Vía libre al Athletic
En un partido falto de intensidad, el Mallorca, sin el aliento del público, apenas pone objeción al triunfo rojiblanco (0-1)
Entre el volcán del Mirandés y la lava clásica del clásico, se coló el Mallorca-Athletic con tanta suavidad que más parecía un vulgar partido de Liga, de esos del montón, que un acceso directo a las semifinales de la única competición asequible para la abundante clase media del fútbol español. Estaba claro que Caparrós medía con distinta vara a la Real Sociedad que al Athletic. Con idéntico resultado negativo de partida (2-0), a los donostiarras les sometió a un interrogatorio en tercer grado y a los bilbaínos no les preguntó ni qué hacían por allí. Con mucho perdido y la gloria tan cerca (con permiso del Mirandés), el equipo de Caparrós se resguardó atrás en busca de un contragolpe que les inyectara la fe que quizás no tenían. Sabido es que el Athletic de Bielsa puede hacer cualquier cosa menos especular y por eso el técnico sevillano prefirió proteger a su equipo y que rebuscara contragolpes en las acometidas del ejército rojiblanco (ayer de verde): creía más en el error del contrario que en el acierto propio.
MALLORCA, 0 - ATHLETIC, 1
Mallorca: Calatayud; Cendrós (Castro, m. 69), Chico, Ramis, Bigas; Pereira, Joao Victor (Martí, m. 79), Tissone, Álvaro (Víctor, m. 58); Alfaro y Hemed. No utilizados: Aouate; Nunes, Crespí y Pina.
Athletic: Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe; Iturraspe, Herrera (Íñigo Pérez, 63), De Marcos; Susaeta, Llorente (San José, m. 85) y Muniain (Toquero, m. 39). No utilizados: Raúl, David López, Ekiza e Ibai.
Goles: 0-1. M. 76. Ramis cede a Calatayud, que no consigue despejar con el pie, y el balón, tras un mal bote, entra mansamente.
Árbitro: Del Cerro Grande. Expulsó a Chico con roja directa (m. 90) y Amonestó a Amorebieta, Herrera, Toquero, Iraizoz y Ramis.
10.990 espectadores en el Ono Estadi.
Pero Bielsa, pese a su apodo, es un tipo muy cuerdo. No abdicó de sus principios, pero les bajó el micrófono. No era cuestión de chillar y jugó con los de siempre, pero no al ritmo de siempre, no con la alegría de siempre. Aun así, era tal la inconsistencia del Mallorca, solo zarandeada por los aldabonazos -apresurados- de Álvaro y Alfaro, que el Athletic, a medio gas, con poco tacto, pudo matar el partido en la mortecina primera mitad. Se empeñó sobre todo en que lo consiguiera un dubitativo Calatayud, que empezó bien abortando un remate inteligente de Muniain, tras un error de Chico, pero que luego acumuló tres errores en balones aéreos que, por inesperados, sorprendieron al Athletic, poco atento al fallo de los demás (Caparrós ya es otra historia).
Había más ambiente en Anduva que en el Ono Estadi y eso contagió a los que iban ganando (el Athletic) y a los que no sentían la necesidad de ganar. Hay entrenadores que meten a su equipo en el área y hay públicos que los sacan del redil. Ayer lo segundo era un leve susurro que amodorraba el partido, a los contendientes, al árbitro, al auxiliar y al delegado de campo.
El fútbol sin intensidad es como un mantra. Y el mantra se comió al Athletic, que entornó los ojos, se olvidó del balón, prefirió defender, como en aquellos tiempos, resistir como en aquellos otros tiempos y someterse a un juicio con veredicto incierto. Caparrós soltó los fórceps al Mallorca, que encontró en Pereira su cuchillo para untar las oportunidades que, una tras otra, se asomaban a la portería de Iraizoz.
No es que fuera un agobio, pero sí una lluvia pertinaz, un chirimiri mallorquín que amenazaba con encerrar a los once futbolistas del Athletic bajo un exiguo paraguas. Y en esto llegó el trueno, el más inesperado. La noche estaba negra para Calatayud, que ya había cantado un par de veces bajo la lluvia (aunque no llovía). De pronto, una cesión de Ramis convirtió el balón en un topo saltarín, de esos que no sabes por dónde va a salir, y se le coló para cerrar la eliminatoria y tener que sufrir una y mil imágenes en los telediarios y en las redes sociales. No era justo el resultado. La eliminatoria, sí; pero sobre todo no era justo que un partido adormecido, como un debate social en El Rastrillo, acabara con un culpable con nombre y apellidos. No era su culpa. Fue culpa del sueño, que durmió al Mallorca, convirtiendo su magnífica remontada anterior en una anécdota para el olvido. La Liga se juega mal a puerta cerrada; la Copa es imposible sin el aliento del público. El Mallorca no lo tuvo.
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