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El regreso de míster Love

Rijkaard, técnico de Arabia, rescató al Barça de las tinieblas pero fue devorado por un vestuario que al final bailaba más que jugaba

Rijkaard, ayer durante el entrenamiento de Arabia Saudí.
Rijkaard, ayer durante el entrenamiento de Arabia Saudí. Sxenik (EFE)

España se mide hoy a la selección de Arabia Saudí, en cuyo banquillo comparece Frank Rijkaard (Amsterdam, 1962), el hombre que lideró al Barcelona desde el banquillo durante la primera parte del mandato de Joan Laporta, cinco años que cambiaron la historia del Barcelona con Ronaldinho y el holandés como referentes. La huella de míster Love, como se le terminó conociendo en las catacumbas del Camp Nou, se traduce en dos Ligas, dos Supercopas y la segunda Champions en la historia del club, que el Barcelona ganó en París, contra el Arsenal. El paso del holandés fue un legado vital, una conducta singular que marcó a quienes compartieron con él aquellos años.

Durante el tiempo que Rijkaard vivió en Barcelona descubrió, no sin asombro, que por el Tibidabo, la montaña que limita la ciudad, correteaban jabalís, cambió de pareja, le dio empaque y sentido al juego del Barcelona, deshilachado tras el paso de Serra Ferrer, Rexach, Van Gaal y Antic, ganó títulos y gestionó al mejor y al peor Ronaldinho. Además, tomó decisiones de calado, que afectaron muy especialmente a Victor Valdés. “Para mí es como un padre”, recordaba ayer el portero del Barcelona antes de abandonar Las Rozas camino de Pontevedra. Él protagonizó una de las más emotivas escenas que se le recuerdan al holandés en el Barcelona: al término de la final de la Champions del año 2006, en Saint Dennis, el portero catalán buscó y encontró el abrazo de su técnico. Valdés, decisivo en aquel en encuentro, no se corta al reconocer la trascendencia de Rijkaard en su carrera. “Si no fuera por él, yo no estaría aquí”, resume sincero.

Se rebeló contra Rosell, que quería a Rustu, y fue un padre para Valdés

En verdad, nada más aterrizar en el Camp Nou, Rijkaard le plantó cara a Sandro Rosell, entonces vicepresidente deportivo del club, que había fichado al turco Rustu como portero y que presionó al entrenador para que apostara por él. En un arrebato de personalidad y criterio, amparado pro Begiristain, entonces director deportivo, el holandés sentó al turco y apostó por Valdés, una decisión trascendental. “Lo fácil hubiera sido ignorarme y no buscarse problemas, pero él se la jugó por mí y siempre le estaré agradecido”, recuerda el portero ahora que es campeón de Europa y del mundo con el Barcelona y con la selección. “Valdés tiene el carácter, la voluntad, es trabajador”, dijo el técnico de él en una entrevista, ayer, en Catalunya Ràdio.

Rijkaard es ese cariñoso abrazo con Valdés, los mimos a Messi el día que se lesionó contra el Chelsea, la capacidad para domar a Eto’o y su incapacidad para prolongar la motivación de Ronaldinho y, al tiempo, es la victoria del Barcelona en el Bernabéu, con gol de Xavi, un puñetazo al banquillo de Montjuïc y su inconsolable tristeza la noche que el Barça perdió la final de clubes en Yokohama contra el Internacional de Porto Alegre. Rijkaard es, en cualquier caso, una manera de hacer muy particular.

Nunca se impuso al vestuario, sino que le dejó hacer, así que terminó perdiendo el control tan pronto los jugadores decidieron bailar antes que jugar. Ocurrió con Motta, ahora en el Inter, cuando le dio un fin de semana para que decidiera si quería seguir siendo futbolista después de haberse ausentado de un entrenamiento y, muy especialmente, con Ronaldinho y Deco, a quienes dejó dormir no pocas mañanas en la camilla del vestuario cubriéndoles con partes médicos que hablaban de “gastroenteritis”. Su respetuosa entrega a la plantilla azulgrana quedó patente al dedicarles una reverencia en el Camp Nou durante la celebración del título de Champions.

El recuerdo de Rijkaard se llena de afecto si se mira con los ojos de quienes compartieron con él aquellos años, incluido Andrés Iniesta, a quien un día señaló como un repartidor de caramelos para justificar su fútbol. “Iniesta es una joya para ver en el campo”, dice hoy de él el holandés. Seguramente fue el de Fuentealbilla quien más le sufrió durante los años en Barcelona del que fuera centrocampista del Ajax, Milan y de la selección holandesa. Entonces aún era Andresito y solía aparecer como extremo derecho para reemplazar a Giuly desde el banco, donde empezó la final contra el Arsenal, en beneficio de Van Bommel. “Fueron años importantes para mí. Con él aprendí mucho” recordaba ayer el volante de la Roja. “Siempre le tuve por un caballero; dejó el ejemplo de un entrenador con buen gusto futbolístico, y una conducta ejemplar”, añadió Del Bosque.

Del Bosque: “Siempre le tuve por un caballero con una conducta ejemplar”

Con más kilos y el pelo más cano que al dejar Barcelona el verano de 2008 para entregarle a Guardiola un equipo que se había echado a perder por la autocomplacencia, Rijkaard volvió ayer a España por Sanxenxo y elogió a la selección española. “Para mis jugadores será una experiencia maravillosa jugar contra España. Es estupendo competir con los mejores del mundo. Están encantados. Será una lección, deben aprender de partidos como este”, dijo.

Tipo singular, llegó a citar una canción de Ketama durante una rueda de prensa en Alcoi, cuando Laporta le reclamó no sacarle mayor rendimiento a la plantilla. “No llores, no pierdas la esperanza, todo llegará”, recitó. Meses después, dejó el Barça. Más allá de los títulos, dejó el legado de un caballeroso respeto al fútbol.

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