La fe da un punto al Sporting

Lotina es un bien intencionado. La vida le ha llevado a la defensa de cinco y a conformar un equipo largo que se parapeta en la frontal, un sistema que se reveló efectivo en tiempos duros, pero en el que zagueros y delanteros quedan separados por un latifundio. Y Lotina también ve al Barça por la tele. Ante el penúltimo de la tabla sintió que llegó el momento de intentarlo, decepcionado como estaba por las pobres prestaciones ofrecidas en el Calderón. Introdujo cinco cambios sobre el once de hace una semana, pero sobre todo cambió su estilo. Entró Valerón, que encontró socios de su pelaje en Juan Domínguez y Guardado, y el Deportivo jugó el mejor fútbol de la temporada, media hora de toque y apoyos, de despliegue por los flancos, donde el noruego Rindaroy no miró hacia atrás y mostró las credenciales de extremo con las que se inició en el oficio.

Encontró una nueva estética el Deportivo y también halló el gol en una acción afortunada en la que Rubén Pérez pifió un remate que acabó en el segundo palo. Por allí andaba, inevitable, Colotto, que remató por bajo y encontró una pobre respuesta en el meta Juan Pablo. Aythami empujó a la red un nuevo gol con la firma de un central. Ni antes ni inmediatamente después hubo noticias del Sporting, superado y sin balón, prisionero de Valerón, que no cesó de hacer sangre tras la espalda de Eguren. Pudo sentenciar el Dépor, pero de nuevo echó en falta un finalizador. Adrián clamó que no lo es, dubitativo y sin codicia en el mano a mano ante el portero rival.

Encantado de conocerse en su nueva versión futbolera, al equipo de Lotina le descabalgó uno de sus habituales demonios, las lesiones. Cayó Guardado, que no sale de una y entra en otra. Lotina miró al banquillo, vio a Lassad, Riki, Saúl y Juan Rodríguez, oteó el marcador y optó por el músculo. Casualidad o no, la circulación cambió de sentido. Se rearmó el Sporting, que atisbó el empate y reclamó un penalti sobre Barral al filo del descanso. Apurado por la clasificación, por las ocho jornadas sin ganar y una afición incondicional que convirtió Riazor en un pequeño Molinón, marchó en busca de la igualada y convirtió la liza en un monólogo en el Deportivo se cuidó mucho de exponer y acabó por acostarse en su área para proteger la ventaja. Demasiado atrás para hacerlo sin riesgo. Primero fue Rivera el que atisbó la escuadra y ya al final un despiste de Rindaroy, que anda muy justo de fundamentos defensivos, dejó la banda derecha a Lora para dar el empate a Diego Castro, un gallego hijo de entrenador que recorrió cincuenta metros para abrazar a Preciado.

Deportivo 1 - Sporting 1