La rebelión playera que derribó el búnker alemán
La victoria en 1992 de los daneses, repescados cuando descansaban en el mar, desmitificó las duras concentraciones
Encerrados en un hotel, sin acceso a aparatos eléctrónicos y con el tiempo justo para charlar con la familia. Tomando el sol sobre la arena o decidiendo cuál sería la isla exótica más apropiada para disfrutar en familia del caluroso verano. Dos maneras diametralmente opuestas de encarar una competición deportiva. Una, profesional; la otra, absolutamente despreocupada. Pero igualmente efectivas. Al menos, eso demostró Dinamarca en 1992, cuando logró el mayor éxito deportivo de su historia ganando la Eurocopa disputada en Suecia. Nadie contaba con que un grupo de jugadores sin apenas trayectoria internacional sorprendiera al mundo y derribara el búnker deportivo que Alemania había instaurado en el fútbol.
DINAMARCA, 2 - ALEMANIA, 0
Dinamarca: Schmeichel; Sivebaek (Christiansen, m. 61), K. Nielsen, L. Olsen, Piechnik; Christofte, Jensen, Vilfort, H. Larsen; Povlsen y Brian Laudrup.
Alemania: Illgner; Helmer, Reuter, Kohler, Buchwald, Brehme; Hassler, Sammer (Doll, m. 46), Effnberg (Thom, m. 80); Riedle y Klinsmann.
Árbitro: Bruno Galler (Suiza). Amonestó a Piechnik, Reuter, Hassler, Doll, Effenberg y Klinsmann.
Goles: 1-0. M. 18. Jensen. 2-0. M. 78. Vilfort.
Estadio de Ullevi, 37.800 espectadores.
Entre billetes de avión, destinos soleados y toallas de playa discurrían por entonces los preparativos veraniegos de Brian Laudrup y John Faxe Jensen, entre otros futbolistas, cuando una llamada inesperada de la federación danesa alteraría esa paz estival. “Fue mi esposa la que respondió al teléfono. Me dijo que en dos días debía presentarme en un hotel de mi país”, recuerda el primero, hermano de Michael. La UEFA había decidido excluir a Yugoslavia debido a la Guerra de los Balcanes y que Dinamarca ocupara su lugar.
En aquel torneo solo participaron ocho selecciones: Suecia, Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania, Escocia, la Comunidad de Estados Independientes (CEI, varios de los países miembros de la extinta Unión Soviética) y Dinamarca. “Ni siquiera tuvimos tiempo de pensar en los partidos que debíamos jugar”, comenta Peter Schmeichel, El Inglés, como le conocían en su selección desde que fichó por el Manchester United.
A golpe de teléfono, el seleccionador danés, Richard Moller-Nielsen, fue formando un grupo de 20 jugadores e improvisando una serie de entrenamientos para acelerar la preparación de varios como Flemming Povlsen, Henrik Larsen o el propio Schmeichel, que, al jugar fuera de Dinamarca, llevaban ya nada menos que tres semanas de vacaciones. Una situación que terminaría desmitificando las concentraciones casi militares que, por entonces, realizaban algunas selecciones, como Holanda e Inglaterra.
“Vamos a ganar”, dijo el técnico a los jugadores, que se echaron a reír al considerarlo “ridículo”
“No quiero ir a Suecia. Mi cabeza está en la playa”, fue lo primero que pensó Jensen, según confesó años más tarde, al escuchar la voz del seleccionador al otro lado del teléfono. No se lo dijo, pero hubo quien declinó la petición. Michael Laudrup, el jugador más representativo del país, se negó a acudir a Suecia. Un contratiempo más que sumar a la lista.
“Todos nos echamos a reír, era ridículo”. Esa fue la reacción de los jugadores, rememora Brian, el menor de los Laudrup, que sí acudiría, al escuchar al técnico en el primer entrenamiento: “Nos vamos a Suecia a ganar”. Pero, con un grupo entregado, aunque escaso de talento, aquella Dinamarca desplegó un fútbol sencillo que se sostenía en la seguridad de Schmeichel en la portería, secundado en la defensa por el férreo Morten Olsen (hoy seleccionador), la profundidad de Vilford en el centro del campo y las apariciones de Povlsen en el ataque. Emparejados con Inglaterra, la anfitriona Suecia y Francia, no había apuesta que soportase lo que estaba por llegar. El debut, con empate (0-0) ante los ingleses, despertó la moral del equipo danés. Aun así, la derrota (0-1) ante Suecia, después, complicaba mucho el pase a la siguiente ronda, ya que exigía la victoria sobre la Francia de Platini en el tercer partido. Sin presión y con las vacaciones planificadas como algo más que un premio de consolación, Dinamarca se impuso (2-1) en el primero de sus tres sonoros campanazos.
Entre manguerazos de agua fría se pasaron los futbolistas las horas previas a la final
En las semifinales aguardaba Holanda, la defensora del título y uno de los conjuntos más potentes de siempre. Pero a quien no tenía nada que perder no le impresionaba que jugadores como Rijkaard le mirasen por encima del hombro durante la ceremonia de los himnos. Aquel encuentro concluyó con igualada (2-2) y en la tanda de los penaltis la decisiva actuación del portero danés sirvió para demostrar al mundo y a los propios daneses que las palabras del seleccionador dos días antes del inicio del campeonato quizás no fueran tan descabelladas.
Entre manguerazos de agua fría se pasaron los daneses las horas previas a la final, contra Alemania. Una libertad que les permitió encarar el partido con las pulsaciones controladas. Con más presencia de la esperada, la doblegaron (2-0) con dos goles de Jensen y Vilford.
Nacía así La Dinamita Roja. Un bello cuento que surgió de la tranquilidad y las ganas de divertirse de un grupo de futbolistas a los que las paredes de la habitación del hotel se les quedaron pequeñas porque lo que vivieron aquel verano en Suecia superaba las dimensiones de su imaginación.
El camino al título
Dinamarca fue de menos a más durante la fase final del torneo. Debutó con un 0-0 ante Inglaterra y cayó luego (1-0) ante Suecia, la anfitriona.Pero los jugadores de Möller-Nielsen comenzaron a tomar vuelo conforme se acercaba el tramo decisivo de la competición.
Lograron el pase a semifinales como segundos de grupo tras vencer (2-1) a Francia. Les esperaba Holanda, que defendía el título conquistado en 1988.El encuentro se resolvió en la tanda de penaltis tras un empate (2-2). Larsen, Povlsen, Elstrup, Vilfort y Christofte hicieron pleno para los daneses. Van Basten falló para Holanda y el sueño danés tomó forma en Gotemburgo.
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