El Barça se ciega ante la portería
El equipo de Rijkaard pierde un sinfín de oportunidades, remata dos veces al palo y empata sin goles con el Benfica
Desenfocado, peleado con las dos porterías y aburrido por un extravagante guardameta, Moretto, que anoche se marcó un partidazo, al Barcelona no le quedó más remedio que firmar un empate a cero en el estadio Da Luz cuando la productividad de su juego demandaba una goleada. A sus jugadores les tembló el pulso después de un ejercicio futbolístico encantador. Ninguno personificó mejor la noche azulgrana que Iniesta. Juega que es un encanto y remata con espanto. Así fue el Barça que compareció ayer en Lisboa. Tan guapo como inocente, tan lúdico como estéril, tan espectacular como inofensivo, tan divertido como cándido. No supo poner en el marcador las diferencias de juego que hubo entre uno y otro equipo en la cancha y, desengañado, acabó por dar vida al Benfica en un último tramo salvado por los pies y las manos de Valdés.
Aunque la alineación de Rodri, central del filial, se presentaba como la solución más natural para combatir las ausencias defensivas, sobre todo porque simplificaba las bajas de hasta tres futbolistas de contención (Puyol, Márquez y Edmilson) y permitía a los medios mantener sus posiciones de costumbre, Frank Rijkaard prefirió repartir el campo entre los futbolistas profesionales, condicionado seguramente por la seriedad del partido y la exigencia del torneo. Iniesta reapareció como medio centro mientras Motta, el jugador más versátil, retrocedía al puesto de central en una propuesta tan atrevida como futbolera.
Juntar a Belletti, Motta y Gio en el área de Valdés supone un riesgo y el recuerdo del gol concedido en Stamford Bridge entre el portero y el italo-brasileño todavía provoca escalofríos entre quienes sostienen que los partidos se ganan desde una buena defensa. Ofensivamente, en cambio, el equipo se estiró con un elegancia tan sobrecogedora que al Benfica le entró un ataque de pánico. Si Rijkaard dio un paso adelante con la alineación, Ronald Koeman lo hizo hacia atrás cuando situó a Ricardo Rocha como marcador de Ronaldinho en vez de Nelson. Acurrucado en su campo, el Benfica se espantó en cada llegada del Barça, que contó hasta siete ocasiones antes del descanso.
Una jugada retrató el partido. Eto'o le tiró dos caños a Anderson, el central se aflojó tanto que cedió la pelota al portero para no perderla y Moretto la recogió como si tal cosa, incapaz de jugarla. La cesión provocó un libre indirecto que Ronaldinho remató por dos veces, las mismas que rechazó el guardameta. Moretto regaló tantos disparos como paradas realizó en una actuación disparatada. A las dos oportunidades de Ronaldinho se sumaron después una llegada estupenda de Iniesta y otras dos de Van Bommel y dos chuts mordidos de Deco y Eto'o. Las siete eran gol o gol y, sin embargo, no se contó ninguno.
Jugaba el Barcelona con tanta exquisitez, precisión y velocidad que jamás permitió el fútbol físico y agresivo del Benfica, desbordado de punta a punta del campo. Los azulgrana se garantizaron la posesión del balón, Iniesta supo darle la mejor salida, los volantes mezclaron tanto en la defensa como en el ataque y los delanteros tiraron siempre el desmarque que exigía la jugada. Ronaldinho estuvo especialmente brillante como asistente y Larsson abrió el campo como extremo y jugó también de primera como ariete. Tocaba y llegaba el Barça con tanta naturalidad, de forma tan aseada, que no hubo más noticia del Benfica que los disparos a media distancia de sus centrocampistas.
Koeman reactivó a su equipo con la salida de Miccoli. El Benfica ganó agilidad con tres delanteros muy pequeños y el Barça se sintió más exigido atrás y menos cómodo arriba. La pelota paraba más en las zonas blandas del campo y la hinchada benfiquista advirtió felizmente que había partido. Aunque de manera más barroca, porque el juego resultaba más trabado y atropellado, los azulgrana siguieron contando unos cuantos remates más, sobre todo en dos disparos consecutivos de Larsson y Motta a la madera y otro de Van Bommel que rechazó Moretto. Con el tiempo, sin embargo, quedaron expuestos al contragolpe del Benfica, que se presentó tres veces ante Valdés. Ocurrió, para suerte azulgrana, que Miccoli, Geovanni y Simão no pudieron con el guardameta y el árbitro pasó por alto unas manos de Motta que parecieron penalti.
El Barça había tirado la toalla después de una hora de juego espectacular y que no obtuvo mayor recompensa que el aplauso del aficionado al fútbol. La Copa de Europa, sin embargo, no entiende de romanticismo, sino de efectividad. El Barça, que promedia dos goles por partido, se quedó sorprendentemente seco en la cita en la que creó más oportunidades en mucho tiempo. Una suerte para el Benfica, que se ha encontrado con un encuentro de vuelta que no pensó en jugar tal y como fue el de ida.
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