Los imanes de Aginagalde
El pivote español, un ejemplo de poderío físico, vive su curso más mediático
El adjetivo mejor acompaña el nombre de Julen Aginagalde Akizu (Irún, 1982) desde hace unas cuantas temporadas. Sea en la Asobal, en la Liga de Campeones, en los Juegos… su primer apellido aparece en casi todas las listas de los jugadores más destacados. Ha sido este último curso, sin embargo, cuando el pivote del Atlético y de la selección ha trascendido los focos del balonmano al ser nominado por la Federación Internacional (IHF) a mejor jugador del mundo, premio que se llevó ayer el francés Daniel Narcisse. “Creo, la verdad, que he tenido temporadas mucho mejores”, confesaba el irundarra, que acabó tercero, hace unos días, antes del inicio este viernes del Mundial.
Aginagalde procura alejarse del ruido que se ha generado a su alrededor. Lo suyo no son los focos. El simple hecho de haber estado nominado le parece un premio, un reconocimiento a un puesto muy desagradecido. “Lo llevo con mucha tranquilidad, sin que se me suba a la cabeza. Dependo de mis compañeros, así que también es para ellos. Poco puedo hacer si no me llegan balones”. Esos que suele agarrar, después de haber sellado al piso su monumental tren inferior, con los dos enormes imanes que tiene por manos. “Más que por grandes, lo que las hace increíbles es que aparecen por sitios donde no te lo esperas, y siempre agarra el balón”, asegura su hermano Gurutz, portero del Naturhouse.
El pivote fue escogido el tercer mejor jugador del curso por la Federación Internacional (IHF)
La carrera del pivote de la selección no se entiende sin el mayor de los Aginagalde, del que le separan cinco años, aquel al que iba a ver jugar siendo un crío con el Bidasoa en Irún, una de las cunas históricas de este deporte, que vivió tiempos de relumbrón en los noventa. “Yo me enganché al balonmano con los partidos que daban al mediodía en la tele y viendo a jugar a mi hermano; con el tiempo, en las categorías inferiores, bajábamos en los descansos del Bidasoa a jugar, veía que me gustaba cada vez más, luego que se me daba bien, y hasta ahora”, explica como si nada Julen, que debutó en la Asobal siendo juvenil, con apenas 16 años, “en un partido en Zaragoza, donde jugó bastante, no un par de minutos”, recuerda orgulloso Gurutz.
Amante de la comida como buen vasco —parte de culpa la tienen su abuela y su madre, que les acostumbraron desde pequeños a tener suculentos platos en la mesa—, Julen se cuida bastante para no pasar de rosca unas cualidades “innatas”, recalca Gurutz: “Yo igual me parezco más a mi madre, pero él es más como mi padre, que fue remero. Desde que empezó, a nivel físico ha tenido algo especial. Cuando llegó al primer equipo del Bidasoa le prohibieron hacer pesas para que no se pusiera más fuerte”.
“No quiero creer que la única forma de pararme sea pegándome, la verdad es que me paran muchas veces, más de las que me gustaría”, admite
Por aquella época, Julen jugaba en la primera línea, de lateral, lo que le sirvió para trabajar la coordinación de todo el cuerpo y adquirir un mayor juego de piernas, según su hermano. Dos robles que ancla ahora en la línea de seis metros, su territorio, del que es inamovible. “Él abre las piernas, se queda quieto y a ver cómo le quitas el balón. Por dentro es muy difícil, pero si quieres defenderle por fuera tienes prácticamente que rodearle, y para entonces ya te ha ganado la posición”, explica su compañero en el Atlético David Davis, que bromea alertando de otro inconveniente: “Es probable que si te quedas enganchado a Julen salgas por los aires; no solo yo, que me saca 30 kilos, los de su tamaño [mide 1,96m y pesa 113kg], igual”.
Esa imposibilidad a la hora de frenarle tiene su lado negativo en la condescendencia de algunos arbitrajes con las defensas rivales en partidos clave. En los Juegos, por ejemplo, los daneses desesperaron al pivote, que prefiere no meterse en ningún fregado: “No quiero creer que la única forma de pararme sea pegándome, la verdad es que me paran muchas veces, más de las que me gustaría”, admite el internacional, el incansable bromista del grupo al que no le gusta su juego cuando se ve por la tele. “Él es su mayor crítico”, asegura Gurutz. Por eso el pequeño de los Aginagalde resta importancia a su año más mediático. También, quizás, por lo que un día su hermano y su padre comentaron estas Navidades en un largo paseo por el monte: “Julen aún está por dar lo mejor”.
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