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Julio quebrado

13 corredores menos que ayer tomaron la salida de la primera etapa con final en alto

Carlos Arribas
Caída en la sexta etapa del Tour
Caída en la sexta etapa del TourSTRINGER (REUTERS)

Óscar Freire tenía perfectamente pensada la hoja de ruta de su última temporada como ciclista profesional: un último Tour en julio, un último intento de gloria olímpica en Londres tras la frustración de los tres Juegos que ha disputado casi en agosto, un último intento del récord de Mundiales en septiembre, cuatro. Todo ello se demostró ayer papel mojado, sangre, asfixia, gasas y algodón a 25 kilómetros de Metz, y una etapa no prevista en su trazado ideal, el servicio de urgencias del hospital del Buen Socorro de la capital lorena, donde hizo cola con decenas de colegas dolientes hasta altas horas de la noche. “Se colapsó el servicio, no solo por el Tour, sino porque hubo un accidente grave de circulación”, dice Jesús Hoyos, médico del Movistar, el equipo más tocado del día.

“Aunque le dijeron a Freire que tenía tres costillas rotas, en realidad es solo una, que ha traspasado la pleura y creado un neumotórax que curará en tres días; después, a ver qué guerra dan las costillas”, dice hoy por la mañana Valerio Piva, su director en el Katusha, que quiere no pensar que su caso pueda ser como el de Pablo Lastras, caído en el Giro hace casi dos meses y a quien aún molesta una costilla. De ser así, este julio quebrado, podría ser el último mes de Freire en el ciclismo, un fin no merecido por uno de los mejores ciclistas españoles de la historia.

Incluido Freire, que seguía hospitalizado, hoy han tomado la salida 12 corredores menos que ayer, y uno, el francés Delaplace, abandonó al comienzo de la etapa, todos ellos víctima de las varias caídas, unos cuantos, como Freire, con costillas rotas, el hueso que ha tomado el relevo de la clavícula en el hit parade del momento. A los cuatro que no llegaron a Metz (Astarloza, Viganò, Danielson y Poels), a otros ocho los médicos les encontraron dolencias y fracturas que les impidieron tomar la salida de la octava etapa, la primera con final en alto, La Planche des Belles Filles, tradicionalmente el día en que se acaban los nervios, los miedos y las caídas. Se trata de Hesjedal y Hunter (Garmin), Wynants (Rabobank), Erviti e Iván Gutiérrez (Movistar), Txurruka (Euskaltel, tercer año consecutivo con clavícula rota), Freire y Dupont (Ag2r). Y unos cuantos más, como Verdugo (Euskaltel) y Van Summeren (Garmin), salieron tan malheridos que muchos dudaban que pudieran terminar.

“Más perdimos en Gois”, intenta relativizar José Luis Arrieta, recordando la caída masiva del Tour del 99

“Más perdimos en Gois”, intenta relativizar José Luis Arrieta, recordando la caída masiva del Tour del 99 en la que su líder, Alex Zülle perdió todas las posibilidades de ganar un Tour que finalmente fue el primero de Armstrong. El equipo que dirige, el Movistar, fue quizás, junto al Garmin, el más perjudicado por una caída, una explosión, cuya onda expansiva les pilló de pleno. “Imanol Erviti fue operado de una herida profunda en la pierna, con pérdida de masa muscular, y pese a eso esta mañana ha llamado del hospital diciendo que fuéramos a buscarle, que quería salir”, añade Arrieta, con el pañuelo rojo de San Fermín al cuello, una tradición de toda la vida de su equipo pese a que normalmente no suele ser el 7 de julio un día para recordar por su equipo. Su fundador, José Miguel Echávarri, suele decir que antes, en los tiempos de la ingenuidad achacan la mala fortuna a que San Fermín tenía en Pamplona asuntos más urgentes que cuidar que en el Tour. Del Movistar han dejado ya por caída tres corredores el Tour y los seis supervivientes están todos tocados. “Valverde tiene un golpe fuerte en el cuádriceps, un bocadillo, que le puede mermar el rendimiento unos días; a Rui Costa le duelen las dos rodillas; Karpets apenas puede apoyar un pie; a Cobo le duele todo; Rubén Plaza tiene una costilla tocada”, enumera su médico, Jesús Hoyos. “El único que no se queja de nada es Kiryienka, pero es bielorruso, de los que nunca se quejan”.

Pese al interés de algunos por culpar al pinganillo de la caída, un argumento que aparte de hacer el juego a la UCI, que quiere prohibirlos, parte del principio de que los ciclistas son borregos que hacen sin pensar lo que les gritan por la oreja sus jefes, parece precisarse que la causa de la gran caída fue un despiste de Viganò, uno de los más perjudicados, quien, según su líder, Petacchi, soltó una mano del manillar para coger unos cubrezapatillas que le daba para guardarlos. Justo en ese momento se ralentizó la marcha delante y Viganò, con una sola mano, no fue capaz de frenar a tiempo y desencadenó el apocalipsis.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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