Perfume francés en Anoeta
La Real Sociedad golea al Valladolid con un olor a fútbol de altos vuelos y tantos de Griezmann, Agirretxe y Xabi Prieto
Hay equipos que juegan y equipos que vuelan. El asunto no tiene que ver con la velocidad que le pongan a los motores, sino con la velocidad a la que funciona la cabeza, la memoria y la transmisión del sistema nervioso al tronco y a las extremidades. La Real juega a velocidad de vértigo, es decir, no hay casi pausa entre lo que piensa y lo que hace, entre lo que intuye y lo que ve, entre lo que sabe y lo que demuestra. La Real juega sin prisa, como los grandes, y se esfuerza con el denuedo de los pequeños. Bajo esas condiciones, el Valladolid fue como esos salmones con los que juguetean los osos cuando llegan a raudales impulsados por el río embravecido. Le movió un poco el agua la Real, se la enturbió con un par de zarpazos y lo que parecía un equipo aseado se convirtió en Anoeta en un equipo desnudo al que el talento realista le había roto el traje a jirones. En 11 minutos le hizo tres goles como lo hacen los equipos talentosos que se saben el guion y no defraudan. En cierto modo, la Real era como Morgan Freeman, que siempre se sabe que actuará bien haciendo de hombre bueno, viejo y sabio.
R. SOCIEDAD, 4; VALLADOLID, 1
Real Sociedad: Bravo; Carlos Martínez (Estrada, m. 76), Mikel González, Iñigo Martínez, De la Bella (José Ángel, m. 65); Zurutuza, Illarramendi; Vela, Xabi Prieto (Rubén Pardo, m. 67), Griezmann; y Agirretxe. No utilizados: Zubikarai, Chory Castro, Bergara y Ansotegi.
Valladolid: D. Hernández; Rukavina, Sereno, Rueda, Balentziaga; Rubio, Sastre; Rama (Bueno, m. 59), Óscar, Omar; y Manucho (Javi Guerra, m. 70). No utilizados: Jaime, Neira, Peña, Baraja y Valiente.
Goles: 1-0. M. 33. Griezmann. 2-0. M. 39. Agirretxe. 3-0. M. 44. Griezmann. 4-0. M. 47. Xabi Prieto. 4-1. M. 86. Javi Guerra
Árbitro: Clos Gómez. Amonestó a Balentziaga.
Unos 25.000 espectadores en Anoeta.
Todo se anunció en una jugada, a priori intrascendente, cuando llegó un balón cruzado de lado a lado de campo que cayó a los pies de Carlos Vela, de espaldas a la portería rival. Allí sobre la cal se inventó un taconazo al alcance de muy pocos. Volvió a recibir el balón de Xabi Prieto y cruzó un pase enroscado a Griezmann, en el otro lado, que olieron todos los defensas del Valladolid, pero ninguno le pudo hincar el diente. No fue gol pero fue el anuncio del diluvio que venía. El Valladolid creyó que había engañado a la Real jugando con pausa y con baldes para achicarle el agua por los costados, pero era la Real quien le había engañado con su juego pausado y virtuoso, solo al alcance de quien tiene la autoestima por las nubes. Poco le importaba que el gol se retrasase teniendo en cuenta que el Valladolid era un gato con guantes que solo construyó una ocasión de gol a la que no llegó Óscar, mal anulada por un inexistente fuera de juego.
Creyó el Valladolid que todo estaba igualado, sin observar que Vela y Griezmann eran dos cuchillos jamoneros en un taco de mantequilla fuera del frigorífico. Una arrancada desde medio campo, resuelta con falta por el tercer defensor al que había superado, fue un acto de belleza que pocas veces adorna un partido.
Fueron dos acciones de Carlos Vela que tuvieron un efecto contagioso. El primer gol, de Griezmann, fue el fruto de un barullo afortunadamente resuelto por González para asistir a su compañero. Pero los otros tres fueron obras de arte: el de Agirretxe, a la media vuelta, fue un auto de fe. El tercero, de Griezmann, tuvo el honor de unir el fútbol antiguo con el moderno. El pase de Zurutuza de más de 50 metros, fue medido, y el control de Griezmann, primero con el pie, luego con la cabeza y finalmente rematado con el pie, sin que el balón tocase el suelo, fue orfebrería futbolística. El cuarto fue un asunto coral, un contragolpe a ras de suelo, a velocidad de vértigo sin que ninguno de los muchos futbolistas de la Real que tocaron el balón dudase en ningún momento sobre lo que tenía que hacer, para que al final Xabi Prieto metiera la puntera ante el asombro de Dani Hernández.
La Real aúna esfuerzo, equilibrio, pundonor y talento, muchísimo talento
La Real vuela alto, muy alto, con los porcentajes adecuados de esfuerzo (cosa de Carlos Martínez, Mikel González, De la Bella), equilibrio (asunto particular de Illarramendi), pundonor (cuestión de Zurutuza) y talento, muchísimo talento a cargo de Vela, Griezmann, Prieto y Agirretxe.
En el torbellino, se quedó sin hacienda el Valladolid, noqueado en tres sacudones de la Real que inclinaron sus buenos principios en el arranque. Manucho fue una isla sin embarcaderos ni amarres para acceder al área de Bravo. Tan cartesiano estaba en su juego que cuando tuvo que inventar tenía el miedo y el hastío en el cuerpo.
La Real lograba su victoria 800 en la Liga española, algo que pasará a su anecdotario particular, pero sobre todo recobraba aquel perfume francés que le dejó Denoueix cuando le hizo subcampeón de Liga, antes de que comenzaran los problemas que amenazaron su débil musculatura. Adicto al parecer al perfume francés, el fútbol de la Real huele a colonia futbolística de la buena. Y se ve que el frasco está bien repartido. El Valladolid se fue al menos con un gol a favor: al menos le cayó una gota de perfume en su atuendo. Le tocó a Javi Guerra.
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