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BALONCESTO | COPA DEL REY

Ricky conduce un 'ferrari'

El Barça abruma a un entregado Madrid y desvanece todos los debates (80-61)

A mayor desafío, mejor respuesta de un Barcelona antológico que se elevó al pedestal de la Copa ante el reconocimiento unánime al que sólo pueden hacerse acreedores los equipos grandes de verdad. Aplaudían los seguidores del Baskonia, los del Bilbao, los del Valencia y, por supuesto, los del Barça. Ricky Rubio es un jugador sensacional, que enamora y que, además, conduce un Ferrari. Frente a eso, el Madrid se quedó tirado en la cuneta, hecho trizas ya en el descanso, vencido y desengañado. La hegemonía es del Barça, que diluyó toda posibilidad de revivir legendarias pugnas como ingenuamente, visto lo sucedido, se había anticipado. Todo le funcionó al Barça y mucho camino le queda por recorrer al Madrid, que sigue hundido en una competición en la que su dominio ya no lo recuerdan casi ni los viejos del lugar porque sus 22 títulos, ahora sólo uno más que el Barça, son de antes de 1993, de aquella última final que ganó al Joventut cuando en sus filas todavía estaban Sabonis, Romay, Biriukov, Simpson y compañía.

REGAL BARCELONA 80 - REAL MADRID 61

Regal Barcelona (19+21+24+16): Rubio (13), Navarro (8), Mickeal (9), Lorbek (13), Morris (5) -cinco inicial- Basile (6), Lakovic (1), Ndong (1), Grimau (6), Vázquez (14) Sada (2) y Trías (2).

Real Madrid (16+9+12+24): Prigioni (2), Jaric (7), Kaukenas (10), Garbajosa (4), Lavrinovic (11), -cinco inicial- Llull (10), Hansen (-), Velikovic (11), Reyes (6).

Árbitros: Arteaga, Pérez Pizarro y García González. Sin eliminados.

Incidencias: Final de la Copa del Rey disputada en el BEC de Baracaldo ante 14.814 espectadores, la mayor asistencia de la historia a un partido de Copa. Fran Vázquez fue elegido el mejor jugador del torneo. Asistieron los Reyes de España, que fueron recibidos con pitos, aunque sin más incidentes.

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Jugadores con capacidad para desbordar en el uno contra uno, para leer la defensa y entrar en la cueva en el momento preciso, surtido de tiradores de tres y una defensa impenetrable que desquicia al más pintado. Todo eso exhibió el Barcelona, que venía de dos partidos difíciles en los que, erróneamente, hizo pensar que no estaba tan fino. Lo pagó el Madrid, que fue enredándose en la madeja a medida que transcurrían los minutos.

La batalla táctica inicial llegó a resultar insufrible y la épica se aparcó por momentos para dar paso a un intercambio de movimientos ajedrecísticos entre Ettore Messina y Xavi Pascual. Hasta 16 cambios se contaron en el primer cuarto. Que si yo juego con dos cuatros, que si te pongo a Sada cuando saques a Llull, que si te cambio de marcador a Jaric... Algunos jugadores viajaban como estrellas fugaces: un par de minutos Sada, otro tanto Grimau, ni siquiera eso Velickovic en su primer relevo... El Madrid vivió de los primeros desbordes por piernas de Jaric frente a Mickeal, de los tiros libres que propició la correosa defensa del Barcelona y de no mucho más. Durante cuatro minutos sólo hubo dos triples y una sucesión inacabable de tiros libres. Nadie abría el melón. Nadie lograba ventajas a base de movimientos ofensivos. Hasta que Ricky pegó un primer acelerón y, con la incorporación de un Vázquez colosal, empezó a ceder el muro madridista.

Messina puso en juego a sus torres menos altas, Velickovic y Felipe Reyes, pero sus aproximaciones al aro se estrellaban con los brazos de Lorbek y Morris. El Madrid no anotaba desde el exterior, no movía el balón con la suficiente velocidad y sincronía de movimientos para agrietar la defensa del Barcelona. Lavrinovic es un pívot con muy buena mano, pero no es capaz de dominar dentro cuando tiene delante a Vázquez, Lorbek o Ndong. Velickovic estuvo fuera de foco, sometido por un Morris que hacía tiempo que no sacaba un repertorio tan extenso y atosigante para sus rivales. Prigioni no pudo con Ricky, a Llull le costó bregar con Sada y Jaric fue apagándose con los sucesivos marcajes de Basile, Grimau y de nuevo Mickeal, que se rehizo de su flojo inicio y se añadió a la fiesta.

El partido estaba más que decantado ya en el descanso. El Barcelona, cada vez más a gusto, disfrutó y amplió su ventaja hasta los 26 puntos. El Madrid vivía la peor de sus pesadillas. Perdía balones a chorro, se dejaba hacer definitivamente abrumado por la energía de Ricky, el tesón y la contundencia de Vázquez, los sutiles movimientos de Lorbek dentro de la zona, la pillería de Navarro, el estupendo juego colectivo azulgrana con aportaciones puntuales de todos y cada uno de sus jugadores, incluido Trias. El triunfo de un grupo con maravillosas individualidades, pero, al fin y al cabo, en el que prevalece el equipo. El tópico hecho realidad para un Barcelona que ganó la Liga, que derrotó esta temporada al Madrid en la Supercopa y para el que la Copa, vista su devastadora actuación, no parece sino un peldaño más.

El conjunto azulgrana celebra el triunfo en la cancha
El conjunto azulgrana celebra el triunfo en la canchaEFE

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