Fin de ciclo
El Sevilla maquilla la temporada con una goleada sobre el Athletic
Adiós se dice con el corazón. Al menos, así se quiere suponer en la mayoría de las ocasiones. Y el corazón puede ser peluche o víscera. El de los sevillistas en concreto está partido y bastante escocido. El equipo no es ni lo que prometía ni lo que dijo. Y las explicaciones han sido bastante menos extensas o frecuentes que cuando tocaba hablar de éxitos deportivos y de concepto. Ayer, se echaron en falta a los futbolistas campeones. Algunos estaban sobre el césped, pero no ejecutaban como se les había visto muchas veces en el coliseo de Nervión. El Sevilla ganador de cinco copas, el Sevilla que se inventó un camino hacia el éxito y que presumió de él ya no existe. Jugó ayer su último partido, un encuentro insulso y puede que hasta injusto para un colectivo histórico, el mejor sin duda alguna de la centenaria trayectoria del club sevillano.
El partido de ayer fue intrascendente. El Athletic se encontró con la ventaja en un penalti temprano de Dragutinovic. El conjunto de Caparrós salió más atento. El Athletic se despedía también del curso. No era lo mismo porque el adiós no significaba el final de grupo alguno y, sobre todo, de grupo campeón alguno. El Athletic ha visto su ideal de equipo definido a la fuerza: la pelea continua para evitar que le trague el abismo y, con suerte y una generación particularmente iluminada, intentar arañar un puesto para el segundo escalafón europeo. Y que Caparrós esté al mando no es tampoco casualidad alguna. Ayer planteó el típico partido zorreras. A sabiendas de que en el club de su alma se ha llegado a un punto en el que nunca está todo el mundo satisfecho, decidió hurgar en esa falta de paz. A los tres minutos, iba ganando de penalti y, a los seis, uno de sus jugadores estrelló un balón en el palo. Poco más. El Athletic ya es de los que juega a la supervivencia. Conjuro, tiene, ganas también…
El Sevilla y sus aficionados encajaron el gol con cierto desdén. Su bronca era otra. Así, una parte de la grada, la de los aficionados radicales, la que siempre enseña una pancarta para amedrentar los enemigos que le dictan algunos directivos. Ya sean los perseguidos periodistas, cadenas de televisión, jugadores o entrenadores. Ayer, los 'Biris' decidieron celebrar a gritos la confirmación de Manolo Jiménez como entrenador del equipo para el próximo año, que es lo mismo que decir que capitanear el después de un equipo excelso y campeón. Los Biris parecieron estar de acuerdo con las tesis presidenciales, mientras que otros miles de sevillistas les silbaban cuando intentaban jalear el coraje del que fuera mítico defensor del conjunto de Nervión. Aplaudieron unos y silbaron otros la continuidad del técnico tanto cuando el equipo perdía como cuando goleaba. Los aficionados no semejaron llevar por el sentimiento puntual. Las dudas son profundas y razonadas. Los sevillistas impusieron su calidad a los 20 minutos y en la segunda encarrilaron una goleada cimentada en el despliegue del ignorado Koné, la chispa de Navas y la honestidad de Kanouté. Y adiós para siempre a un trozo de historia irrepetible.
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