El gol más joven

El fútbol es tan grande que reparte para todos y de todos los colores. En el inicio liguero fue cruel con el Celta y generoso con el Málaga y un jovencito camerunés, casi un niño, Fabrice Olinga, que con 16 años y 98 días se convirtió en el jugador más joven en marcar un gol en la Liga española, tanto que además actúa como lenitivo para un equipo en plena convulsión en los despachos y un horizonte de exigencia con la necesidad deportiva y económica de ganarse el pase a la Liga de Campeones ante el Panathinaikos.

El partido tuvo una viveza desacostumbrada en los estrenos, un ritmo complicado de encontrar mediado agosto. Es lo que tiene el Celta, equipo que convierte todo lo que sucede en los últimos cuarenta metros en un sprint. Cada vez que se corrió, que los acontecimientos derivaron en un ir y venir parecieron más a gusto los locales, más atribulado el Málaga, con querencia hacia la pausa y la sorpresa del pase interior de Isco o Joaquín. Se atascó el equipo que adiestra Pellegrini porque se topó, sin encontrar referencia en ataque con Seba, con un rival blindado que cambió el sistema que le llevó al ascenso y cimentó dos líneas de cuatro ante Varas. En la más avanzada se integró Álex López, un talento que necesita espacios, escorado y tapando la zurda. De Lucas ocupó posiciones avanzadas y más centradas. Su técnico, Paco Herrera, quiere aprovechar su explosividad en los últimos metros y liberarle del trabajo defensivo por los costados, busca su talento, en definitiva. El planteamiento sin balón se ejecutó correctamente, pero tras la recuperación chirriaba, porque Álex López quedaba al margen de la zona de creación y por allí Oubiña o bien estaba demasiado lejos de los delanteros o le faltaba panorama con Bustos siempre próximo. Con López neutralizado, el Celta se abocó al balón en largo, que no al pelotazo. No le ofreció malos réditos, porque Aspas y De Lucas rezuman pillería y recursos y los centrales del Málaga, por momentos se atolondraron ante su movilidad. Weligton concedió dos claras opciones de gol y el Celta explotó esa veta. Llegó al área con cierta soltura, pero erró en la definición siempre ante Caballero, perfecto, sólido guardameta.

Y atrás siempre iba a tener problemas el Celta por más que trabajara para evitarlos. Los tuvo porque Isco es un futbolista diferente, capaz de descolgarse y de la nada sacar un chut hacia la escuadra. Los palos evitaron goles de bandera, los que merecía el partido, primero al mediapunta malagueño, luego a Olinga, que preludió su gol, tan prosaico como histórico, de una belleza con quiebro, bicicleta y disparo colocado al poste. Con ocho minutos por delante, la réplica del Celta estuvo a la altura de un equipo grande, se volcó con tanta rabia como fútbol. Cabral falló un gol increíble al mandar al larguero un remate desde el área pequeña sin portero cerca. Acabó con los jugadores exhaustos y desparramados por el suelo, como si fuera el final de una final. Y solo es el comienzo. También para Olinga, por lo que parece.