Schoen, el mito con gorra al que acecha Del Bosque
El seleccionador español aspira a igualar al legendario técnico alemán, el único que cuenta con un Mundial y una Eurocopa
La Federación Alemana de Fútbol entregó en 1964 el mando de su selección a Helmut Schoen (Dresde, 1915), ayudante de Sepp Herberger, el técnico que había obrado El Milagro Alemán en la Copa del Mundo de 1954 al derrotar inesperadamente a la Hungría de Ferenc Puskas en la final. Ese traspaso de poderes desembocó en la edad de oro de la Nationalmannschaft. Permaneció en el cargo hasta 1978 y su equipo se proclamó subcampeón mundial en 1966, campeón europeo en 1972 y mundial en 1974 y subcampeón europeo en 1976, cuando el penalti de Panenka a favor de la antigua Checoslovaquia. Esa grandiosa secuencia de títulos y finales supone que Schoen sea hasta el momento el único entrenador que ha conquistado un Mundial y una Eurocopa. El mismo hito que Vicente del Bosque aspira a igualar el domingo.
Nacido en la Alemania del Este e hijo de un marchante de arte que también ejerció de secretario personal de miembros de la realeza británica, Schoen ha quedado retratado como el seleccionador alemán por excelencia. Se dedicó al fútbol pese a la oposición de su progenitor, que consideraba este deporte como una actividad de baja alcurnia. Como jugador, tiene una de las mejores marcas goleadoras de la selección germana: 47 goles en 46 partidos.
Su imagen en los banquillos, coronada siempre con una gorra de plato, escondía a un hombre tranquilo. “Para mí, fue un padrazo porque la diferencia de edad entre los dos era abismal. Me hizo debutar en la selección siendo muy joven. Le recuerdo siempre con una de sus gorras, pues tenía muchas, dándome consejos sobre cómo colocarme en el campo. Era muy calmado y nunca levantaba la voz”, rememora el exmadridista Uli Stielike.
Mejor ser un buen segundo que un mal primero” Schoen, tras caer ante Inglaterra
Ese carácter paternalista y bonachón y su carrera plagada de éxitos paralizaron Alemania cuando anunció su retirada. La televisión le dedicó una gala de despedida en la que el cantante austriaco Udo Jürgens le dedicó una canción titulada El hombre de la gorra se va y que definía todo lo que fue y lo que significó para sus compatriotas: “La gorra cayendo sobre el rostro / no expresa más que a un hombre tranquilo y con calma. / Así es como pedimos verle siempre en la banda. / Era como un general con corazón, / un amigo y un jefe al mismo tiempo. / Iba siempre dando consejos / o sacándose trucos del bolsillo. / Contigo hemos ganado y hemos perdido. / El hombre de la gorra se va a casa. / Gracias, Helmut”.
Si se ha jaleado la revolución estilística que emprendió Jürgen Klinsmann y ha continuado Joachim Löw, la de Schoen no fue menor. “El juego en sí se vive desde la ocupación del centro del campo, desde lo lúdico para desarrollar las ideas y que emane la creatividad”, solía decir. Con esa máxima se dedicó a seleccionar un perfil de jugadores técnicos que marcaron una época. “Siempre se ha dicho que los grandes futbolistas tienen buen ojo para detectar el talento y él lo tuvo. Con él explotaron Beckenbauer, Overath, Netzer, Breitner, Heynckes, Grabowsky...”, refiere Stielike. No era extraño ver a aquel hombre pegado a una gorra por los campos de toda Alemania buscando talentos.
Se dedicó al fútbol pese a la oposición de su progenitor, que consideraba este deporte como una actividad de baja alcurnia
En el Mundial de Inglaterra 1966 se atrevió a otorgar el liderazgo de la defensa y de la selección a Franz Beckenbauer, que, a sus 20 años, sentó cátedra como líbero. Tampoco le tembló el pulso cuando tuvo que aparcar a la leyenda de Uwe Seeler para empezar a construir la de Gerd Müller. “En un partido amistoso, Horst [Eckel], que era el titular y mi compañero de habitación, tuvo una discusión con él tan fuerte que Schoen no se lo llevó al Mundial inglés. A cambio, me llevó a mí, lo que me dejó en una situación incómoda con él”, relató Beckenbauer. Tras perder la final ante Inglaterra por un gol fantasma (el balón no entró) de Hurst, su discurso en los vestuarios resume su filosofía sobre el juego. “Tranquilos, muchachos. Es mejor ser un buen segundo que un mal primero”, dijo.
Del Bosque, que se midió a la Alemania de Schoen en una eliminatoria a doble partido para clasificarse para la Eurocopa de 1976, también recuerda a Schoen como un hombre sosegado: “Su nombre se te viene a la cabeza cuando piensas en Alemania. Le recuerdo tranquilo y constructor de una selección que nos generó esos complejos con el fútbol alemán que duraron tanto. En realidad, siempre nos ganaban porque eran mejores que nosotros”.
Schoen enfermó de Alzheimer. Cada año, los internacionales alemanes que conquistaron el Mundial de 1974 iban a visitarle por su cumpleaños. Las últimas veces que fueron a verle ya no les reconocía. Falleció el 23 de febrero de 1996. “En el fútbol moderno, ese carácter tan paternal es imposible. Los entrenadores no tienen tiempo para dedicarse a sus futbolistas como él lo hacía. Infundía respeto por todo lo que representaba y por su conocimiento, pero el gran secreto era que todos queríamos acudir a la selección para estar con él”, afirmó Beckenbauer.
Desde su muerte, un ritual permanece. En el estadio de Wiesbaden que lleva su nombre, en cada Mundial o Eurocopa, se instalan videomarcadores para seguir los partidos de la selección alemana que Schoen hizo eterna.
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