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EL CHARCO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El reino de la pelota

Pirlo y Xavi, durante la final
Pirlo y Xavi, durante la finalAlex Livesey (Getty Images)

La sorpresa más grata de la Eurocopa fue constatar la nueva relación entre los italianos y la pelota. Esta reconciliación trae consigo preguntas. ¿Será capaz de sostener sus intenciones? ¿Podrá ubicarse más allá del abultado resultado de la final y ver el camino que la llevó hasta ella? ¿Se extenderá esta revolución de Prandelli más allá de Prandelli? ¿Acompañará el calcio las ideas o permanecerá cerrado en su ortodoxia?

Uno no se hace estas preguntas porque considere que a Italia le falte estilo, sino porque, apegada a aquel arraigado conservadurismo, nos ha ofrecido una intermitencia asimétrica: entre el brillo de algunos de sus equipos históricos, la oscuridad de largos periodos de tedio. Sobre todo, en aquellos conjuntos en los que no ha habido luminarias de la talla de Baggio, Totti, Del Piero o algunos extranjeros fenomenales que otorgaran el punto de fantasía necesaria para que los partidos no terminaran 0-0.

Ese cambio de perspectiva y la confianza que tomaron los italianos a medida que avanzó la competencia con su nuevo lenguaje se vieron en la disposición inicial, pues, a diferencia del debut, se animaron a salir desde atrás, prescindiendo de la línea de cinco y de De Rossi en el centro de la defensa. Un atrevimiento que ya no sorprendió a España, que sostuvo a Cesc como falso nueve y salió a presionar más arriba.

¿Se extenderá esta revolución de Prandelli más allá de Prandelli? ¿Acompañará el ‘calcio’ las ideas o permanecerá cerrado en su ortodoxia?

Fue ese adelantamiento el que llevó a De Rossi a alternar su posición inicial, a la izquierda de Pirlo, con la del primer partido para intentar clarificar las salidas un paso por detrás de Pirlo, muy presionado.

Si esa efectiva presión devolvía la pelota a los pies de España, era Xavi el que evitaba la presión contraria. Porque Xavi jugó de todo, pero sobre todo de nada. Y es imposible marcar a un futbolista que no juega en ningún lado y aparece en todos. Xavi, como esos kits de adaptadores que venden en los aeropuertos, lo conecta todo. A través de su extraordinario talento y su movilidad, España escalaba posiciones y se filtraba por las grietas de una Italia más abierta. Con Xavi inició el primer gol que canalizó Iniesta hacia un punzante desmarque de Cesc que conectó Silva. Una maniobra para reafirmar la lógica de Del Bosque de asegurar primero el dominio del partido y buscar luego la profundidad.

Menos esperada, aunque no menos preparada, resultó la jugada del segundo gol. Una salida larga que, tras un rápido apoyo, habilitó Xavi al pique profundo de un Alba desatado que confirmó su momento con una definición sencilla, de delantero.

La altura a la que llevó el juego España en la segunda parte redujo el oxígeno a los italianos, que intentaron ganar profundidad con Di Natale. Su ingreso y la obligación de descontar alargaron demasiado a La Azzurra, que buscó equilibrio cambiando a Motta por Monteolivo. Difícil solución cuando inmediatamente Pedro se instaló en la derecha para sostener en su sitio al lateral.

Tras la lesión de Motta, España se abrió para tocar y desfondó a una Italia ya sin reemplazos ni energía. Del Bosque tuvo tiempo incluso para lucir a Torres, que convirtió otra vez en una final, y a Mata, que se llevó el último premio.

Italia fue un digno retador para España, que, con esta generación irrepetible, demostró una vez más por qué es hoy el rey del fútbol. Y también el rey de la pelota.

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