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Ni con la ayuda de san Calogero

El patrón de Agrigento no dio esta vez a Italia la suerte que en 1982 y 2006

Pirlo no puede contener las lágrimas tras la final.
Pirlo no puede contener las lágrimas tras la final.ANDREAS GEBERT (EFE)

A la tercera, falló san Calogero. Así se llama el patrón de Agrigento, una ciudad de 60.000 habitantes en la costa sur de Sicilia. Resulta que, en vista de que la procesión del santo y la final de la Eurocopa coincidían en el día y la hora, los organizadores decidieron posponerla para que los fieles no se vieran en el brete de tener que elegir —y eligieran quedarse frente al televisor—. Pero, lo cierto, es que había otro motivo, tal vez menos confesable. En los Mundiales de 1982 y de 2006, lo que son las cosas, también coincidieron las finales y la procesión de Agrigento. En ambos casos se retrasó la procesión e Italia ganó.

Así que la situación estaba clara. Para qué tentar la suerte en un país tan supersticioso para las cosas del fútbol. No había más que retrasar la procesión y luego pasear a san Calogero entre fieles felices y agradecidos. Pero, a la tercera, san Calogero falló.

La explanada del Circo Máximo fue una fiesta. Hasta que empezó el encuentro

La historia del santo con la pólvora mojada es socorrida porque, por lo general, la noche fue bastante aburrida. Lo general fueron los miles de aficionados que acudieron al Circo Máximo con la esperanza de celebrar juntos, ante una pantalla gigante colocada por el Ayuntamiento, la victoria de Italia. La explanada fue una fiesta. Hasta que empezó el partido.

Los miles de aficionados romanos que acudieron pertrechados con toda la quincalla típica —también con las infernales vuvuzelas que se dieron a conocer en el Mundial de Sudáfrica hace dos años— se dieron cuenta enseguida de que ni la ayuda de san Calogero sería suficiente.

No había ni motivos para discutir. Italianos y españoles apuraban juntos la última cerveza

La selección española dominó desde el primer momento y los aficionados italianos —que viven el fútbol con pasión, pero también con mucho conocimiento— se percataron enseguida de que sería muy difícil ganarle a España. Así que la fiesta, no solo en el Circo Máximo sino en cada uno de los bares y restaurantes de la ciudad, se convirtió en un velatorio.

Eso, por lo general. Lo particular fue comprobar que si hay alguna ciudad donde hay españoles —residentes, de paso y mediopensionistas— esa es Roma. Desde media tarde, el centro de la capital fue tomado por cuadrillas de españoles vestidos de ídem que, al final del partido, explotaron de alegría sin cortarse un pelo ante el disgusto ajeno.

Al filo de las once de la noche, y dada la superioridad vista en el campo, no había ni motivos para discutir. Aficionados italianos y españoles apuraban juntos la última cerveza y miraban por la televisión la alegría de Torres o la desolación de Balotelli en amor y compaña. En Agrigento, por cierto, la entrega de la copa de campeón a Casillas coincidió con el principio de la procesión.

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