No hay antídoto contra Nole
El serbio también puede con Murray, que le había ganado sus cinco últimos duelos a tres mangas sobre cemento, y suma su 30º título
No hay antídoto para el serbio Novak Djokovic, el número uno, ganador ayer del torneo de Miami: bajo el sol, soportando el calor y la humedad, tantas veces su talón de Aquiles, Nole tumbó 6-1 y 7-6 al británico Murray. No es cosa menor. El número cuatro había vencido al número uno en sus últimos cinco partidos sobre cemento y a tres mangas. En esas mismas circunstancias no solo llegó el 30º trofeo en la carrera de Djokovic. Fue, también, una nueva confirmación de que este es un número uno de otra pasta, tan extravertido fuera de la cancha como silencioso acerca de su trabajo en el gimnasio.
Aprovechando su paso por Estados Unidos, el programa 60 minutes emitió un amplio reportaje con el campeón. Nole acompañó a las cámaras por Belgrado. Les habló de cómo escucha música clásica desde niño para calmar su alma. Las llevó, también, al edificio en el que vivió su familia con su abuelo durante la guerra civil que destruyó la ya desaparecida Yugoslavia. Finalmente, bajando a los sótanos, con gesto serio, les abrió la puerta del refugio antibombas en el que durmió durante tantos días, mientras los aviones y su trágica carga les sobrevolaban. “Y eso”, le dijo al entrevistador; “nos hizo más fuertes”. “Nos hizo más hambrientos. Más hambrientos de éxito”.
El éxito de Djokovic, tan expansivo con los periodistas, se convierte en un misterio cuando se trata de explicar qué cambios en sus rutinas de entrenamiento propulsaron su fantástica explosión de 2011, permitiéndole expresar su inmenso talento. “Desafortunadamente”, le explicaron desde su entorno a este diario; “Novak no quiere que la gente de su equipo hable del trabajo que hacen con él. Eso debe ser confidencial”.
Desentrañar el misterio de los entrenamientos y los patrones de juego que permiten al serbio aguantar días tan asfixiantes como el vivido en Miami ocupa también a los entrenadores de sus contrarios. Antes de las semifinales del Abierto de Australia 2012, Ivan Lendl, mítico exjugador y ahora técnico de Murray, repasaba en la soledad del comedor de jugadores el partido decisivo del mismo torneo en 2011, que enfrentó a los mismos contendientes. Aislado con su ordenador portátil, el estadounidense nacido checoslovaco buscaba la explicación a por qué su pupilo no había sido capaz de plasmar en la larga distancia de los cinco sets el dominio que ejercía sobre el serbio cuando los partidos se discutían a tres parciales.
Murray, claro, también perdió ese duelo. La clave no estaba en el vídeo, sino en el estómago. En Miami, como en Australia, con los dos rivales disparados por encima de los 30 errores no forzados y el británico hundido por un pobre 55% de primeros saques, se vio que la diferencia no es solo técnica o estratégica. Que también es psicológica. “Hambre”, que dijo Djokovic.
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