La UCI condena a Armstrong al olvido
El organismo acepta la petición de la USADA y desposee al estadounidense de sus siete Tours de Francia por dopaje continuado El viernes decide si los segundos clasificados heredan sus triunfos
Ya es oficial: Lance Armstrong nunca ha existido.
Sus siete Tours consecutivos, las victorias que le convirtieron en un personaje más grande aún que el propio Tour, han sido un espejismo, una apropiación indebida de la que ha sido despojado. Nunca en la historia de ningún deporte se había tomado una decisión tan rotunda y dura. Armstrong ha sido hallado culpable de doparse continuamente, y de forzar a hacerlo a sus compañeros de equipo, facilitándoles la trampa incluso, y este ha sido el castigo. Un castigo a la altura del personaje, inmenso. Solo quizás la condena a Ben Johnson, el canadiense de los Juegos de Seúl 88, convertido por su positivo de anabolizantes en el mayor villano de la historia, o a Marion Jones, la reina de Sidney 2000, se le acercan.
Lo proclamó con pompa y circunstancia, rodeado de su plana mayor en los asuntos de dopaje, quien tiene el poder para hacerlo, el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), Pat McQuaid, y con una frase redonda, un titular imponente, tan imponente como la leyenda que borra al condenarla al olvido: “Lance Armstrong no tiene sitio en el ciclismo”. Y más aún: “Lance Armstrong merece ser olvidado por el ciclismo”. Y añadió: “Este es nuestro primer paso en el viaje del nuevo ciclismo”. Lo dijo, convencido del valor de sus eslóganes, McQuaid a la una de la tarde en el salón irónicamente denominado St Moritz (la montaña sagrada del doctor Michele Ferrari, el Mito, el médico que construyó a Armstrong) de un hotel de gentes de negocios pegado al aeropuerto de Ginebra.
“La UCI no recurrirá al Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) y reconoce la sanción que la Agencia Antidopaje de EE UU (USADA) ha impuesto. La UCI despojará a Armstrong de sus siete títulos en el Tour y le vetará en el ciclismo”.
La UCI aceptó 125.000 dólares del corredor y niega que tapara dos positivos
Hablaba en futuro pues será el próximo viernes el Comité Directivo de la UCI en una reunión extraordinaria el que consigne la resolución a los libros de registro del organismo. En la misma reunión se confirmará que la UCI acepta los seis meses de sanción (en lugar de los dos años habituales) impuestos por la USADA a los ciclistas que delataron a Armstrong confesando también sus culpas —Hincapié, Barry, Leipheimer, Vande Velde, Zabriskie y Danielson, a quienes McQuaid dio las gracias, aunque con la boca pequeña— y se decidirá finalmente si correrá la clasificación y los segundos clasificados entre 1999 y 2005 son proclamados ganadores, como se ha hecho en los casos de Óscar Pereiro y Andy Schleck, o si se dejará en blanco el nombre del ganador esos años, como reclama el Tour.
Todo ello lo dijo McQuaid ante un par de centenares de periodistas, los habituales de las salas de prensa del Tour, con el añadido exótico de reporteras de la televisión china, que al terminar su intervención, entre apocalíptica y mesiánica, se preguntaron: cuando McQuaid afirmaba que este es un día señalado, una línea trazada en la historia, una fecha que delimita un antes y un después, ¿se refería al ciclismo o a sí mismo?
Se refería al ciclismo, evidentemente, pues en ningún momento McQuaid admitió que él, o su antecesor en el cargo, Hein Verbruggen, el presidente durante el heptanato del tejano, tuvieran responsabilidad en la gestación de lo que denominó “la crisis más grande que el ciclismo ha conocido”. “Solo puedo disculparme por no haber cogido a más tramposos con las manos en la masa”, dijo McQuaid. “Hemos hecho todo lo que hemos podido con los medios que hemos tenido a nuestra disposición”. Toda una estrategia de limitación y control del daño en aras de lo que llamó la nueva “cultura del ciclismo, alejada del dopaje”, cuya acta fundacional se escribió así.
Es el primer paso en el viaje del nuevo ciclismo” Pat McQuaid, presidente de la UCI
Y este, de pura justificación de lo hecho, fue el tono de las respuestas de McQuaid —llegó a decir, uno como él que todo lo ha visto, que le “chocó y le enfermó” lo que leyó en el informe la USADA que sirve de base para la sanción más dura jamás pronunciada— a todas las preguntas que le hicieron mostrando perplejidad por las pasadas buenas relaciones Armstrong-UCI, o por qué ha sido la USADA y no la UCI quien tuviera que encontrar la verdad de Armstrong pese a todos los indicios que desde 2005 hacían pensar en un lado oscuro. Negó vehemente McQuaid, con dosieres de apoyo, que se hubiera tapado ningún positivo del tejano, ni en el Tour de 1999 —los corticoides justificados a posteriori—, ni en la Vuelta a Suiza de 2001 —las barras básicas del test de EPO que no llegaban al 80% fijado como umbral mínimo—. También, más papeles repartidos a la asistencia, desmintió que hiciera oídos sordos a las denuncias anteriores de ciclistas como Landis o Jacksche, y solo titubeó, balbuceó colorado, un buen trago de agua, cuando se le presionó con el asunto de los donativos del ciclista tejano a la lucha antidopaje (125.000 dólares en total, más de 95.000 euros, en dos entregas, en 2002, en mayo, coincidiendo con un análisis sospechoso en la Dauphiné Libéré, y en 2008, un retraso de tres años con una promesa de 2005). “Habría sido más inteligente no haberlas aceptado”, dijo McQuaid. “Pero lo hicimos de buena fe y porque necesitábamos el dinero. Pero no sirvieron para tapar ningún positivo porque no había ningún positivo que tapar”.
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