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14 de julio en Sète con Wiggins

El ciclista alemán vence en la línea de meta a Sagan, después de un intento fallido de escapada en los kilómetros finales de Luis León

Carlos Arribas
Greipel celebra la victoria de etapa.
Greipel celebra la victoria de etapa.Laurent Rebours (AP)

Como todos los 14 de julio, ayer la mitad de los franceses, después de desayunar con preadolescentes enfurruñados contra las vacaciones en la Francia rural, profunda, cogió el coche para invadir, como una corriente viscosa, todas las carreteras de los alrededores a 50 por hora; otra mitad, se plantó desde las nueve en la cuneta de las carreteras por donde pasaba el Tour, y la otra mitad, se quedó en la cama como Paco Ibáñez o tomando un pastis con George Brassens en Sète, donde la carrera ascendió al Monte de Saint Clair para contemplar el Mediterráneo como le gustaba a Paul Valéry, la luz clara, transparente. Y el maillot amarillo de Bradley Wiggins.

Clasificaciones

13ª Etapa

1. André Greipel (Ale. / Lotto) 4h 57m 59s.

2. Peter Sagan (Esl. / Liquigas), m.t.

3. Edvald Boasson Hagen (Nor. / Sky), m.t.

4. Sébastien Hinault (Fra. / Alm), m.t.

General

1. Bradley Wiggins (G.B./Sky), 54h 34m 33s

2. Chris Froome (G.B./Sky), a 2m 5s

3. Vincenzo Nibali (Ita./Liquigas), a 2m 23s

4. Cadel Evans (Aus./BMC), a 3m 19s

5. Jurgen Van den Broeck (Bel./Lotto), a 4m 48s

6. Haimar Zubeldia (Esp./Radioshack), a 6m 15s

Una mitad de los que pasaron el día en la cuneta se abanderaron y se disfrazaron posando para una campaña publicitaria sobre la felicidad de las cosas simples mientras sus niños hacían malabares con tres naranjas oyendo a Stravinski; otra mitad acudieron para ver si pescaban una bolsita de gominolas de Haribo caída de la caravana publicitaria o un bidón sobado, pringoso, salivado y vacío de los que tiran los ciclistas. La otra mitad admiró el descenso delirante del pelotón —163 famélicos chavales con cascos enormes y mínimas espaldas encorvados sobre una bici y maldiciendo contra el sol y contra el asfalto, contra el viento y contra las medianas, contra las vallas, contra los ralentizadores de tráfico— hasta la playa, donde Pauline de Orange sirve café a los periodistas italianos —auténticos quijotes: llegan noche cerrada a un hotel en el campo donde les sirven un plato de queso y un vaso de vino tinto, y parten con el alba hacia el atasco y hacia Pauline— nerviosos porque prevén que un rayo verde llamado Nibali les hará un guiño desde lo alto de Saint Clair hacia el viento.

Morkov bendice a su padre, que murió hace cinco años, y se lanza, corazón y huesos, sentimiento, en fuga loca a 65 kilómetros de la meta, toma un bidón lleno al pie del monte de Sète y con sobrepeso hace eses ebrias en la cuesta hasta que es tragado por el pelotón. Todos en fila tras Evans y Van den Broeck, y Nibali y Wiggins. Wiggins, solo, sin necesidad de Froome, su tobillo, su pedalada ligera, su golpe de pedal increíble. El rayo que deslumbra a la hora de la siesta no es verde, es jaune Tour. El periodista italiano suspira y espera. El tiburón quizás vuele hoy, en los primeros Pirineos, en el vertiginoso descenso del terrible Muro de Peguère hacia Foix.

Lo siento por Luisle, que es buen chico” Wiggins, al que el murciano maldijo

Valverde maldice el viento y los abanicos. El Tour se ha convertido para él, quién se lo iba a decir a los 32 años, en una escuela de ciclismo. Debe aprender a desenvolverse solo, a oler el viento, a vencer el miedo a los codazos, estrechamientos y frenazos. La lección de ayer fue dura, y no está claro que la asimilara. “No es que los abanicos no sean para mí”, dijo el murciano tras llegar a meta a 14m del ganador, André Greipel, en el último de los tres grandes grupos en que el viento de tierra hacia el mar desmenuzó al pelotón en los últimos 20 kilómetros, cuando bordean las playas y Horrach, su amigo, hasta le empuja desde la bici, le ayuda a no perder la cara. “Es que en este Tour no tengo nada que hacer y me da igual perder tiempo”. Luis León maldice a Wiggins cuando lo oye resoplar a su espalda, el sonido de una locomotora de alta velocidad por lo menos, a 400 metros de la llegada, hasta donde el otro murciano del Tour ha llegado destacado, unos segundos mínimos, con tiempo suficiente para verse desbordar por la izquierda por Wiggins, fulgurante, trazando mágicamente, la escuela del velódromo, una curva de ballesta con Boasson Hagen a rueda, lanzando un sprint espléndido.

No tengo nada que hacer. Me da igual perder tiempo" Alejandro Valverde, tras llegar a 14 minutos

“Lo siento por Luisle, que es un chico que me cae muy bien”, dijo el líder cuando le transmitieron el lamento del mulo de Mula, justo después de que, en una de sus habituales proclamas, reflexionara, chico de la clase obrera, sobre la no necesidad de jefes en el pelotón. “Nunca en mi vida he querido a los jefes. Y el ciclismo ha tenido jefes que imperaban por miedo, no por respeto. Lo que necesitamos son líderes a los que respetar, que no tienen por qué ser los que ganen las carreras necesariamente”, dijo. “Y lo siento por Luisle, pero tenía que recompensar a Boasson por el trabajo que hace para mí”. El noruego, sin embargo, quedó tercero. Le superaron en los últimos metros Sagan y Greipel, quien ganó con el golpe de riñones y empató a tres victorias con el eslovaco.

Prólogo: Las variaciones Cancellara

Primera etapa: Los domingos generosos

Segunda etapa: Contra la melancolía, Cavendish

Tercera etapa: La construcción del personaje Sagan

Cuarta etapa: ¿Será Greipel el bosón de Higgs?

Quinta etapa: Y una montaña en San Quintín

Sexta etapa: Una guerra de guerrillas

Séptima etapa: El 'nuevo ciclismo' toma el poder

Octava etapa: Wiggins y sus 'enemigos'

Novena etapa: Wiggins, un Indurain muy locuaz

Décima etapa: Los maquis del Grand Colombier

Undécima etapa: Cuando el segundo es mejor que el primero

Duodécima etapa: Pedaleando en la luz

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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