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Las normas de Thiago Silva

El central del PSG, que casi deja el fútbol por una tuberculosis, compite con una sonrisa y riesgos, como dar el primer pase, mantener a la zaga adelantada y sacar el pie en el área

Jordi Quixano
Ancelotti dialoga con el central del PSG, Thiago Silva, durante el entrenamiento de este martes en el Camp Nou.
Ancelotti dialoga con el central del PSG, Thiago Silva, durante el entrenamiento de este martes en el Camp Nou.ALBERTO ESTÉVEZ (EFE)

No hace caso a algunas reglas del fútbol porque juega de chiripa y porque puede, holgado como va en sus envites y correcciones. Thiago Silva (Río de Janeiro, Brasil; 1984), del PSG, es un central que no se esconde, que sostiene alta su línea cuando es necesario, que reparte el esférico por definición. Y no tiene miedo a que le quiebren como Romario a Alkorta, Raúl a Juanma López o Ronaldo a Geli. “Es de los pocos a los que he visto meter el pie en el área ante Messi y no solo no le ha hecho penalti, sino que le ha quitado algún balón”, siseaba un jugador del Barça tras la ida en el Parque de los Príncipes; “cuando te mides con Leo lo lógico es aguantar para que no te rompa y, esa regla no escrita, para que no te deje en ridículo con su regate”. Características que sedujeron al Barça, que lo ha pretendido infructuosamente durante dos cursos: una vez porque el Milan se negó a vender; la otra porque el jugador exigió que le vistieran de oro.

Hijo de Gerald y Angela, Thiago comenzó a perseguir la pelota en Campo Grande. Pero, fuera de sitio (lateral derecho), no pasó las pruebas en el América ni el Flamengo, por lo que se fue al RS Futebol di Alvorada, donde ya actuó de mediocentro y donde se ganó un pase para el Fluminense. Tuvo, sin embargo, que buscarse las habichuelas en el Juventude, donde, ya en 2004, lo cogió Ivo Wortmann, antiguo eje del Palmeiras. “Desde hoy, serás central”, le advirtió. Y le cambió la vida, hasta el punto de que seis meses después lo fichó el Oporto. Pero, castigado por las lesiones y sin minutos, rematado por una pulmonitis, se marchó al Dinamo de Moscú, donde no mejoró su suerte al contraer tuberculosis. Durante dos meses estuvo incomunicado en un cuarto, sin poder recibir visita alguna, pegado a la televisión, a la PlayStation y al temor de que se acababa su carrera y su vida, pues los doctores sugirieron que para una completa recuperación se imponía la resección de una parte del pulmón. Alternativa que le hizo regresar a Oporto, donde desaconsejaron tal medida. Allí se recuperó. “No me creo el dueño del mundo, pero creo que soy el hijo del dueño”, se tatuó entonces en el antebrazo izquierdo. Y pudo calzarse de nuevo las botas, de vuelta en su querido Fluminense. Tras ser subcampeón de la Libertadores 2008, Europa volvió a reclamarle, esta vez el gigante Milan.

“Llegó en diciembre y estuvo seis meses sin jugar porque ya estaba cubierto el cupo de extracomunitarios”, relata un ex trabajador de Milanello; “pero se esforzó sin parar porque le advirtieron de que sería el recambio de Maldini”. Sorprendido por su brío y calidad, por su físico y toque, Ancelotti —que ya había firmado por el Chelsea— le dijo a su sucesor, Leonardo (actual director deportivo del PSG), que no buscara central: “Puede ser el nuevo Paolo”. Al principio, sin embargo, no fue fácil, dependiente de Nesta y sus órdenes, de absorber conocimientos tácticos en un fútbol cerrado como el italiano. No era lo suyo. “El primer día, en un amistoso contra el Varese, Nesta no callaba, era peor que una radio”, recuerda Thiago Silva; “¡hasta le dije que me daba dolor de cabeza!”. Pero con los partidos, el brasileño adelantó un poco la línea y recuperó su juego y algo más. “Aquí, en Europa, se pensaban que un zaguero bromeaba al reír en el campo, por lo que me esforzaba en poner cara de preocupado para que nadie pensara que le faltaba al respeto”, cuenta; “pero al final recobré la sonrisa porque en el Milan estaba como en casa”. Insuficiente, en cualquier caso, para que el presidente Berlusconi no atendiera a la chequera catarí del PSG.

“Más que marcador, soy un pasador”, cuenta el central, que estudió a Zico tras escuchar que nunca fallaba un pase

Objeto de deseo de Mourinho, que lo quiso para el Madrid —“Mi esposa, Isabel, dijo que no, que prefería vivir en Milán”, reveló—, Thiago aseguró entonces que le gustaría retirarse en San Siro como Maldini. También lo pretendió el Barça en verano. “Quería demasiado”, cuchichean en el club. Sobre todo porque primero pidió cobrar lo de Messi y después, estar en el segundo escalón salarial. Exigencias que no aceptó la dirección deportiva azulgrana. Hasta que el jeque del PSG, Nasser Al-Khelaifi, sacó el billetero. “Me he ahorrado 150 millones en dos años”, resolvió Berlusconi, satisfecho porque cobró 65 por Ibrahimovic (20) y Thiago (45). “Me hubiera gustado quedarme en el Milan”, replicó Thiago —que cobra más de nueve millones limpios por curso—, en su presentación. “Queríamos que se quedara, pero la oferta era irrenunciable”, adujo Bárbara, la hija del presidente rossonero. “Yo no soy un mercenario”, completó el central; “pero ya entiendo que el club necesitaba el dinero”.

Thiago está en el PSG y ya se ha ganado a la afición y al grupo —si no están Jallet ni Sakho, es el capitán—, sobre todo porque corta más que nadie y porque juega el balón limpio como pocos. “Más que marcador, soy un pasador”, argumenta el central, que durante un tiempo se dedicó a mirar vídeos de Zico tras escuchar en un programa de televisión que el astro nunca fallaba un pase; “y siempre estudio las estadísticas porque si empezamos mal desde atrás, el equipo juega mal”, añade. Pura filosofía Barça. Aunque para algunos, todavía mejor. “Cuando le veo jugar, pienso que es el defensa más completo del mundo. He compartido vestuario con Puyol, Piqué, Thuram, Cannavaro… y Thiago juega a otro nivel”, le ensalza Ibrahimovic.

“Estuve cerca de la muerte. Por eso, cada vez que toco una pelota, no puedo evitar pensar en esos momentos y en la suerte que tengo de jugar al fútbol”, responde Thiago Silva, que lo hace con una sonrisa y bajo sus propias normas.

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