El patio del Camp Nou
Messi, único en poder escoger los momentos para participar en la presión colectiva, se focalizó en el ataque y resolvió la eliminatoria ante el Milan
Tras el encuentro contra el Sevilla, Messi apareció en las cámaras de Barça TV con un mensaje. “Me gustó tener a Villa delante”, dijo, en referencia a que el equipo otorgó la banda derecha a Alves y El Guaje se atornilló como delantero centro para ubicar a La Pulga de quarterback, también como punto final cuando podía y quería. Jugó el Barça con el mismo sistema ante el Milan, que puso el autobús en su portería y no busco senderos ni rampas hacia el área rival, y Messi se dedicó a desplegarse como más le gusta, con la mirada al frente y el gol en el entrecejo. Un capricho que se permite en cualquier patio de cualquier colegio y también a Leo –al final, hasta correteó detrás de Bojan para recuperar algún balón-; una pretensión que se le concede al 10 porque gana y hace ganar, porque resuelve como solista entre el juego coral.
PORTEROS
Valdés: Festejó su partido número 100 en la Champions sin encajar un gol, la vez 45 en su currículo. Su participación en el duelo, en cualquier caso, resultó testimonial, sobre todo porque no detuvo balón alguno. Y cuando se le exigió, tapó bien ese mano a mano con Niang, encomendado a la virgen del poste.
Abbiati: No tuvo culpa en los goles, pero no halló ungüento para los disparos de media distancia, aunque sacara buenas manoplas a los chuts de Iniesta y Xavi. Pero Messi y Villa escoran más sus dagas, demasiado para sus estiradas a cámara lenta.
DEFENSAS
Alves: Actuó de carrilero, toda vez que Villa se ensambló como ariete. Sus generosas carreras hicieron que no se echara en falta un extremo, estupendo al ensanchar el campo, por más que errara un tanto en el centro. Pero fue un mal menor porque aplicó la inteligencia, centrado en acabar todas las jugadas; no se le contó pérdida alguna que pillara a contrapié a su equipo.
Piqué y Mascherano. Cada uno se pronunció a su gusto. Piqué, al contrario que en la ida, cuando especuló y jugó con los 180 minutos, provocó al rival con salidas de la cueva, con pases verticales que restaban líneas de presión. Y Mascherano, computadora de movimientos, atendió a las ayudas y a las correcciones, su especialidad. Se mostró encantado con esos balones que reclamaban anticipaciones, pero incómodo con los que le buscaron la espalda, hasta el punto que regaló la ocasión de Niang. Un pero entre muchos aciertos. El Jefecito, sin embargo, no acabó el por un problema muscular que se quedó en susto.
Zapata y Mexès: Timoratos, jugaron siempre de la mano de Abbiati y prefirieron quedar fijados por Villa –marcaje lapa de Mexès- que despegarse de la línea y tapar a Messi. Les salió mal la jugada porque Leo destazó al Milan con dos disparos y porque no supieron dar salida limpia al balón –horrible el pie de Zapata- cuando el Barça presionó arriba. Solo carburaron por alto, nada complicado ante un rival que juega sin escalera.
Jordi Alba: Aceptó de inicio el papel de lateral secundario porque Alves mordía por el lado opuesto. Rebajó la peligrosidad de Boateng y no chirrió cuando su línea se quedaba con tres. Y, cuando Villa enfiló al túnel de vestuarios y el Barça recobró el 4-3-3, se desperezó y tiró de su turbomotor. Centró por dos veces y, a la tercera, al final del partido, cuando todos sacaban la lengua, quemó el césped y completó el contragolpe, el pase de Alexis, para redondear la remontada y la fiesta azulgrana.
CENTROCAMPISTAS
Ambrosini, Montolivo y Flamini: Si no aborrecieron el fútbol poco les debió de faltar, sacrificados únicamente a restar líneas de pase, ningunear los huecos y espacios, siempre en busca de un balón y unas piernas que no se detenían. Un trabajo tan exigente como deslucido, sobre todo porque no supieron cómo echarle el lazo a Messi cuando se coló por su zona, demasiado pendientes de las llegadas de Xavi e Iniesta. Flamini expresó su función y desgaste del trío –le hicieron una brecha en la cabeza y entró al campo antes de que los médicos acabaran el trabajo porque un hueco era una lápida-; Montolivo explicó la impotencia porque no tuvo el balón y no filtró pases al desmarque; y Ambrosini perdió el balón en el segundo gol de Messi.
Busquets: La suma de los tres ejes del Milan y algo más. No solo actuó de pegamento para las líneas, estupendo en la contención y también en el corte (ocho recuperaciones), magnífico en la lectura de los pases contrarios, sino que con el balón en los pies ofreció otro recital, hasta el punto que encontró espacios para los engarces de entrelíneas. Recorrió metros con el balón, lo soltó a tiempo y participó de los goles, como en el primero, cuando se la dio a Messi, que luego mezcló con Xavi y definió a la red.
Xavi: Se le contaron 113 pases buenos de 129, por más que se le presuponía llegar justo de físico, toda vez que en la tarde de ayer recibió oficialmente el alta médica. Pero el 6 tenía en mente la reacción y la remontada y nadie discute con el corazón y líder del equipo, con el brazalete a falta de Puyol. Se la dio a Messi en el primer tanto e hizo lo propio con Villa en el tercero. Se atrevió a pedir al banquillo que aguantaran con el tercer y último cambio, y resultó la brújula que necesitaba el Barça.
Iniesta: Empezó con un remate que recordó al de Stamford Bridge -al lado contrario y despejado por Abbiati-, recuperó el esférico en el segundo tanto y se soltó con los minutos, futbolista total y delicioso con el balón entre las botas porque pasó, quebró y disparó, además de recuperar balones e impulsar al equipo cuando flaqueaban las fuerzas.
DELANTEROS
Pedro: No destacó, quizá porque apenas tuvo huecos, con Villa cerca y con Abate en el cogote. Pero se esforzó en dar amplitud y profundidad por su costado, además de probar con unas diagonales incisivas. Sacó un penalti que no le concedió el árbitro, pero, por lo demás, no participó demasiado del juego.
El Shaarawy y Boateng: Extremos que actuaron en infinidad de ocasiones como laterales, hasta el punto de que no era raro verles en su propia área. Pero fueron, al fin y al cabo, el único mordiente del equipo hasta que salieron Robinho y Bojan –trataron de estirar las líneas y solicitaron protagonismo a través del balón, quizá demasiado tarde-, infructuosos, de todas formas, en el regate y en el remate, demasiado solos, exigidos a carreras homéricas en jugadas excesivamente esporádicas.
Villa: Era rojo o negro, todo o nada. Tuvo dos partidos antes de este envite que no atinó a resolver y se le juzgaba desde la titularidad. Pero El Guaje se crece con la presión y con la exigencia, sin el tembleque del delantero cuando se enfrenta al meta, que por algo es el máximo goleador de La Roja y el segundo azulgrana en este curso, aunque no cuente con tantos minutos como compañeros/rivales como Alexis o Pedro. Genial en los arrastres, desmarques y comprometido con el juego colectivo, se centró en surtir a Messi de balones (5, por los dos que le dio a Xavi, el segundo en la estadística) y al Barça de espacios. Fijó a los centrales rivales, regaló tiempo a la segunda línea en cuanto a ejecución y se dio el gusto de definir en el tercer tanto, el que evitaba la prórroga y daba el salvoconducto a la siguiente ronda europea.
Niang: Ocupó la vacante que dejó Pazzini pero se le quedó demasiado grande. Perdido porque no tocó balón y porque se le reclamó que actuara de mediocentro sin la pelota, corrió tras las sombras y evidenció que lo suyo es el costado, donde explota su físico y velocidad. Tuvo, sin embargo, la ocasión de oro del Milan, para el 1-1. Solo, ante Valdés, levantó la cabeza y disparó con mala baba. Pero eso no fue argumento para el palo, que escupió el balón y desmontó la fe rossonera.
Messi: Recuperó la figura romántica del mediapunta clásico. Así lo pidió tras la segunda parte del Sevilla y así se hizo. En defensa, un pelo remolón, se desentendió en ocasiones de la presión –no fue raro ver salir de sitio a Iniesta y Xavi antes que a él-, pero se definió como sabe con el balón, superdotado de este deporte y del remate como ningún otro. Jugó en el patio del colegio o en Alevines [como casi siempre], cuando el bueno suma una cantidad ingente de goles, cuando no hay quien lo pare porque todavía no se dan las faltas tácticas ni la diferencia física. Fue el jugador de campo que menos corrió de los azulgrana (de los que acabaron el partido), con 9.131 metros, por los 10.259 de Piqué y los 11.161 de Iniesta, segundo y tercero en esa estadística. Pero cuando agarró el balón, siempre tuvo la red rival como objetivo principal. Así, a la primera que tuvo, la enfiló a gol. A la segunda, repitió gesta para sumar 58 dianas en Europa, solo por detrás de Raúl (71). Y hasta se permitió adornos como caños sobre Muntari, voleas desde fuera del área y faltas kilométricas.
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