Mojando el pan en el huevo frito
Jesús Paredes, mano derecha de Luis, recuerda algunas claves del éxito de Viena
Cuando los jugadores de España regresaban al cubo alambrado en el que se alojaban durante el Mundial de Corea y Japón, en una colina desierta sobre el cinturón industrial de Ulsan, se sentían como reclusos. "¡Otra vez a este sitio!", rumiaban.
Antonio Limones, el responsable de logística de la federación española, recuerda que la experiencia en la Eurocopa de 2008 fue modélica. "El hotel Mildererhof era un establecimiento familiar, y la familia se volcó con nosotros", dice Limones. "Sacrificamos lujo por funcionalidad y los jugadores se encontraron muy a gusto. Después de los partidos decían: '¡Ya volvemos a casa!".
Los torneos se ganan jugando y, por su idiosincrasia, los españoles juegan mejor cuando conviven placenteramente. La concentración de España durante la Eurocopa de Austria y Suiza fue el punto de partida de un proceso exitoso. La Copa se empezó a conquistar en el hotel del minúsculo pueblo de Neustift, en el valle de Stubai. Por el camino hubo un seleccionador intuitivo que acuñó un eslogan, un capitán bisoño que inventó un ritual de camaradería, y un grupo de gente más o menos anónima que pensó en todos los detalles: desde los helados sin grasa hasta las habitaciones con televisión de pago.
Uno de los líderes espirituales de este movimiento subterráneo fue Limones. Otro fue Jesús Paredes. El preparador físico con más experiencia de campo en el fútbol español, y el brazo derecho del seleccionador Luis Aragonés, se ocupó de planificar los entrenamientos -dos por día en jornadas normales- y la vida entre medias. Cuando Paredes, ahora en el Huesca, rememora el paso por Neustfit recuerda que "España fue la selección que más entrenamientos hizo durante la Eurocopa y la que menos lesionados tuvo".
"Organizamos la concentración en microciclos con un día de descanso cada cuatro de trabajo y competición", recuerda. "Al día siguiente del partido entrenábamos por la mañana y luego dábamos libre hasta el día siguiente".
"Ese día, el que quería se podía marchar de paseo, y unos 15 o 20 nos quedábamos en el hotel. Como los cocineros también tenían libre, Iker [Casillas] tuvo una idea. 'Doctor', le preguntó a Jorge Candel, '¿y si nos comemos unos huevos fritos con patatas qué pasa?' 'Pues venga', dijo el doctor, 'huevos fritos con patatas para todos. ¡Y con jamón!' Nos apuntamos todos. Fue una liberación de la rutina de dieta estricta. Además, lo hicimos sin tenedor ni cosas de esas. Mojando el pan".
Paredes resume su filosofía con claridad: "En el fútbol hay que entrenar el físico con balón y sin balón", dice. "Ahora se habla mucho del entrenamiento con balón, pero el balón lo tiene uno y los otros 21 están corriendo. Entonces, el desmarque de ruptura es sin balón. En un contraataque uno lleva el balón y tres van en velocidad..."
Salido de la cuarta promoción del INEF en 1974, su vocación futbolística le llevó a la Universidad de Colonia, donde coincidió con el Mundial de 1974. Luego entró a trabajar en la Ciudad Deportiva del Madrid, primero en el Castilla, después con la primera plantilla junto a Luis Molowny, y más tarde con Di Stéfano, que se lo llevó al Valencia y al Boca. Entonces conoció a Luis Aragonés, con quien lleva entrenando más de 20 años.
"Elegimos el hotel de Neustift porque las habitaciones eran cómodas, espaciosas, con lo cual cuando estás 30 días en el mismo sitio no sientes claustrofobia", dice Paredes. "El hotel tenía bastantes ambientes sin ser un disperso. Las habitaciones eran individuales para que cada uno pudiera estar solo si le apetecía, porque dormir con un compañero durante un mes puede no ser lo mejor para descansar mentalmente. Cuando se iba cada uno a su habitación era muy independiente, pero el edificio era lo suficientemente pequeño como para que tuviéramos roce y cohesión".
A Jorge Candel los futbolistas le llamaban Doctor Hambre. El médico del Valencia fue el encargado de controlar los alimentos en la selección. Fue, quizá, el aspecto más restrictivo de la concentración. "Durante una competición que dura un mes, en donde sufres un desgaste diario y apenas tienes tiempo de reposición", observa Candel, "si no controlas la ingesta de alimentos nocivos, como grasas animales y grasas hidrogenadas, vas aumentando de peso, la toxicidad y la oxidación del organismo. Si agregas un kilo generas una estructura improductiva que te impide desarrollar la velocidad. En el fútbol lo más importante es la velocidad y un kilo de más a esas alturas de la temporada, con ese nivel de fatiga, hace una diferencia abismal".
Candel hizo controles antropométricos cada diez días para que los jugadores no sobrepasaran el 10% de grasa corporal. Prohibió los bollos y después de los entrenamientos, a pie de campo, suministró a los jugadores espaguetis líquidos para facilitar la absorción. Las galletas sin mantequilla y los helados desnatados fueron el lujo de los días de labor.
En los días libres triunfó un improvisado rito de comunión tribal: un festín de huevos rotos con mucho jamón.
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