La guerra, los Juegos, la Vuelta
Daniel Teklehaimanot, eritreo, corre la ronda española después de ser abanderado olímpico y tras unos difíciles inicios
No le miren el dorsal, el 158. No hace falta. Se llama Daniel Teklehaimanot. Es eritreo, región desgajada de Etiopía en 1993, tras una guerra. Y ahora corre la Vuelta a España con su aire poderoso. Es el único negro, no el único africano, porque Froome lo es de nacimiento (Kenia).
Teklehaimanot corre en el equipo australiano Orica Greenedege. Todo se puede ahorrar porque estamos hablando del único en el pelotón que puede presumir de muchas cosas. A saber: es campeón continental en contrarreloj individual, por equipos y en ruta. También ha estado en los Juegos de Londres, como abanderado de su país, aunque luego quedase en el puesto 73 en la prueba en ruta. Cosas del destino. Probablemente ahí cumplió su sueño, su ilusión inconcebible, aquello con lo que alucinaba en lo páramos, en los secarrales de Debarwa hace 23 años, muerto de calor o vivo por el sol, que nunca se sabe.
Tenía cinco años cuando su país fue libre. Quizás ni se dio cuenta. Quizás solo notó que ya no llovían bombas, que no se cortaban cabezas a machetazos, que su viejo país no asaltaba sus chozas y solo repartía el hambre entre sus convecinos, como si el hambre eligiera sus víctimas por orden alfabético o etnia de origen. Pero a él le gustaba la bicicleta, algo así como un coche en Manhattan. Disfrutaba dando pedales, quizás huyendo, seguro que gozando. Y a los 18 años fue acuartelado en el centro de alto rendimiento de la UCI en Aigle (Suiza). Había facultades, tantas que le hicieron ser sexto en el Tour del Porvenir y que le fichara el Cèrvelo, aunque luego lo soltara en 2010.
Es campeón continental en contrarreloj individual, por equipos y en ruta. También ha estado en los Juegos, como abanderado de su país
En Varese, terreno neutral, había heredado su casa un tal Cadel Evans, cuando fue reclutado para el ciclismo europeo, recién llegado de su Australia natal para ser el ganador del Tour 2011. Él tuvo más penalidades. Tuvo taquicardia, pasó por el quirófano, estuvo un mes sin entrenarse. Demasiados problemas. Luego, se nacionalizó suizo para evitar el servicio militar en un país en guerra permanente o latente. El atardecer tenía necesariamente que tener un amanecer. Le fichó el Orica. Bien es cierto que influyó la nueva normativa de la UCI ProTour, que cuenta los puntos en continentes diversos. Un campeón de tal naturaleza da más puntos que todos sus compañeros de equipo juntos. Las penalidades no eran pocas. “En los Juegos de Pekín, tres días antes de salir me dijeron que no tenía billete”, recuerda. Y el abanderado se quedó en tierra. Total, nadie se iba a percatar de su presencia. Ni de su ausencia.
Quizás su colega sea Cheng Ji, el primer chino que se atreve con el manillar, el calor, los puertos y varios miles de kilómetros de la Vuelta, en el equipo Shimano. A él sí hay que mirarle el dorsal (199) porque de su raza hay muchos en el pelotón.
De uno a otro hay más que un trecho. Daniel quizá ya ha superado a su referente, el campeón africano Nantnael Berhane, la gloria sobre dos ruedas. A Daniel no le miren el dorsal. Es él. No pueden equivocarse.
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