Una guerra de desgaste
Pese a la oposición rotunda de Wenger y la tibieza inicial de Rosell, la presión ejercida por Cesc le sitúa más cerca del Camp Nou
El Barça aprieta por Cesc, cuyo desembarco en el Camp Nou se fragua desde hace ya un año. Obstinado y vehemente como pocos, Joan Laporta se fijó entonces un objetivo antes firmar su epílogo como presidente del Barça. Además de cerrar el fichaje de Villa, el dirigente trasladó a su junta directiva la prioridad de conseguir el regreso de Fàbregas, santo y seña del Arsenal, al Camp Nou. "Tiene ADN Barça", expuso el mandatario, que emprendió una operación de desgaste para forzar la salida del jugador de Londres y derribar la resistencia del técnico Arsène Wenger. "No se mueve de aquí", dijo el francés, que reclutó al jugador cuando solo tenía 16 años.
Mientras se barruntaba la operación, Cesc, culé de toda la vida, recogió el guante de Laporta y, en un acto publicitario, hizo un guiño al Barça y dio un aviso a su club antes de poner rumbo a Sudáfrica para disputar el Mundial. "Si me voy del Arsenal, quiero ir al Barça", afirmó de forma tajante; "es un sueño que me gustaría cumplir. Si ellos me quieren o no, es otra cosa, pero ves a tus compañeros de la infancia triunfar allí y la ilusión de jugar allí, con ellos, es tremenda".
Tanta que, nada más regresar de la cita mundilista, Piqué y Puyol, socios inseparables en la selección, le envolvieron con una camiseta azulgrana ante la pícara resistencia del futbolista de Arenys de Mar. No gustó en exceso el gesto a Wenger, que desde que el jefe de operaciones del Arsenal, David Dein, abandonase el club londinense, asumió mayor poder ejecutivo y ordenó abortar cualquier negociación con el Barça, que en junio ya había puesto sobre la mesa 35 millones de euros, rechazados de inmediato.
Ansioso por volver a casa, Cesc forzó la maquinaria y, ya de vacaciones, tomó un vuelo con destino a Londres para reunirse con Wenger. El técnico no cambió de idea. "No se irá, es nuestro capitán. Hemos trabajado duro para que sea nuestro futuro", argumentó. "Soy socio del Barça y también lo son mi abuelo, mi tío, mi primo. Siento estos colores desde pequeño. Soy catalán, he salido de La Masia... Pero también soy el capitán del Arsenal, un gunner, y Wenger es como un padre para mí. La conversación que mantuvimos me dejó tocado", aceptó Cesc, resignado.
La postura del técnico, unida a la tibieza de la nueva directiva azulgrana, con Sandro Rosell a la cabeza, enquistaron la operación, pese a que el nuevo presidente auguraba en campaña que el fichaje era "fácil". A todo ello se sumaron las dificultades económicas del club para acometer la operación. "Tenemos un presupuesto predeterminado y no podemos cometer excesos", arguyó el vicepresidente Josep María Bartomeu; "es la operación menos secreta de la historia y la oposición del Arsenal es total. Están muy enfadados con la anterior directiva".
La negativa hizo mella en el futbolista, que, no obstante, continuó una temporada más en el Emirates y se aferró a una conversación con Guardiola, convencido de su fichaje, para no perder la esperanza de volver a Barcelona junto a su familia. Un año después, el escenario ha cambiado. Lejos de la beligerancia de Laporta, y pese a la reticencia de Wenger, los londinenses se muestran abiertos a negociar y satisfacer las expectativas de su capitán, que acumula casi 300 partidos y solo dos títulos (la Community Shield de 2004 y la FA Cup de 2005) con los gunners. Ahora, su agente, Darren Dein, tiene vía libre para negociar.
"Acabará viniendo", auguró Xavi el pasado mes de febrero. "Además de un gran amigo, es un magnífico jugador que habla nuestro idioma sobre el campo", señaló ayer Piqué durante un acto publicitario. Mientras, en la otra orilla, en el Camp Nou, ya se frotan las manos. La taquilla del 4, huérfana desde el adiós de Márquez, busca inquilino. Y Cesc tiene todos los números para ocuparla.
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