Lampard valida el fútbol sin balón
El gol oportunista del medio desarticula la apuesta del toque de España, reincidente por el interior y poco profunda.- Uno por uno de los jugadores del encuentro
Despersonalizado por la abusiva posesión de España, a Inglaterra no le quedó otra que renunciar a uno de sus principios básicos, el del box to box, ese definido por el juego directo que consiste en presenciarse en el área rival con todo. Anestesiado de perseguir la pelota, Inglaterra se remitió al contragolpe, también sin éxito porque se abrigaba en su área, con demasiado terreno por cubrir para llegar a la portería rival. Y ahogado porque se atornilló en su campo, se colgó de las jugadas a balón parado para significarse en el duelo. Le salió, esto sí, de maravilla y validó la apuesta de la tacañería, casi siempre con 10 por detrás del balón. Una falta lateral, un disparo al palo y un gol. Más o menos lo que hizo España -algún chut más y otro poste-, que se empapó del cuero, que lo mareó en posiciones estériles y que no encontró la profundidad ni el remate necesario, el hueco interior que nunca existió. Un estilo que le dio para ganar una Eurocopa y un Mundial, pero que se le atragantó en Wembley.
Hart. Tras la polémica de los porteros ingleses que se desató en el pasado Mundial -la pifió Green y no convenció James-, Capello ya ha encontrado a su San Pedro. Fiable, solvente en casi todos los registros, Hart apareció las pocas veces que España se lo reclamó, como en ese remate a media vuelta de Cesc.
Casillas y Reina. Noche dorada para Iker, que alcanzó a Zubizarreta en el número de internacionalidades (126), más que ningún otro. Intervino en el duelo con el pie y no con las manos, toda vez que solo embolsó, de frente y sin apenas moverse, un pase lejano de Lampard. Media parte; un récord. Peor le fue a Reina, que no intervino en todo el encuentro, ni siquiera en la jugada que acabó en gol.
Glen Johnson y Ashley Cole. Los laterales pross fueron los únicos que jugaron a su antojo, despreocupados porque nadie les inquietó a las espaldas. Pero sin apuros defensivos, tampoco fueron un elogio de atrevimiento, encorsetados en su campo, sin el descaro de profundizar en la casa del rival.
Arbeloa. Pisó la línea de fondo una vez y cayó en el fuera de juego. Pieza táctica, no supo aprovechar el carril, toda vez que Iniesta y Silva (luego Cazorla), que se repartían el costado por delante, tiraron hacia dentro.
Lescott y Jagielka. Se complementaron de maravilla, cómodos al jugar de la mano del portero y sin tener que mirar el retrovisor ante un posible juego profundo, abrigados por el resto del equipo. No se complicaron la vida con el balón en los pies y la ausencia de Terry ni se notó.
Piqué y Sergio Ramos. Una pareja de lo más resultona porque se completan. Piqué subsana la falta de pie de Ramos para sacar la pelota limpia; y el madridista soluciona con la corrección la escasez de velocidad de reacción del azulgrana. Dupla de futuro para después de la Eurocopa, cuando presumiblemente Puyol deje un vacío en el eje zaguero. Ante Inglaterra, sin embargo, se les pidió que dieran un paso al frente con el balón en las botas y no llegó, por lo que no libraron de la presión a sus mediocentros.
Jordi Alba y Walcott. Su partido corrió a otra velocidad, la que imprimían sus piernas a cada carrera. Salió airoso el lateral porque el inglés, aunque le dribló en alguna ocasión, no tuvo compañía en campo adverso. Electricidad arrinconada.
Phil Jones. Todo un descubrimiento para Sir Alex Ferguson, que busca un eje en el Manchester United, que ha llegado a reconvertir en los últimos encuentros al delantero Rooney. Apretó, robó y mantuvo la línea de presión con maestría, como si fuera su posición natural. No estiró el equipo ni se presentó en campo ajeno, como tampoco distribuyó el balón. Pero esas deficiencias bien se le pueden atribuir a cualquier jugador de Inglaterra en Wembley.
Busquets y Xabi Alonso. Defendieron el estilo de la selección hasta las últimas consecuencias. Estupendos en la confección del juego en corto, siempre con la idea de descontar una línea rival con el pase, les faltó precisión en los cambios de orientación. Alonso probó sin fortuna el disparo lejano y Busquets se desató en una ocasión para formular un remate que no vio puerta. El centro del campo fue suyo.
Milner y Milner. Todo brega y fuerza, siempre se mostraron dispuestos al contacto, al choque. Vitales para restar líneas de pase, Milner se quedó más en el costado izquierdo y Parker, que salvó un gol seguro al final del duelo al quitarle un remate a Mata, acompañó a Jones en la medular. Fragmentos necesarios para el puzle de Capello, donde prima el músculo, donde son necesarios los pulmones.
Xavi. Santo y seña del equipo. No hay manija que no controlen sus pies. Jugó media parte, lo que duró el fútbol acompasado de la selección.
Lampard. A la media hora del partido, consiguió el primer disparo inglés, suave y a las manos de Casillas. No tocó más la pelota, hasta que, oportunista, se ganó la posición en una jugada aislada. Esa falta que sacó Milner desde el costado, que Bent remató de cabeza al palo y que Lampard prolongó a gol. Un punzón que juega con el despertador adelantado, por lo menos más que los defensas contrarios. Su gol validó la racanería inglesa.
Silva e Iniesta. Se encontraron en la misma parcela del campo en demasiadas ocasiones. Buscaron los pases interiores definitivos e, incluso, se atrevieron con algún que otro quiebro. Pero no pudieron descomponer el tupido entramado defensivo rival, sin tiempo para maniobrar, sin espacios para inventar.
Bent. Solo en la punta de ataque, se esmeró en buscarle las cosquillas a la zaga española. Pero no hizo daño por arriba y tampoco por abajo, atado en corto por los dos centrales. Es el delantero el puesto que más quebraderos de cabeza le da Capello -y más ahora que Rooney está sancionado para los tres primeros partidos de la Eurocopa-, y Bent solo apareció en la jugada del gol. Fue, en cualquier caso, suficiente.
Villa. Cómodo en la selección porque es quien decide, el que toma las decisiones en los últimos metros, se vio su versión más incisiva, la que se cobra posiciones de tiro desde cualquier parte. Le falto tino en el golpeo o fortuna, porque un palo escupió su remate. Por momentos, sin embargo, padeció el mismo síndrome que Torres, ese que no congenia con el equipo porque siempre busca la profundidad cuando el resto juega al pie.
Desde el banquillo
Cesc. Fue el futbolista que mejor leyó el encuentro al romper desde la segunda línea, al intentar llegar a la portería rival con la sorpresa. Le falló, en cualquier caso, que chutó con el tobillo torcido en la mejor ocasión de España.
Rodwell y Barry. Más músculo para el centro del campo, más físico y piernas para apoyar el fútbol sin balón. No les importó no tocar el cuero, sino que se preocuparon de guardar el sitio y el marcador.
Mata. Se perdió entre la maraña de jugadores ingleses, sin desequilibrar con el regate, sin romper con el pase ni probar con el remate. Le faltó, sin embargo, espacio para definirse, velocidad en el juego para destacarse.
Welbeck. Estuvo en el campo, pero no lo pareció. La pelota no le hizo ni caso, siempre en posiciones demasiado alejadas.
Torres. No era el duelo propicio para sus características porque no había centros desde los costados que rematar ni huecos por detrás de la defensa que aprovechar.
Downing y Adam Johnson. Los extremos salieron para oxigenar a Inglaterra, para echar alguna carrera por el costado. Una se marcó cada uno sin acertar con la resolución, pero despertaron la inquietud en España, que ya miraba de reojo a sus espaldas, no fuera que se desligaran.
Cazorla y Puyol. Se sumaron al tapete a falta de un cuarto de hora para echar el cierre al duelo y no aportaron demasiado. El central se quedó en su sitio y el medio se empeñó en repetir la fórmula que no funcionó durante el resto del encuentro, la de tirar el pase interior.
Walker. Cinco minutos que no dieron para ver a la nueva sensación de la Premier, al lateral del Tottenham que corre que se las pela.
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