El Atlético no llega
Los rojiblancos caen eliminados pese a igualar los dos goles del Zaragoza
Atlético, que tuvo a bien tirar de garra para dar la vuelta a un marcador adverso pero que se despidió exhausto de la Copa. Fue una noche que exigió demasiada tensión y excesiva templanza, que demandó orden con pinceladas anárquicas, una noche en la que ambos técnicos serigrafiaron con sus jugadores sobre el césped las necesidades del resultado de la ida. Valiente y ofensiva fue la táctica del Atlético; sobria y defensiva, la del Zaragoza.
Tan vehemente como arriesgado, Pepe Murcia, acuciado por el marcador previo, obvió al mediocentro recuperador, Zahínos, y alineó a cinco hombres por delante de la pelota. Utilizó un 4-1-3-2. Víctor Muñoz, sin embargo, recurrió a la táctica de los tres mediocentros, como ya hiciera la temporada pasada en la Copa de la UEFA y en los partidos ante los grandes, los teóricamente superiores. Del 4-4-2 varió al 4-5-1. O, lo que es lo mismo, obvió al delantero estrella, Diego Milito, para poblar el centro del campo. Asemejó ser una elección extremadamente defensiva, pero resultó ser tan inteligente como provechosa para sus intereses. Cani, Óscar y Ewerthon tuvieron la culpa. Los interiores sobre la hierba y mejores amigos fuera del campo se entendieron a las mil maravillas. Al igual que se intercambiaron las posiciones durante todo el rato, movilidad siempre molesta para los laterales, se repartieron el pastel de los goles. Primero fue Óscar quien cedió a Cani el cuero para que, tras un intento frustrado, batiera a Falcón. Luego, tras una excepcional y majestuosa jugada individual de Cani que dejó sentado a Pablo, su marcador, en el pico del área chica, fue Óscar quien aprovechó la asistencia de su compinche.
Los goles maños llegaron, entre otras cosas, porque el sistema de Pepe Murcia exigió cierta temeridad a su defensa. No sólo debía empezar las jugadas y saber conectar con la segunda [LUCCIN]o tercera línea [Petrov, Ibagaza y Galletti], sino que debía atar en corto al explosivo y relampagueante Ewerthon. El brasileño no es un prodigio con el balón en los pies, pero pocos son los que le ganan una carrera. A lo sumo, el colombiano Perea, que salió para sustituir al lesionado y hospitalizado García Calvo —perdió el sentido—. Y fue la velocidad de Ewerthon la que desquició a la zaga rival. Al principio, los centrales atléticos trataban de abrazarle, de no dejarle recibir y anticipársele. El peligro, con tantos metros por delante para el brasileño, provenía cuando uno de los centrocampistas leía con anterioridad el movimiento de Ewerthon a las espaldas de la defensa. Anotado el primer tanto, en el que participó activamente, Pablo y García Calvo optaron por marcarle desde atrás. Minutos que aprovechó el Zaragoza porque la conexión entre las líneas colchoneras fue inexistente y porque aprovechó los huecos. Luccin quedó absolutamente desbordado y llegó el segundo tanto aragonés. Ewerthon, entonces, se relajó. Debió pensar que el trabajo estaba hecho y que Diego Milito le supliría con garantías. Se equivocó.
El Atlético, con Kezman y Galletti como ejecutores, se reveló a su supuesto destino. Con más ímpetu que criterio, con la estridencia propia que conlleva jugar a remolque del resultado, el cuadro rojiblanco dejó en evidencia el sistema defensivo aragonés. No en vano, ambos goles sentaron como un mazazo a la escuadra aragonesa, que acusó en exceso los nervios y la falta de temple. Pero cuanto más erró el equipo, más animó la grada blanquilla, que, insólitamente, se volcó con su equipo hasta el final. El Atlético empató el partido, perdió la Copa y ganó el crédito que jamás ha tenido en la Liga; el Zaragoza sorbió un trago más de esta competición para reforzar su moral de cara el próximo compromiso liguero. Contra el Atlético.
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