Ni un centímetro de ventaja
Mourinho destaca la "fantástica intensidad" de sus jugadores, que ahogaron con su presión a las figuras italianas
"¡Con qué facilidad corre El Fideo!", exclamó Jorge Valdano el sábado, asombrado en Málaga ante el despliegue atlético de su paisano Ángel Di María. Cada día que pasa, el jugador santafecino es más difícil de clasificar. Hasta el Mundial funcionó como extremo puro. En las últimas semanas ha mutado. Ahora es algo parecido a un interior con llegada. Un centrocampista con zancada de galgo, generoso para perseguir a los rivales que conducen la pelota por su zona, más pausado cuando recupera, y atrevido según se aproxima al área.
Di María ha cambiado como ha cambiado todo el Madrid, que ayer saltó al campo y no concedió ni un centímetro de ventaja al Milan. Mourinho, feliz, así lo reconoció al final. "Mis jugadores han jugado con una intensidad y una concentración fantásticas. Todos han trabajado mucho para este partido. Después de jugar en Málaga, han jugado con una intensidad que solo merece mis mejores palabras", destacó el entrenador portugués.
El árbitro mandó iniciar y la primera jugada del Milan fue un contragolpe que acabó en Pato. El delantero brasileño es el goleador más eficaz de la Serie A. Mete un gol cada 60 minutos de media. El año pasado marcó dos veces en el Bernabéu y ayer, nada más recibir, aceleró con el entusiasmo de un convencido. El que se le cruzó y le quitó la pelota no fue un defensa. Fue Di María. El argentino robó y no administró el esfuerzo. Hizo otro más. Se volvió y atacó al Milan sobre su repliegue. Su centro se marchó fuera, pero fue lo de menos. La jugada valió como mensaje a un visitante que poco a poco asumió su papel de acosado.
La evolución de Di María representa al camino recorrido por un equipo mayoritariamente formado por gente joven. Marcelo, Khedira, Cristiano, Higuaín y Özil no pasan de los 25 años. Ayer dominaron al Milan, que dio la impresión contraria: un equipo de aire displicente, demasiado cargado de figuras demasiado curtidas como para no sentir la fatiga acumulada de los años. Cuando el Madrid tuvo el balón, el Milan se defendió con siete. Cuando fue el Milan el que llevó la iniciativa, el Madrid defendió con todos. Sus jugadores interpretaron la defensa en zona a la perfección.
Khedira cogió a Ronaldinho en la derecha, Xabi se ocupó de Gattuso, que andaba por el medio, Özil estorbó los intentos de canalización que hizo Pirlo, y Di María persiguió a Seedorf. Con su zona de creación bloqueada, el Milan fue incapaz de reaccionar. Ronaldinho necesitaba un metro para maniobrar. No se lo concedieron nunca. Seedorf intentó distribuir desde la izquierda de su ataque, y no le dieron tregua. El holandés no pudo levantar la vista. Sin sus administradores disponibles, el Milan se abocó a perder el balón, a meterse en su campo, y a cometer errores. Pato fue el primero en quedar en evidencia. Quiso parar a Xabi Alonso, que se disponía a rematar, y lo derribó en la media luna del área. La falta propició el gol de Cristiano. Y el gol redobló el hostigamiento.
El Milan recibió el gol y se distrajo, como esperando una tregua. Ronaldinho parecía recuperar el aliento cuando Pato volvió a emprender una de sus aventuras por la banda. Marcelo le robó el balón con un oficio y una voracidad que hasta hace poco no fueron habituales en el lateral brasileño. Trasladó, entregó a Cristiano Ronaldo y el portugués encaró a Zambrotta y a Gattuso, incapaces de pararlo. El centro recibió el remate de Özil, que le pegó de primera coronando con otro gol una actuación completa.
El escarnio del Milan no acabó hasta que Robinho no saltó al campo. Hasta que fue vendido al City por 40 millones de euros, Robinho vistió la camiseta blanca. La afición del Bernabéu le castigó con un clamoroso cántico: "¡Muerto de hambre! ¡Robinho es un muerto de hambre!".
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