Calathes, Calathes, Calathes, repetía el Bilbao Basket como quien nombra al diablo. Y Calathes, Calathes, Calathes, repetía el Lokomotiv como si invocar su nombre tuviera un efecto taumatúrgico. Parecía que él solo pudiera ganar la batalla, porque él la proponía y el la resolvía. Pues bien, el milagrero era Maric, un actor secundario, inmenso, largo y ancho, con poquísimos minutos en un equipo de propietarios frente a alquilados, que se merendó el juego interior del equipo vizcaíno, desangelando a un desafortunadísimo Hamilton y a un voluntarioso Rakovic. Maric, con su andar taciturno y una porción de kilos repartida por su cuerpo, era el avión invisible para un Bilbao Basket que se fue quedando sin argumentos. Sin juego interior, con Vasileiadis intermitente y el resto acongojado, atenazado, el Lokomotiv fue ajustando la muñeca en la misma medida que a los hombres de negro les bailaba en el brazo.
Amenazaron el primer cuarto, cuando el corazón latía en su justa medida, tras superar el anonimato de Calathes que dejó la dirección en manos de Kalniatis. Pasado el shock, el Bilbao encontró sus agujeros para remontar el vuelo, mientras ambos padecían un problema de pívots. Era curioso ver que en apenas un cuarto, ambos técnicos habían manejado todo su habitual banquillo, algo poco probable en el Lokomotiv, más entendible en el Bilbao que debía repartir cartas como un tahúr empedernido.
A partir de ahí, el Lokomotiv fue cuesta abajo y al Bilbao Basket se le caían de las manos. Nunca encontró su juego el equipo de Katsikaris, más corajudo que sensato, más desatado que preciso. Nueve puntos de desventaja tras el tercer cuarto no parecía una ventaja insalvable, pero anímicamente resultó demoledora, más por lo que tranquilizó al Lokomotiv que por lo que inquietó al Bilbao. El último cuarto fue un entretenimiento ruso, con sus jugadores sacando matruskas de su repertorio frente a la encomiable actitud humana de los de Katsikaris, irreductibles hasta el final, con el marcador como una losa pero no lo suficientemente grande como para enterrarlos de antemano. Y así murió el partido, con el herido agarrado al último tablón, al último bisturí, por si el milagro tenía a bien producirse en tan extraño lugar. No lo tuvo a bien. Era sábado y estaba de fiesta o el negro no le iba bien en su muestrario.
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