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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los rompeguitarras

Hace algunos días Manuel Vicent, que es el más cinematográfico de todos los articulistas, nos explicó que existe una variedad del aguafiestas mucho más esmerada de la habitual. No se limita a ser el cenizo, el fatalista, el que ya ve la botella media vacía cuando acabas de descorchar el champán o el que, como recordaba Azcona de su madre, en cualquier alegría colectiva se siente en la obligación de advertir: "ya lo pagaremos, ya". No, hay uno más fino aún, que es el rompeguitarras. Aquel que ataca directo al corazón del festejo, al alma de la juerga, coge la guitarra y la rompe en dos. Hala, se acabó la alegría.

Por desgracia para los amantes del fútbol los últimos Mundiales han deparado un juego bastante horrible. No sólo la clásica y plomiza fase previa donde los equipos no quieren perder de manera tan obsesiva que si los dejaras solos tampoco ganarían, por si acaso. No, lo peor de los últimos Mundiales es que coronaron a la Italia de Cannavaro, que es como dejar la organización de la Feria de Libro a los Latin Kings. Italia es un equipo que juega a lo suyo, por supuesto, pero cuyo triunfo cae como una losa sobre el ansia de dar espectáculo. Tan triste es el panorama que hasta el adorado Brasil se ha convertido en los últimos años en el más claro paradigma de equipo rompeguitarras. Muscular, defensivo, aburrido, parece que le hubieran puesto falda larga y le hubieran roto el tambor a su torcida colorista.

España va al Mundial a tocar la guitarra y por si había dudas se ha llevado en la última repesca a Pedrito y Navas, que son nada más y nada menos que extremos. Uno se frota las manos porque es como ver llegar el cuerpo de baile lleno de muchachas esbeltas a la trasera de un teatro. Al menos podremos divertirnos. Si sacamos la cabeza entre tanto entusiasmo desmedido, tanto despliegue mediático y tanto anuncio con futbolista dentro, veremos que el Mundial tiene algo de lista de más vendidos, que sí, que está bien tenerla presente, pero a la hora de comprarte un disco te fías más de tu instinto. Pues si el Mundial es una fiesta por qué tendríamos que apostar por los aguafiestas, aunque ganen.

Menotti en una entrevista de estos días en As replicaba a tanto espíritu festivo afirmando que el escenario de Sudáfrica era un arma de doble filo. Por un lado colorido y bailón, pero cuyos estadios carecen de pedigrí mítico. Él lo dijo para enmarcar, claro: "¿llevaríamos la Filarmónica de Berlín al altiplano boliviano? Pues no".

Se refería a la música, ese silencio del público cuando se aprecia una jugada bien trenzada, esa observación del espectáculo creativo por encima incluso del gol, que es sólo la meta, no la razón del juego. Por lo que llevamos visto, la música del Mundial no va a ser la guitarra bien templada ni tan siquiera el contundente violonchelo. Va a ser la vuvuzela de plástico, que es algo así como si te zumban treinta mil moscones en la oreja durante 90 minutos. A ratos añoras el horrendo bombo de Manolo como si fuera Yehudi Menuhin. Tendríamos que aclarar si los zulús inventaron la cosa como arma defensiva o como arma festiva. Por el momento quedemos a la espera de jugadores rompevuvuzelas, aquellos que impongan el silencio con la genialidad, el recuerdo imborrable más allá del triunfo, o a ser posible junto a él. Y sobre todo, que no ganen los que juegan a no perder, los equipos rácanos, los rompeguitarras.

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