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ANÁLISIS
Columna
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Txus y el chicle que no cesa

Hay jugadores que van y jugadores que vienen. Entrenadores que llegan y otros que se van. Los presidentes tienen menos impacto social, a pesar de lo que pueda parecer. Todo pasa y poco queda en los clubes deportivos. Prevalece el presente, la impresión momentánea, las intrigas de palacio, la novedad, el aburrimiento. "Creo que no debería seguir porque tengo la sensación de que la gente está aburrida de verme", me decía un ex futbolista del Athletic, de esos queridos por la afición, en sus horas profesionales finales. "Jamás volveré a estar cinco años dirigiendo al mismo equipo", me aseguraba Luis Fernández, aún en Bilbao, tras dejar de entrenar al equipo rojiblanco. No tuvo la oportunidad de demostrarlo.

Hay jugadores y entrenadores que dejan espacios vacíos rellenables, pero no sustituibles

Hay jugadores y entrenadores que van y que vienen siguiendo los dictados de la clasificaciones o las revueltas internas como hay programas de televisión que van y que vienen según la valoración de las audiencias. Pero hay jugadores y entrenadores que son algo más, que en vez de pasar dejan poso y que cuando se van parecen dejar un espacio vacío que será ocupado por otro, sin ninguna duda, pero no en su misma taquilla, no con su mismo número (aunque sea el mismo) ni con su mismo chicle. El chicle de Vidorreta es especial. No es un antídoto contra el nerviosismo ni un freno al pulsómetro de las faltas personales. Es un chicle que forma parte de su personalidad hasta el punto de que nadie se imagina a Txus Vidorreta sin un chicle danzando por la boca, quizás taponando algún improperio inoportuno (de esos que de vez en cuando te pide el cuerpo) o celebrando la superioridad de tu equipo sobre el rival, especialmente si la victoria en ese caso tiene algún valor añadido emocional.

El chicle de Vidorreta no es el chicle de la NBA, con ese aire rapero de las estrellas del anillo de oro. No, nada que ver. Es el chicle de quien se siente seguro con lo que hace, de quien cree que está haciendo lo adecuado, lo necesario y luego, ya sin el chicle, en el salón de la casa, a veces incluso antes en la sala de prensa es capaz de reconocer sus errores. No sé, pero a mí me sugería el chicle de las buenas películas americanas. Y ese chicle es como la definición de su personalidad: punto colega, punto chuleta, punto sobrado, punto humilde, punto sincero, punto cáustico (en las distancias). Y ese chicle es la imagen del nacimiento y crecimiento de un club que en poco tiempo (nueve años no es nada) se ha instalado en lo que algunos han llamado la mejor Liga del mundo, incluida la NBA, a la que nunca alcanzará en pedigrí. Por eso deja un hueco rellenable, pero insustituible, aunque las camisetas de los entrenadores no puedan retirarse por falta de número en su espalda (donde sólo figura, como mucho, la fecha de caducidad).

El chicle se rompió en el último globito. Pero no del todo. Se rompió en Bilbao y seguirá vaya usted a saber dónde. Aún no se sabrá si era lo mejor. Lo que se sabe es que era lo único posible. Por muy Txus que fuera, por mucho que llevase toda la mar detrás, la dictadura del resultado no le iba a perdonar el castigo. Habría que saber que más factores han influido no en la decisión, sino en el extraño rendimiento del equipo. Habría que preguntarse porque el baloncesto vizcaíno cada vez que intenta dar un salto hacia adelante se da de bruces con el muro y lo mismo se lleva un club por delante (el Caja Bilbao) o un entrenador (Txus Vidorreta). Cuestión de expertos. Cabe la posibilidad, es cierto, de que Vidorreta en este equipo (no en el baloncesto) hubiera gastado todas sus balas, de que su lenguaje deportivo no admitiera más metáforas en el diccionario. Pudiera. Cabe la posibilidad de que sólo un cambio espabilara a una tropa que camina vacilenta y mortecina. De que algunos de los fichajes no sólo funcionen mal, sino que estuvieran mal elegidos. De que el Bizkaia, al que se le ha alabado su orden defensivo y espíritu colectivo, de saberse de un año hacia atrás la lección al dedillo, no haya acertado con la transición del barrio al chalet. Todo puede ser.

Lo que está claro es que el último globo del chicle de Vidorreta se rompió. Y ahora empieza otra cosa, al borde del precipicio. Una experiencia nueva para un club muy nuevo. El chicle seguirá, pero Vidorreta no es de chicle..

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