Ferrer ya es un maestro

Los saques aterrizan como bombas inmisericordes. La pista se llena de cráteres mientras el polaco Jerzy Janowicz propulsa con la catapulta de sus brazos servicios por encima de los 230 kilómetros por hora. Es la final del Masters 1.000 de París y David Ferrer asiste al espectáculo con el gesto impertérrito del espectador que ya ha visto esa película. El número cinco conoce que la lógica le acompaña en su cruce con el 69. Sabe que no hay bombardeo que no escampe, golpeador que no necesite respiro, gigante que no conozca la duda. Ferrer, que no huele un servicio en los primeros juegos, vence (6-4 y 6-3) desde el resto su primer título de la categoría. Con la cita parisina desbravada por las ausencias del suizo Roger Federer y de Rafael Nadal, el alicantino aprovecha su oportunidad para abrillantar una buena carrera y redondear su brillante curso: si llega a la final de la Copa de Maestros, donde fue semifinalista en 2011 y finalista en 2007, adelantará a Rafael Nadal en la clasificación y terminará 2012 como el número cuatro. Este curso nadie ha ganado más partidos (72) ni títulos (7) que él.

“Pensaba que ya que no lo iba a conseguir, pero al final la vida te da sorpresas”, reconoció el de Xàbia tras ganar su primer Masters 1000 en cemento y bajo techo, cuando siempre se le estereotipó como tenista de arcilla. “He madurado mucho. Me he encontrado bien física y mentalmente. He sabido mantener la calma. Con los años, sabes tranquilizarte, porque ya has pasado por estas situaciones”.

La arritmia presidió el cruce. Las armas del polaco son de las que crean cortocircuitos: su saque cancela la posibilidad del peloteo; sus dejadas impiden que los contrarios se asienten; y su derecha cierra los debates con contundencia. Para ser un jugador de 2,03m, Janowicz se mueve con soltura. Tiene querencia por el show, grita como un demonio y queda verle apostando siempre por las líneas cuando juegue al aire libre: ¿Qué pasará cuando dispare sus violentos cañonazos entre ráfagas de viento? Protegido por el techo de París, fue capaz de derribar a Murray y a Tipsarevic, dos de los diez mejores jugadores del planeta. Entonces llegó Ferrer, y al polaco se le hizo de noche.

Fue un duelo entre el saque del polaco y el resto del español. Igual que si tuviera un escáner por ojos, el número cinco acabó devolviendo todos los servicios, una clase magistral de análisis en directo, porque acabó por aprenderse de memoria los patrones de saque de su contrario. Janowicz terminó desesperado. Cerró la primera manga con siete aces por solo dos dobles faltas. Del partido, sin embargo, se despidió con 11 y seis, señal de que la pelota empezó a volverle siempre. No supo digerirlo.

A un paso de los 31 años, Ferrer ganó en París-Bercy, donde no lo había hecho antes ningún español, e igualó a Corretja como el tenista de La Armada con más títulos bajo techo (tres). Haga lo que haga en la Copa de Maestros (5-12 de noviembre) y en la final de la Davis (República Checa-España, 16 al 18), su carrera ya rinde tributo a unas constantes: la ambición continua, el espíritu de superación y un afán de mejora eterno. Un maestro.