Gratitud eterna
Lo más grande que han conseguido estas chicas es que una niña quiera ser como ellas, que quiera jugar al waterpolo
No nos engañemos: después de estos Juegos, las chicas del waterpolo español seguirán entrenándose seis horas al día y nadie las hará ni caso. Y, cuando lleguen a la piscina a jugar un partido, en la grada estarán sus amigas, sus familias, sus chicos y cuatro locos enamorados de este deporte que con su esfuerzo anónimo lo mantienen trabajando en un puñado de clubes, pequeños, muchos en Cataluña, unos pocos en Madrid y alguno en Sevilla.
Nada va a cambiar. Pasará el subidón y todo volverá a la normalidad, al anonimato de un deporte maravilloso. No soñemos, es lo que hay. Somos los que somos y hacemos lo que hacemos, llenos de amor al deporte, al grupo, al compañero, sin esperar nada. Pero, como diría Joan Jané, hemos de meternos esta medalla en la buchaca y saber que, más allá de lo que supone subir al podio en unos Juegos Olímpicos, el verdadero legado de las chicas que ha entrenado Miki Oca no es de metal, es otro.
Han dado luz al waterpolo femenino español y eso, como la medalla que ganaron ayer, es para siempre
Estoy seguro de que hoy una niña pedirá a sus padres que la apunten al waterpolo. En Sevilla, en Mataró o en Burgos. El problema será que no tendrán dónde practicarlo, que no habrá una piscina y seguramente no habrá un equipo que las arrope. Pero lo más grande que han conseguido estas chicas es eso: que una niña quiera ser como ellas, que quiera jugar al waterpolo como ellas. No las conozco, pero las respeto profundamente y las envidio abiertamente: se lo tienen que haber pasado de maravilla en Londres. Y les doy las gracias por lo que han hecho por el deporte que tanto amo.
Hace meses, mis amigos del waterpolo, mi hermano Albert, me hablaron maravillas de ellas. Las seguí en el torneo preolímpico y me causaron muy buenas sensaciones. Las quería ver en los Juegos más de lo que las he podido ver, pero no me perdí el primer partido, contra China. Cuando terminó, llamé a Albert emocionado. “Estas, si aguantan la presión, van a por medallas”, le dije. Se les notaba que tenían algo especial. Más allá de que juegan bien, tienen boya, tienen tiro, tienen portera y se defienden con los dientes, hay algo que me recuerda a aquel equipo de 1992 porque disfrutan jugando al waterpolo con pasión.
Me alegro especialmente de que tengan una medalla al cuello por Miki. Era el hombre más tranquilo del mundo antes de un partido y en un segundo le estaba atizando un puñetazo al que se le pusiera por delante. Me imagino la pasión con la que estará disfrutando estos días. Miki se lo merece por lo que ha sufrido. Por lo que ha peleado en su vida, se merece esta tercera medalla.
A sus chicas, a las que no tengo el placer de conocer personalmente, mi más sincera felicitación, mi máximo respeto y mi gratitud eterna por lo que han conseguido: que una niña quiera tirarse a la piscina con un gorro, una pelota y un grupo de amigas dispuesta a luchar por sus sueños. Ellas han dado luz al waterpolo femenino español y eso, como la medalla que ganaron ayer, es para siempre.
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