La mejor derrota de la historia
España opone una suprema réplica y exige un esfuerzo agónico a un gran Estados Unidos
España y Estados Unidos descorcharon la excepcional belleza que puede dar de sí un partido de baloncesto en una final olímpica a mayor gloria de la mejor generación española de la historia. El marcador dijo que perdió España, que el redeem team (equipo de la redención) efectivamente se redimió tras ocho años de miseria, pero a veces, pocas, un partido va mucho más allá de un marcador, de una medalla de oro. Fue el caso. Quien lo viera, quien haya seguido las peripecias de la maravillosa quinta de Pau Gasol desde que plantó su primera semilla en el Mundial junior de 1999, quedó más reconfortado que muchas veces en que cantó victoria.
La emoción y la admiración por lo que sucedía en la cancha del majestuoso Pabellón Olímpico de Pekín fundieron la noción del tiempo en un chispazo. La selección española volcó el talento, la garra y la maravillosa sensación que transmiten sus componentes de disfrutar exprimiéndose al máximo, jugando en equipo, sin ningún complejo, sin ninguna reserva.
Sólo la formidable batería de estradivarius de la NBA, amenizada por sus máximos tenores -Kobe Bryant y Dwayne Wade- y aderezada por un trabajo de fondo en equipo, pudo abatir la colosal réplica española. Bryant, en especial, se ganó su primer oro olímpico a pulso. Fue él quien le salvó el pellejo a su equipo cuando las acometidas del español, bien plantado en la cancha, animoso, actuando a un nivel superlativo, rozaron lo imposible. Tenía encendido el piloto de la reserva porque además de que Calderón no pudo jugar, Raúl López estuvo fuera de foco y varios jugadores al borde de la eliminación por faltas. No importó.
Revolucionado por el ímpetu y la valentía de Rudy Fernández, el equipo dio un golpe de riñones en el inicio del tercer cuarto, se puso a cuatro puntos (67-71) y a partir de ese momento los americanos las pasaron canutas. Su entrenador tuvo que pedir uno, dos tiempos muertos, para tratar de orientar a sus jugadores sobre cómo agujerear la defensa española, a veces de acoplamiento, otras en zona.
Los americanos sumaban a ráfagas. No se encontraban a gusto. No poseían colchón en el marcador como en el segundo cuarto (44-58), durante la única fase en que, robando un par de balones y capturando rebotes en ataque, lograron correr y disponer de más lanzamientos. Parecía que podía repetirse la paliza del primer partido en la fase de grupos (82-119). Un espejismo.
Aíto, en ese instante, se jugó un órdago. Dio descanso a Ricky, inmenso en la dirección del equipo pero exhausto, y situó a Navarro de base. La estrategia dio sus frutos. Navarro tenía el día. Kidd, Paul o Willams, el base de turno, y la defensa estadounidense, se las vieron y se las desearon con sus tiros y penetraciones. Cuando no era Pau Gasol, era su hermano Marc y cuando no, la versatilidad de Carlos Jiménez y el instinto asesino de Felipe Reyes en el rebote ofensivo los que llevaron de cabeza a la defensa estadounidense.
Los triples de Wade y Anthony dieron vida por momentos a su equipo. Volvieron a tomar 11 puntos de ventaja (82-91). La salida de Rudy en el último cuarto acabó de helarles la sangre (89-91). Quedaban ocho minutos. Iban a sufrir, vaya que sí. España limitó la pérdida de balones que suele condenar a los rivales de Estados Unidos. Ni siquiera la eliminación de Rudy, a falta de tres minutos, desanimó a España, aunque en esa acción Kobe Bryant con un triple más un tiro libre (99-108) empezó a darles aire a los suyos, que sumaron un total de 13 triples.
Con 105-111 en el marcador, Jiménez falló un triple que pudo poner un poco más de picante a un partido de antología, con ambos equipos buscando sin complejo y con acierto la canasta rival, aportando calidad y espectáculo, un regalo para el espectador. Sólo sobraron algunas decisiones arbitrales, especialmente una técnica a Ricky cuando todo estaba ya dicho, y también cierta gestualidad desmesurada de los componentes del redeem team. Pero fue un partidazo y los estadounidenses comprendieron que era imprescindible toda la preparación y la artillería que reunieron esta vez para abatir a una selección como la española, en plena madurez de sus jugadores clave y con un futuro halagüeño atendiendo al inmenso partido de un adolescente como Ricky que ratifica cada día que pasa que no le intimidan ni los rivales ni la importancia de las citas. El medallista más joven en la historia del baloncesto olímpico volvió a causar sensación, al igual que todo el equipo español.
El 24 de agosto de 2008 pervivirá en el recuerdo del baloncesto español. Un 11 de agosto de 1984 en que España entera dejó de dormir para atender al televisor, la selección se batió con la galaxia estadounidense en otra final olímpica y perdió por 96-65. El entrañable seleccionador de aquel equipo, Antonio Díaz Miguel, dijo entonces: "Tal vez no volvamos a vivir este hecho". El bueno de Antonio debió admitir desde el cielo que se equivocó. 24 años después la selección española volvió a jugar la final ante toda la joyería de la NBA y estuvo a un par de pasos de conquistar el título olímpico.
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