La historia y Blake ante Bolt
Ningún atleta ha sido capaz de ganar dos veces los 200 metros olímpicos, el próximo desafío del jamaicano después de demostrar su poderío en el hectómetro
¿Y si el verdadero duelo con Yohan Blake se diera en los 200 metros? Ningún atleta hasta ahora ha ganado el oro olímpico más de una vez en el doble hectómetro, un hecho que, evidentemente, más que deprimir, excita a Usain Bolt, preparado para ser una vez más el primero de la historia en algo (una historia interminable, por supuesto, pues en Río de Janeiro 2016 querrá ser el primero que gana tres oros en los 100 metros, y así…) en la final de mañana, jueves (21.55). Los dos mejores antes de Bolt que lo intentaron, Carl Lewis y Michael Johnson, fracasaron. El Hijo del Viento quedó segundo en Seúl 1988 después de haber ganado en Los Ángeles 1984 y Johnson se intoxicó comiendo marisco en Salamanca antes de los Juegos de Barcelona 1992, en los que habría sido el favorito para su primer 200 de oro, que debió dejar para Atlanta 1996.
Si alguien puede impedir el éxito de Bolt es su compañero de entrenamientos, amigo, acicate, motivador y no se sabe cuántas cosas más Yohan Blake, quien el año pasado, una semana después de aprovechar el nulo de su amigo para proclamarse campeón mundial de los 100 en Daegu, corrió la distancia en Bruselas en 19,26s, la segunda mejor marca (la mejor, el récord del mundo, 19,19s, de Bolt, claro).
En la primera eliminatoria, ayer por la mañana, un día que más reclamaba pereza que diligencia (la idea de que las series y finales sucesivas de unos Juegos se pueden comparar a una carrera por etapas, en la que se trata de gastar lo menos posible los días en que no hay nada que ganar para llegar enteros al día decisivo, tampoco es extraña a la mentalidad de los velocistas, pese a que para ellos la vida es una sucesión de fogonazos), las dos Bs del atletismo jamaicano se conformaron con mover las piernas rapidillo y cubrieron el trámite en 20,38s (Blake) y 20,39s (Bolt): ambos, más lentos que el francés Lemaitre (20,34s), la gran esperanza blanca de podio.
Los dos mejores que lo intentaron antes, Carl Lewis y Michael Johnson, fracasaron
La vida de Bolt parece también una sucesión de anécdotas de bajo voltaje. Si en Pekín la charla del día posterior a su coronación era su gusto desmedido por las alitas de pollo del KFC, en Londres el nivel de los chascarrillos no se ha elevado excesivamente y se habló más de sus quejas porque horas antes de la final, en la cámara de llamada, los vigilantes le quitaron de la bolsa una cuerda para saltar a la comba que de sus proezas atléticas.
Es lo que toca antes de la final, cuando se hablará ya en serio de su relación maestro-alumno y algo más con su compañero de entrenamientos Blake. Una primera indicación de esa compleja relación la ofreció Bolt el domingo a última hora, cuando admitió que fue Blake su “despertador, aguijón y motivador”. “Cuando me ganó el chaval en los campeonatos de Jamaica”, dice el gran Bolt, “me di cuenta de que me tenía que tomar en serio la cosa, que tendría que trabajar de verdad si quería ganar en Londres”.
Resuelta su satisfacción en la final de los 100 metros, en la que Blake marcó sus límites en 9,75s, los 200 no dejan de ser complicados, pues, al igual que su hermano mayor, de Blake lo peor son los 30 primeros de cualquier prueba, la salida, la puesta en marcha; después entra en acción su turbo (o su gran capacidad de velocidad-resistencia), que le haría bueno también en los 400 metros. Como Bolt, pero más trabajado Blake, la bestia en los entrenamientos.
Podría ser irónico que fuera su compañero de club el que privara a Bolt de un doblete único, pero no sería la primera vez que ocurriera algo similar en la historia de los Juegos: el verdugo de Lewis en Seúl fue justamente su compañero de entrenamientos en el Santa Monica, Joe DeLoach, quien nunca volvió a ganar nada en atletismo.
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