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TENIS | WIMBLEDON

El campeón de todos

Federer gana Wimbledon tras un durísimo partido a Roddicky bate con 15 el récord de 'grandes' de Sampras- El suizo arrebata el 'número uno' a Nadal en la final con más juegos del Grand Slam

Arranca la tercera manga y Andy Roddick está absolutamente grogui. Es un tenista descompuesto: viene del cuarto de baño, tiene la mirada perdida y tal es su desasosiego, tal su cara enrarecida, que se confunde de lado de pista e intenta sacar cuando no le correspondía. Roddick, martillo y guadaña hechos tenista, acaba de perder cuatro bolas de set en la segunda manga que le ponían a un paso de ganar Wimbledon. Roger Federer lo celebra gritando en alemán y preparándose para lo que viene, un infierno, un martirio, el delirio: la final más larga de los torneos del Grand Slam en número de juegos disputados (77) y el quinto set más extendido de la historia.

Fueron 95 minutos de plomo, disputados cuando la luz ya moría y mientras la grada pestañeaba incrédula, alienada por el festival de saques de los dos tenistas; impresionada por la dramática tensión del momento y rendida al deseo del campeón suizo -7-5, 6-7 (6), 6-7 (5), 6-3 y 16-14 en 4 horas y 16 minutos- y el orgullo del rival vencido. Roddick mereció mucho más en el encuentro, pero le arrolló el tren de la historia: Federer ya tiene seis títulos de Wimbledon; ya ha recuperado el número uno, que pierde Rafael Nadal; y ya ha conquistado 15 grandes, el último entre bárbaras presiones, las de Roddick, que hizo todo lo humanamente posible para evitar que el suizo superara a Pete Sampras (14 grandes) y se colocara por encima de cualquier tenista que jamás haya existido.

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Federer jugó observado desde la Royal Box, el palco de honor, por Pete Sampras, Rod Laver, Bjorn Borg, Ilie Nastase y Manolo Santana. El suizo tenía cita con ese exclusivo grupo, fecha y hora para dejar marca como tenista irrepetible... Pero no estuvo a la altura de su proyecto durante grandes tramos del partido. En la primera manga, desaprovechó cuatro bolas de break. Perdió ese set y debió ceder también el segundo, subyugado como estaba por 6-2 en el tie-break: hubo entonces una erupción de genio, un tenista como un rugido, Federer a la carga y Roddick, empequeñecido. El suizo, sin embargo, empleó más de cuatro horas en romper el servicio contrario, que permaneció 39 juegos impoluto. El estadounidense fue un tenista insensible, alérgico a los problemas y a la tensión de una tarde de emociones extremas: en la quinta manga, sirvió 10 veces sabiendo que si perdía el saque perdía el partido. Aguantó hasta la undécima.

En el palco, vestido de riguroso negro, inalterable, sin hacer nunca un gesto, Larry Stefanki, el entrenador de Roddick, observa cómo su plan navega hacia buen puerto. Su pupilo saca y sube, sumando aces y puntos ganados con vértigo. La apuesta es alta, arriesgada, en cualquier otra superficie, quizás, suicida: chip and charge, cortar y subir, presionar a Federer aprovechando el bote bajo de la hierba para retarle a matar o morir tirando passings contra el tenista que le ocupa metros en la red. El suizo nunca gestionó bien ese peligro.

Contra él jugó un elemento inesperado: Roddick supo elegir los momentos de la carga y, además, estuvo sólido desde el fondo, encendido, fuerte y como enfadado. Quería ganar, ganar y ganar. Y nunca, ni cuando desaprovechó dos bolas de break en la quinta manga que le dejaban sacando para el partido, dejó de intentarlo. Roddick, autor de 27 aces y 11 servicios ganadores, jugó como quería Jimmy Connors, su ex entrenador. Tirando piedras y pidiendo guerra.

A sus 28 años, Federer pareció vulnerable. Vivió arropado por su servicio (50 saques directos,su récord personal y a cinco del absoluto) y por su magnífica gestión de los momentos clave. Fue un tenista un tanto desdibujado, discontinuo y en cierta manera sin peso: mientras Roddick ganó con facilidad los sets que se apuntó, él sufrió dos tie-breaks y un quinto set de récord para anotarse el triunfo.

Fueron 95 minutos de quinta manga, un partido eléctrico, sufrimiento indecible para engrandecer su figura. Cualquier otro hubiera perecido víctima de la historia y el deseo. Federer, no. Es un tenista único, hecho de otra pasta, a la altura del puesto que ocupa: el número uno. El suizo ganó un partido para colosos. Lo vio desde la grada el pistolero, Sampras, que acabó conmocionado. "Ha sido tremendo", dijo. "Épico".

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