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Músico, portero y masajista

Aramayo, una institución en el Valladolid, dejará en mayo el club tras 30 años y cientos de experiencias

José Antonio Aramayo (Ondarroa, Vizcaya; 1943) puede presumir de una vida de película, de haberse codeado con Pancho Puskas, Luis Suárez y Alfredo Di Stéfano, pero no lo hace. Puede incluso presumir de ser el único masajista de un equipo de fútbol con una peña en la grada, pero Aramayo, El Pibe para los españoles, El Vasco para los argentinos, lo toma todo con la normalidad que le conceden más de 60 años repletos de avatares desde que su padre, con solo cinco años, dejó la Vizcaya castigada de la posguerra para buscar fortuna en Argentina con su madre y un hermano. "Mi hermana viajaba en el vientre de mi madre completamente camuflada porque en los barcos no dejaban viajar a las embarazadas", asegura Aramayo.

Regresó a España en 1968 gracias a un compañero de Boca Juniors, cuando él era socorrista en el Estudiantes de la Plata. "Era un amigo que había nacido en Marín, en Pontevedra, y me dijo que tenía amigos en la embajada española que nos hacían hacer la colimba -el servicio militar en Argentina- y nos pagaban el viaje de ida y el de vuelta. Yo tenía familia en España y en una semana nos vinimos", cuenta Aramayo, divertido. Aunque no olvida lo complicado de su situación, sin equipo, en Madrid, probando de ciudad en ciudad mientras entrenaba con el Atlético de Adelardo, Garate y Collar. Sin dinero, comenzó a ganarse la vida tocando la batería. "Sí, sí, yo toco percusión, en el barco que me trajo a España había un conjunto musical y allí comencé a familiarizarme con la batería. Entrenaba por las mañanas y por las tardes tocaba con ellos para conseguir algo de dinero", continúa Aramayo, que en aquel tiempo comenzó a probar con los equipos de la Liga estadounidense que venían a entrenar a España. El Vancouver que dirigía Pancho Puskas, el Cleveland... Y luego pasó por el Orense, el Celta de Vigo, hasta que llegó la orden para la incorporación a un cuartel de Vitoria y Aramayo consiguió vestirse de caqui por las mañanas y de portero del Alavés por las tardes. Pero seguían siendo días complicados. "Tanto que robaba las pesetas que los clientes dejaban de propina en las cafeterías para enviarle cartas a mi madre. Yo le decía que todo iba perfecto, qué le iba a decir", recuerda.

Dos años en el Alavés con Puskas de entrenador, -"De 10 que te tiraba, nueve iban dentro y una al palo", rememora-, después un año en el Mirandés en Tercera con las tardes ocupadas en una cafetería de Vitoria donde incluso se habló de su fichaje por el Real Madrid en una temporada en la que todo los arqueros del equipo blanco se habían lesionado. Y llegó al Valladolid de Héctor Martín, Torini. "Me dijo que cuando fuesen a tirarme un penalti, corriese hacia el delantero para asustarle. Y en un partido en Mallorca me acordé cuando Chus Pereda iba a tirarme uno, salí corriendo, él también y nos juntamos los dos en el punto de penalti con el balón en el medio. ¿Qué hacemos?, le dije, hasta que llegó el árbitro y nos dijo que cada uno se fuera a su sitio. Me di la vuelta y Pereda golpeó el balón y el árbitro dio el gol. Casi me lo como mientras Chus se cagaba de risa y cada vez que nos vemos recordamos el penalti", cuenta. Tras el Valladolid, se quedó en Madrid para aprender el oficio de masajista. Y de inmediato se incorporó al Deportivo de Luis Suárez. "Hice mucha amistad con él, en las concentraciones nos pegábamos unas charlotadas larguísimas". Hasta que Ramón Martínez, entonces secretario técnico, lo fichó para el Valladolid, el lugar en el que se ha quedado los últimos 30 años y donde el próximo mes de mayo se jubilará.

"Soy un tipo normal que le entra bien a la gente", explica Aramayo, ya una institución en el Valladolid, donde ha cuidado a Eusebio, Fernando Hierro, Caminero y García Calvo, pero también ha aconsejado, ha intervenido e incluso a organizado comidas en el Txoko de la Casa Vasca de Valladolid cuando ha habido problemas serios. También ha sido el masajista del equipo de balonmano en un tiempo en el que no había ni un duro para pagar a nadie. Por eso tiene una peña. "Porque los aficionados decían que los futbolistas vienen y van pero que yo siempre iba a estar aquí", revela, orgulloso. Pero ahora se va en mayo. "Aunque al Valladolid nunca lo voy a dejar del todo", aclara.

Aramayo, flanqueado por Maturana y Pepe Moré
Aramayo, flanqueado por Maturana y Pepe Moré

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