El Athletic arranca de mala manera
Los de Caparrós comprometen su futuro europeo tras un ejercicio de impotencia en la previa de la UEFA
La paciencia es hoy un bien escaso en el planeta fútbol. Un artículo de lujo. Una rareza del siglo XX. No pocos proyectos, incluidos los más faraónicos, duran lo que el puro al presidente, o al propietario: un mal partido, una tarde aciaga. No hay noticias de territorios inmunes a la plaga de la impaciencia. Sin embargo, se pensaba, al menos en Bilbao, que la modernidad y sus urgencias no tenían jurisdicción en San Mamés, la Catedral, sacrosanto feudo del Athletic, el equipo más romántico. Una ciudad, un estadio y un club anclados en la tradición, colindantes con el misticismo, pues extraen de la flagelación, de las tremendas limitaciones autoimpuestas, el sentido de su existencia, su afirmación ante el otro, un insólito sentimiento de pertenencia grupal. Craso error. Los tiempos también están cambiando en el último reducto del fútbol añejo.
ATHLETIC 0 - YOUNG BOYS 1
Athletic: Iraizoz; Iraola, Aitor Ocio, Amorebieta, Xabi Castillo; Orbaiz, Javi Martínez, Susaeta (Etxeberria, m. 71), Yeste (David López, m. 46); Toquero (Muniain, m. 56) y Llorente. No utilizados: Armando, Gurpegui, Koikili y De Marcos.
Young Boys: Wolfli; Ghezal, Dudar, Mardassi; Sutter, Hotchstrasser, Yapi, Degen; Doumbia (Pasche, m. 90), Schneuwly, Frimpong, m. 84) y Regazzoni (Affolter, m. 77). No utilizados: Colloviti, Christian Schneuwly, Schneider y Traore.
Gol: 0-1. M. 23. Doumbia.
Árbitro: Costas Kapitanis (Chipre). Mostró tarjetas amarillas a Javi Martínez, Yeste, Ragazzoni y Degen.
Unos 28.000 espectadores acudieron a San Mamés para presenciar el choque de ida de la tercera eliminatoria de la Europa League. Se guardó un minuto de silencio, no respetado por un grupo de aficionados, en memoria de los dos agentes de la Guardia Civil asesinados por ETA en Palmanova.
Treinta minutos. No duró más el crédito del Athletic. Media hora de partido, y de temporada. Fue el tiempo que tardó el público de San Mamés en dedicar una sonora pitada a sus futbolistas. Que la chifla estuviera justificada o no es lo de menos: resulta sintomática. No sólo afeaba a sus futbolistas un arranque de partido lamentable, una puesta en escena en la que el Young Boys, desconocido líder de la famélica Liga suiza, le propinó una tunda de aúpa a la tropa de Joaquín Caparrós. La pita también exteriorizaba, liberándolo, el desconcierto con que la afición ha asistido al lamentable espectáculo que durante el período estival, otrora tiempo de promesas e ilusiones, ha protagonizado la Junta Directiva que preside García Macua, enzarzada en una lucha intestina que no ha dejado títere con cabeza en la cruenta batalla librada por el control de la cantera de Lezama, el que debería ser el ecosistema más protegido, por sensible, por estratégico, por identitario, del Athletic.
Todo Bilbao estaba sobre aviso, salvo, al parecer, sus futbolistas. Se sabía que el Young Boys no se encerraría en su área. Que trataría de aprovechar su mayor exuberancia física y su más avanzado rodaje. Y que, osado, percutiría a través de Doumbia, pichichi del campeonato helvético el pasado ejercicio, líder de la tabla de goleadores en el presente. Cuatro goles en tres partidos. En una decisión sorprendente, Caparrós asignó su marca al único debutante del once, Castillo, titular en detrimento de Koikili. Tres minutos tardó Doumbia en amargarle el debut al lateral: primero, con una conducción vertiginosa, profunda; después, con un desmarque digno de un velocista jamaicano.
El Young Boys maltrataba a un Athletic mil veces visto en San Mamés: cansino en su despliegue, previsible en su plan, arcaico en su método. La culpa no era de Castillo. No había noticias de los centrocampistas locales, tampoco de Fernando Llorente, que a los cinco segundos ya recibió una caricia de Dudar, un tallo argentino de cuya marca sólo se zafó en el minuto 51. Fue para lanzar un penalti, la más clara de las tres únicas ocasiones, todas a balón parado (un libre directo de Yeste y un córner rematado por Iraola), que fue capaz de generar el Athletic en una noche decepcionante. Wolfli aguantó los dos amagos del riojano e intuyó la dirección de su lanzamiento. El balón acabó en el córner; las manos de los hinchas locales, en sus cogotes.
Poco aportó la entrada tras el descanso del voluntarioso David López, que sustituyó a Yeste, a años luz de su mejor forma. Menos aún la de Joseba Etxeberria, que ayer emprendía su última temporada en activo, sin coste alguno para el Athletic. Y muy pronto se disipó el efecto burbujeante de Iker Muniain, que empezó tremendamente bullicioso para contagiarse de la atonía general. De muy mala manera arrancó el Athletic, que complica a las primeras de cambio su futuro europeo. Un porvenir que hoy sería inexistente de no mediar tres paradas de Iraizoz y cierta candidez helvética.
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