Cometas en el Ártico
Los alpinistas Juan Vallejo, Alberto Iñurrategi y Mikel Zabalza recorren el hielo de Groenlandia en autonomía e impulsados por cometas de viento
En la monotonía del campo base de una gran montaña, los alpinistas sueñan con el movimiento mientras aguardan una ventana de buen tiempo. En estos casos, mientras pasan las horas, se alargan las tertulias y el tedio se estira hasta lo infinito el pensamiento recorre todo el camino que el cuerpo, preso de la espera, no puede acometer. Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, del Basque Team, decidieron, a los pies del Broad Peak (8.047 m) que en su próximo reto no habría tiempos muertos, tan solo dinamismo y aprendizaje. Aprender para reinventarse. Cambiar la mirada vertical, siempre acuciante (tocar una cima y regresar) por una mirada horizontal no menos angustiada: hablamos de las travesías polares, del hielo que no acaba, de soledad inhumana, frío extremo y del movimiento como la fuerza que da sentido a todo lo demás. El trío de alpinistas vascos se ha propuesto atravesar la Antártida (recorriendo 3.000 kilómetros) de forma autónoma, escalando de paso las montañas más relevantes que se encuentren a su paso. Eso será a partir de noviembre, pero antes tenían mucho que experimentar y decidieron ensayar en Groenlandia, donde han aprendido, a la desesperada, a desplazarse de forma rápida y eficaz. Para recorrer a pie o sobre esquís los 2.300 kilómetros que separan la punta sur de la punta norte de la isla de Groenlandia el trío hubiese necesitado meses de peregrinación, depósitos de comida y una infraestructura mastodóntica que no les interesaba asumir.
Desde hace unos años, los expertos se sirven de la fuerza de los vientos catabáticos para desplazarse sobre el firme helado. El secreto reside en unas cometas 'copiadas' del popular Kite Surfing, un trozo ultraligero de tela que, en palabras de Juan Vallejo, "tira de uno tan fuerte que es como ir atado a un tractor". Pero el asunto, que suple a los legendarios perros de tiro empleados por los pioneros Nansen, Scott (empleó ponis de Siberia para tirar de los trineos en su primera expedición a la Antártida) o Amundsen, no es sencillo en absoluto. "De no ser por un cursillo intensivo de una semana que pasamos en la meseta de Hardangervidda (Noruega), jamás hubiéramos tenido éxito en ésta expedición", reconoce Vallejo. Allí supieron que debían llevar cada uno cuatro cometas a usar según la intensidad del viento y allí aprendieron su manejo básico. Otra cosa fue hacerlo durante la travesía, con 35 grados bajo cero y un trineo de 110 kilos de peso atado a su cintura. En un principio, el uso de estas cometas de tracción les planteó ciertas dudas éticas: "No quisiera que a nadie se le pasara por la cabeza ni por un instante que tratamos de compararnos con los auténticos exploradores inigualables e irrepetibles de la época heróica de principios del siglo pasado, pero creo sinceramente que de haber dispuesto de esta tecnología en aquellos años la hubieran aprovechado tal y como hacemos nosotros con el GPS, los partes meteorológicos, las aproximaciones en avión y, ahora, las cometas, que han abierto un mundo de posibilidades para recorrer grandes distancias, y más teniendo en cuenta que el ser humano no puede rebasar a pie los 25 kilómetros de recorrido al día en éste tipo de terrenos", ilustra Vallejo.
Gracias a las cometas, Vallejo, Iñurrategi y Zabalza llegaron a recorrer la impresionante distancia de 260 kilómetros en una sola jornada. "Levábamos casi 20 días de expedición y estaba convencido de que nos tendrían que rescatar, que se nos acabaría la comida lejos del objetivo y tendríamos que llamar a un helicóptero. Sencillamente, el esfuerzo y el frío eran tremendos y no acabábamos de sacarle el máximo partido a las cometas", relata Vallejo. Al final de cada jornada, plantaban su minúscula tienda y caían rendidos, los cuádriceps en compota, las extremidades heladas, los riñones machacados: por un lado, la cometa atada a sus arneses tirando con furia, por el otro, el pesado tríneo tambien atado a los riñones, como un ancla caprichosa que ahora se deslizaba y enseguida volcaba, obligando al trío a parar una y mil veces. En los pies, tablas de esquí les permitían cerrar el milagroso círculo del movimiento rápido y efectivo. "Hemos pasado mucho más frío que en los 'ochomiles', y eso un día tras otro. Este tipo de travesías quizá carecen de la adrenalina de la escalada, pero físicamente son tremendas. Soñábamos con ver un color diferente del blanco. Ver una simple roca nos hubiera tranquilizado", reconoce Vallejo. Pero todo era blanco, uniforme y aparentemente infinito.
Apenas un porcentaje diminuto de los que intentan éste tipo de travesías árticas logran salir de ellas por sus medios. Los rescates son el pan nuestro de cada día y son escasísimas las compañías que aceptan asegurar estos retos. "Había dos potentes compañías de seguros que quebraron. Nos volvimos locos buscando una que nos admitiese y a última hora lo logramos. Tan duro como el viaje ha resultado el papeleo, los permisos, y eso por no hablar de la licencia de armas que tuve que sacar para poder llevar el rifle que exige las leyes locales. Un rifle para repeler el posible ataque de un oso polar", explica Vallejo. El médico Xabier Leibar elaboró expresamente una dieta ligera de transportar pero hipercalórica: "Llevar todo lo necesario, pero lo más ligero posible fue una obsesión. Por eso prescindimos de una pequeña parte de la dieta y, así, a menudo me acostaba con hambre", reconoce Vallejo, observando con ironía el rifle y su estuche, que pesaba cerca de diez kilos. No vieron nada parecido a un ser vivo, y mucho menos oso alguno.
Finalmente, el trío invirtió 32 días en completar la travesía, ocho menos de lo previsto. "Ahora, con la experiencia adquirida, podríamos restar diez días a lo empleado, pero lo que nos tranquiliza es saber que podemos acometer con garantías el reto de la Antártida, donde el compromiso y la exigencia serán mucho más importantes... pero al menos también podremos escalar", sonríe Vallejo.
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