Contador, un romántico enloquecido
El corredor de Pinto recupera el viejo ciclismo y destruye a 'Purito' Rodríguez con un ataque a 50 kilómetros de meta.
Hacía años que no se veía una boca tan abierta, un grito tan largo que despertó hasta a los osos de los Picos de Europa, unos dientes tan blancos. Se le vio hasta la campanilla. Nada de pistolas y disparos rituales. Nada de jueguecitos. Las manos al cielo, las mollas de los brazos como piedras, como las de Nadal, como las de un velocista de atletismo. Parecía un chaval ganando su primera carrera. Solo le faltó llorar o quizás lloraba por dentro tragando lágrimas como quien traga puñados de arena. Y no era un chaval. Era Alberto Contador, el debutante, el que llevaba días y días viendo como Purito Rodríguez le echaba la ceniza en cada cima de puerto nublándole la vista, dejándole sin horizontes, condenándole a ser un actor secundario, un meritorio impagable, algo así como un grandísimo actor cuyo nombre aparece en los créditos de una película bajo el epígrafe de “con la colaboración de”, pero el protagonista es otro.
Y se rompió la carrera. Y se rompió la Vuelta. Y la sentenció. La ajustició. Purito, el ingeniero de la vía, se vio solo, acosado, sorprendido, extrañado
Quedó claro que el ciclismo está en las piernas, después en la cabeza y luego, mucho después, en los recorridos. El ciclismo es de los ciclistas, no de la naturaleza, que a lo sumo está a su servicio o para su desgracia. El ciclismo fue de Contador en una etapa presumiblemente tranquila, sencilla, un poco escarpada, para casi desentumecer las piernas tras una jornada de descanso. Y Contador, el debutante, dobló el calendario, una y otra vez, hasta dejarlo del tamaño de una caja de cerillas y como era tan pequeño lo tiró a la cuneta. Era tiempo de devolver el ciclismo a la crudeza de hace medio siglo. De ser el caníbal, el Tarangu, el que hiciera falta. De gastar la última bala. A fin de cuentas, también Marlon Brando tuvo que disfrazarse y alterar la voz para que el productor de El Padrino, que no lo quería, no le reconociera. Y fue entonces cuando hizo el papel de su vida, como quería. Y era Marlon Brando.
Las dudas se resolvieron en un instante. En el Collado de la Hoz, un puertecito de segunda, exagerando, el Garmin se volvió loco porque no había metido a nadie en la escapada y Talanski tenía apuntada esta etapa en su hoja de ruta. Si le quedaba alguna duda a Contador, el Garmin se la despejó. Enloqueció la subida y el de Pinto se pintó la cara de comanche y se fue de expedición. Como en el lejano Oeste, como en el lejano ciclismo. “Si lo hizo Merckx, ¿por qué yo no?”, debió pensar Contador.
Quedó claro que el ciclismo está en las piernas, después en la cabeza y luego, mucho después, en los recorridos.
Era el kilómetro 134, poco más o menos, la frontera inesperada entre el subidón de Contador y el bajonazo de Purito Rodríguez. Un lugar intrascendente, cualquier lugar, como dicen los GPSs cuando no saben a dónde dirigirse. Y ahí Contador lo apagó y se guio por el romanticismo, por la única táctica, la única apariencia, que no había exhibido. Purito solo tenía a Losada de escudero, quizás de conversador en una etapa que incluso no renunciaba a ganar si se ponía a tiro. Y Contador se fue con la insolencia de los aprendices, con la estampa marrón oscura de los veteranos. Todo o nada. Total ser segundo… Total si cada vez que le atacó en los últimos kilómetros me aguanta y me echa el humo. Total si endurezco el trayecto con el equipo, él me vigila la rueda a un centímetro de distancia.
Y se rompió la carrera. Y se rompió la Vuelta. Y la sentenció. La ajustició. Purito, el ingeniero de la vía, se vio solo, acosado, sorprendido, extrañado. Contador pensó solo una cosa: ruleta rusa. Purito pensó muchas y así mirando y mirando, así empezó su ceguera. Entre decidir si se iba como un loco o esperaba acontecimientos, Contador le tomó un minuto fatídico, y luego otro medio, impulsado por Sergio Paulinho y por Jesús Hernández, hasta contactar con el grupo cabecero, y alinearlo, y exhibirles el caramelo de ganar la etapa a cambio de sus segundos, de sus minutos.
La Vuelta era suya. Incluso Losada, el escudero de Purito, se apartó en Potes, muerto, reventado, destrozado. Y a Purito le quedaron kilómetros y kilómetros para hacerse un psicoanálisis exprés sobre la bicicleta, mientras Contador, que incluso se despegó de Tiralongo, su excompañero, ahora en el Astana, que le debía un favor del Giro, decidió que debía ganar la etapa antes de sentenciar la Vuelta.
Así se plantó, soberbio y romántico, bello y agotado, en la meta de Fuente Dé, otro puertecito para sprinters de media montaña, desatado, feliz como un niño, sabiendo que había superado el suicidio de un ataque de los que ya no se llevan, de haber vencido otra barricada, como un estudiante enfurecido en pleno mayo francés. Con la boca abierta, el corazón abierto, los brazos extendidos. 2m38s después llegaba Purito Rodríguez, la boca cerrada, los brazos encogidos, pero la mirada abierta, vencido por un romántico enloquecido que le había discutido la fortaleza con un arco, una flecha, un corazón de hierro y dos piernas como columnas. Es el ciclismo. Más aún a los pies del macizo de los picos de Europa, que miraba socarrón, desde su grandeza, el paso de las hormigas multicolores. Pero una era grande. Blanca. Delgada. Con la boca abierta. Parecía un lagarto. Pero era una víbora. Y se comió la Vuelta.
1ª etapa: Castroviejo, oreja y rabo
2ª etapa: El chupinazo alemán
3ª etapa: El contador se pone en marcha
4ª etapa: Un abanico tormentoso
5ª etapa: El indomable Degenkolb
6ª etapa: Froome le tira el guante a Contador
7ª etapa: Degenkolb, coleccionista de víctimas
8ª etapa: Supersónico Valverde
9ª etapa: Purito asalta Montjuïc
10ª etapa: Pensando en el tictac
11ª etapa: Una contrarreloj muy electoral
12ª etapa: Dos reyes en la cuesta del martirio
13ª etapa: Golpe de Estado a la dictadura
14ª etapa: Purito, la mosca de Contador
15ª etapa: Entre puros y piedras
16ª etapa: El misterio de la Cobertoria
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