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Crónica:FÚTBOL | 37ª jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Alavés se derrumba

El conjunto vitoriano roza el descenso tras caer derrotado ante un Zaragoza que no se jugaba nada

La testa de Diego Milito y la plasticidad de Savio deslomaron las aspiraciones del Alavés y, de paso, soliviantaron las rojas orejas de los futbolistas de los equipos rivales, pegados al retransmisor ante la inexorable efervescencia de la zona peligrosa. Fue, precisamente, la asfixia del descenso, lo que derrumbó al conjunto vitoriano, que se olvidó de uno de los principios básicos del fútbol, ese que sentencia que corre la pelota y no el jugador, que es el cuero quien no se cansa de rodar. Tras la derrota, el club de Piterman se sitúa, a falta de un partido para que concluya la temporada, a dos puntos de los puestos que evaden la permanencia, del Espanyol.

La suma del nerviosismo vitoriano más la apatía del Zaragoza, que nada pinta ya en la Liga, convergió en un encuentro irracional e intermitente, donde las opciones claras se entendieron con el nulo fútbol. Diego Milito, definidor por naturaleza, se aprovechó de la coyuntura. Y el equipo aragonés, entonces, aprovechó el tirón. Ambos conjuntos salieron con el mismo dibujo, con un 4-4-2 sin hombre de enlace entre la media y la delantera. La única diferencia fue la zona en que se realizó la presión. La del Zaragoza se limitó al área propia, en caso de necesidad; la de las Alavés se iniciaba con Aloisi y Bodipo, que hacían de péndulo y báscula para el resto. Algo que repercutía de sobremanera en la medular, que se desgastó a base de zancadas inútiles, tan obcecada en dar una solución con sus llegadas desde la segunda línea como en encimar a los dos mediocentros blanquillos.

Sólo tiró de temple Jandro, que sacó a relucir sus virtudes en una demarcación que no habitúa, la de interior derecho —su posición natural es la de media punta—. Fue el único que asustó al Zaragoza; no pisó la línea de fondo, pero trazó constantes diagonales hacia el interior para, inexorablemente, romper la cadera de Toledo, quien a la media parte dejó su sitio a Aranzabal. Jandro, además, supo leer los desmarques de Bodipo. Pero el ariete tiritó ante el marcó rival, acusó en exceso la presión del descenso. No así en el área rival Diego Milito y Savio, quien se despedía de La Romareda porque regresa a Brasil por motivos familiares. El argentino metió el primero con la cabeza y el carioca fabricó los dos siguientes. Excesiva reprimenda para el Alavés, que pagó cara su vehemencia y se marchó con la cabeza gacha. Ahora, la salvación depende de una carambola: debe ganar su próximo compromiso contra el Deportivo, que sigue inmerso en la lucha por la UEFA, y empatar o perder el Espanyol contra la Real Sociedad en Montjuïc. "Al equipo le han entrado nervios y por eso no dependemos de nosotros mismos para salvarnos", admitió Piterman, presidente, entrenador, fotógrafo y figura siempre polémica. Y reflexionó: "Habría que revisar el sistema de competición porque es absurdo que equipos que no se juegan nada se midan con los que se juegan muchísimo". Chuchi Cos, el destituido, readmitido y de nuevo destituido técnico del Alavés, vio el partido desde las gradas de La Romareda. El relevo que le hadado Mario Luna al frente del equipo, sin embargo, no ha surtido efecto. El Alavés está con el descenso a la vuelta de la esquina.

La testa de Diego Milito y la plasticidad de Savio actuaron de jueces en La Romareda, centro neurálgico de la jornada, una de las más decisivas de la temporada. Sus habilidades deslomaron las aspiraciones del Alavés y, de paso, soliviantaron las rojas orejas de los futbolistas de los equipos rivales, pegados a la radio ante la inexorable efervescencia de la zona peligrosa. Fue, precisamente, la asfixia del descenso la que derrumbó al conjunto vitoriano, que se olvidó de uno de los principios básicos del fútbol, ese que sentencia que corre la pelota y no el jugador, que es el cuero quien no se cansa de rodar. El Zaragoza, absolutamente aletargado ante la carencia de expectativas, llevado por la inercia y la desidia, se limitó a trotar por el césped, a verlas venir. Y la suma del nerviosismo más la pasividad convergió en un encuentro irracional e intermitente, donde las opciones claras se mezclaron con el nulo fútbol. Diego Milito, definidor por naturaleza, se aprovechó de la coyuntura. Y el equipo aragonés, entonces, aprovechó el tirón.

Ambos conjuntos salieron con el mismo dibujo, con un 4-4-2 sin hombre de enlace entre la media y la delantera. La única diferencia fue la zona en que se realizó la presión; la del Zaragoza se limitó al área propia, en caso de necesidad; la del Alavés se iniciaba con Aloisi y Bodipo, que hacían de péndulo y báscula para el resto. Algo que repercutía de sobremanera en la medular, que se desgastó a base de zancadas inútiles, tan obcecada en dar una solución con sus llegadas desde la segunda línea como en encimar a los dos mediocentros blanquillos. Así, en zona de tres cuartos, se produjo un vacío generoso. Pero los delanteros Ewerthon y Diego Milito se aislaron, residieron en la inopia. El argentino, por ejemplo, se preocupó más por las botas que por el partido. Pero son dos delanteros con olfato, que la arman con media oportunidad. Justo lo que necesitaron. Zapater rebañó una pelota en el centro del campo y abrió para la carrera de Ewerthon, quien centró al punto de penalti. Ahí, libre de marcaje, la cabeza de Diego Milito dictó sentencia. Antes, sin embargo, se preocupó más por la estética que por el fútbol. Sólo así se entiende que se calzara tres pares de botas en noventa minutos, por mucho que el chirimiri humedeciese el césped aragonés.

Acostumbrado a la media punta, Jandro no deslució en la banda derecha. Más bien, como interior, fue el único que asustó al Zaragoza al explotar sus virtudes; no pisó la línea de fondo, pero trazó constantes diagonales hacia el interior para, inexorablemente, romper la cadera de Toledo, quien a la media parte dejó su sitio a Aranzabal. Jandro, además, supo ver los desmarques de Bodipo. Pero el ariete tiritó ante el marc o rival, acusó en exceso la presión del descenso, justo a la vuelta de la esquina. No ocurrió lo mismo con Savio, quien se despedía de La Romareda porque regresa a Brasil por motivos familiares. Savio se fabric ó un penalti de libro, que después materializó, y provocó el tercer gol. Excesiva reprimenda para el Alavés, que pagó cara su vehemencia y se marchó con la cabeza gacha. Lo contrario que Savio, que se marcó una vuelta de honor para despedirse de la afición.

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