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El Retrovisor

Historias de Mónaco

Del indomable Rindt, al genio de Gilles y el caos de Patrese, el circuito monegasco es el escenario de grandes emociones

O. PUIGDEMONT
Jochen Rindt, en un Lotus Ford, en una imagen de archivo
Jochen Rindt, en un Lotus Ford, en una imagen de archivoCordon Press

“Estamos en Mónaco, y ya se sabe que el elemento menos importante de este gran premio es la carrera del domingo”. Quien habla es Fernando Alonso, colíder de la tabla de puntos de un campeonato en efervescencia, absolutamente impredecible, que ha visto cómo en las cinco primeras citas del año se imponían cinco ganadores de cinco escuderías distintas. El Mundial más alocado de los últimos tiempos llega al escenario más vertiginoso, un marco en el que la F-1 multiplica exponencialmente aquellos rasgos que la han convertido en una de las disciplinas más elitistas y rimbombantes que existen. Y eso es tanto gracias al perfil de la pista y a los toboganes que lanzan a los monoplazas a 200 kilómetros por hora hacia el puerto de la capital monegasca como por los episodios que se han vivido aquí a lo largo de la historia.

A continuación desgranamos cuatro de estas ediciones, cuatro momentos que reflejan perfectamente el carácter, la emoción y la intensidad que esconde la cita más glamurosa del calendario, la única que Bernie Ecclestone no está dispuesto a poner en juego y que, precisamente por eso, disfruta de unas condiciones privilegiadas a la hora de negociar sus contratos con el magnate británico.

El indomable Jochen Rindt (1970). Al volante del Lotus 49, el piloto austríaco logró en Mónaco una de las victorias menos esperadas, no tanto por el empeño que puso él en tratar de recuperar la desventaja que le separaba del líder, Jack Brabham, como por el poco margen que tenía para conseguir superarle –circulaba el quinto cuando los tres corredores que circulaban delante de él abandonaron–. No obstante, la presión de Rindt cayó de punta sobre el bólido de su rival, como una roca de una tonelada, y provocó un tremendo gatillazo de Brabham. Al australiano le entró el tembleque al afrontar el último viraje de la última vuelta, entonces conocida como curva del Gasómetro, y se fue directo a las barreras de protección, dejando pista libre para que el Lotus cruzara la meta como ganador.

La presión de Rindt cayó de punta sobre el bólido de su rival, como una roca de una tonelada, y provocó un tremendo gatillazo de Brabham

Las imágenes de aquellos últimos instantes muestran la incredulidad del comisario encargado de ondear la bandera de cuadros, que se quedó congelado y como un espantapájaros porque estaba esperando la llegada de Brabham en vez de la de Rindt. Esa fue la mejor victoria de la corta carrera de Rindt, que solo logró seis triunfos en su trayectoria y que murió aquel mismo año, durante los entrenamientos del Gran Premio de Italia, y que aún es, a día de hoy, el único campeón a título póstumo de la historia del certamen.

El genio de Gilles (1981). La mayoría de expertos coincide en afirmar que cualquier gran campeón que pretenda pasar a la historia debe ser capaz de imponerse en Mónaco, el circuito que menos margen de error ofrece debido a la cercanía de los muros de protección y a las trampas que esconde la pista. La carrera que Gilles Villeneuve se sacó de la manga en 1981 le coloca en uno de los lugares preferenciales de esta lista. “¿Cómo pretendemos conocer los límites si no tratamos de traspasarlos?”, argumentaba a menudo el canadiense. Esa agresividad y empuje es la que le llevó a remontar desde la cuarta posición hasta superar a Alan Jones, como si este fuera parado, en la recta de meta y delante del palco de los Grimaldi.

Patrese emerge del caos (1982). Si esta carrera está considerada una especie de ruleta en la que puede ocurrir cualquier cosa es a raíz de ediciones como la de 1982, un gran premio delirante que en las últimas tres vueltas vivió hasta seis cambios de líder antes de coronar como ganador a Ricardo Patrese, que estrenó su casillero de la forma más estrambótica. A tres giros para la bandera de cuadros, Alain Prost lideraba la prueba cuando comenzó a llover, circunstancia que motivó que el francés terminara estrellando su Renault contra las vallas y cediera el comando a Ricardo Patrese. El italiano, no obstante, dio un trompo y se quedó mirando al tendido en la bajada hacia Loews, dejándole el camino despejado a Didier Pironi, que poco después se quedaría tirado por culpa de una avería eléctrica en su Ferrari.

“Vencer en Mónaco cambió mi vida, aunque yo pensé que la cosa iba a cambiar más de lo que finalmente lo hizo” R. Patrese, expiloto de Fórmula 1

El relevo de Pironi al frente del pelotón lo asumió entonces Andrea De Cesaris, otro italiano. Su alegría, sin embargo, duró más bien poco: el tiempo que tardó su Alfa Romeo en quedarse seco de combustible en pleno túnel. Finalmente fue Patrese, después de ser empujado por los comisarios, que le volvieron a enfocar en el sentido de la marcha, quien cruzó bajo la bandera de cuadros, bajo una cortina de agua, sin dar crédito a lo que acababa de suceder. “Vencer en Mónaco cambió mi vida, aunque en ese momento, yo mismo pensé que la cosa iba a cambiar más de lo que finalmente lo hizo”, reconoce ahora Patrese recordando aquel primer éxito en la F-1.

La presentación de Senna (1984). Si Ayrton Senna es uno de los personajes que más pasiones han despertado en la historia de la F-1 es por su duende, su atrevimiento y su inconformismo, tres valores que coinciden en el Gran Premio de Mónaco de 1984, una carrera que se recuerda como la presentación del brasileño. En su sexta carrera en la categoría, al volante de un inestable Toleman y bajo una tormenta torrencial, Senna irrumpió como un trueno y remontó desde la 13ª posición que ocupó al arrancar, hasta la segunda, en la 33ª vuelta de las 71 que inicialmente estaban previstas, solo por detrás de Prost.

Apercibido de la llegada de Senna, Prost llamó la atención de los comisarios, que suspendieron la carrera argumentando que llovía demasiado

En su escalada abrasó, entre otros, a Keke Rosberg, campeón del mundo en 1982, y a Niki Lauda, por aquel entonces bicampeón (1975 y 1977). James Hunt, que aquel día comentaba la carrera para una de las cadenas que la ofrecían, le definió en directo. “Senna está demostrando un talento extraordinario. Va a por Prost, está diluviando y le recorta tres segundos en cada vuelta”, dijo el campeón británico. Apercibido de la llegada de su rival, el Profesor llamó la atención de los comisarios, que inmediatamente suspendieron la carrera, argumentando que caía demasiada agua como para no intervenir, impidiendo de mala manera algo que perecía inevitable: la victoria de Senna. “Tenía muchas posibilidades de ganar, pero hasta cruzar la meta es imposible saber qué hubiera pasado. La F-1 es política, en ella hay mucho dinero, y por eso cuando uno llega aquí tiene que pasar por esto”, dijo entonces el piloto paulista. Su leyenda, como no podía ser de otra forma, también comenzó aquí.

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