Benítez no levanta cabeza

No gana para disgustos Rafa Benítez. Vilipendiado por la hinchada de Stamford Bridge, que no le perdona su pasado en el Liverpool y echa pestes contra él a la mínima que puede, la final del Mundial de Clubes se presentaba como una burbuja de oxígeno para el preparador español. Una tregua para rebajar la tensión que envuelve al club desde su aterrizaje y engalanar las vitrinas del Chelsea con un cetro de escaso calado, pero interpretado como una obligación para el campeón europeo de turno. Un arma de doble filo. Empuñó el cuadro inglés la arista equivocada de la navaja y se llevó un sopapo tremendo. Uno más esta temporada. Descabalgado en la Premier y fulminado a las primeras de cambio en la Champions –es el primer campeón que cae en la fase de grupos al año siguiente–, no encontró manera de abordar a un Corinthians con más hechuras que cartel, certero para dar el toque de gracia a su oponente.

Corajudo, crecido frente a un rival sin alma ni empaque, el equipo brasileño venció contra todo pronóstico y avivó la hemorragia londinense, que parecía haber encontrado un ligero freno con la buena imagen ofrecida en el último duelo liguero ante el Sunderland y en las semifinales del torneo nipón. No fue así. Cayó el Chelsea y el cisma crece, por más que Benítez intentase disimular durante la entrega de trofeos. Elevó su segunda corona el Corinthians –ya se había adjudicado una en 2000–, un histórico por cuyas filas han desfilado en la última década figuras como Tévez, Ronaldo o Roberto Carlos. Con menos alardes, pero con futbolistas muy interesantes como Paulinho o Danilo y muy bien dispuesto sobre el tapete, maniató como una anaconda al Chelsea, penalizado por la escasa pericia de Lampard en la creación, esperanzado solo en un ramalazo de inspiración de Mata o el menudo Hazard, un diablillo demasiado intermitente.

Se ofuscaron los ingleses, muy trabados, sin soluciones y al ralentí sobre el césped de Yokohama. Suficiente, no obstante, para poner a prueba al gigantón Cassio, premiado como mejor jugador del torneo. Sacó una manopla decisiva el portero a un tiro enroscado de Moses que enfilaba la red y volvió a poner freno con un blocaje académico a un zambombazo de Mata. El preludio a la embestida terminal de su equipo. Tras guerrear todo el duelo con los zagueros, el peruano Guerrero, ex del Bayern, aprovechó un balón rebotado en la pierna de Cahill para tomar vuelo y cabecear a gol con su peinado mohicano. En lugar de morder la pelota para despejarla, los jugadores del Chelsea optaron por refugiarse bajo el larguero.

Benítez intentó arreglar el desaguisado. Su argumento, la entrada tardía de Oscar, la inclusión de Azpilicueta, un lateral, y la de Marin, con el kilometraje casi a cero este curso. No le ayudó Cahill, expulsado. El que apareció, sin embargo, fue Torres, relanzado desde que se produjo el relevo en el banquillo. Primero disparó al muñeco y luego se desesperó cuando el árbitro anuló correctamente un testarazo suyo en fuera de juego. “Veníamos a Japón a ganar, pero ahora necesitamos seguir adelante”, deslizaba Mata. “Sabíamos que eran muy agresivos y ordenados, pero hemos tenido ocasiones claras”, expuso cariacontecido Benítez, que ya conquistó el título en su fugaz episodio con el Inter, hace dos años, y cedió antes con el Liverpool ante el Sao Paulo; “su portero ha sido el jugador del partido. Eso es un indicativo”.

En la diana, no consigue el español enderezar el rumbo de un Chelsea cuyo magnate, Roman Abramovich, actúa a bandazos. Lo mismo apunta al buen juego con Villas-Boas y la contratación de estilistas, como recula después con el experimento interino de Di Matteo. En última instancia, con la llamada a Benítez, repudiado por los supporters e incapaz de apagar el fuego. No levanta cabeza ni encuentra consuelo el técnico. La crítica, feroz, se cierne sobre él día a día con más fuerza.