El Real Madrid claudica
El equipo blanco naufraga en Getafe (2-1) y se aleja a once puntos del líder
Huérfano ya del rayo milagroso que redime, eliminado de la única competición que regala la gloria en cinco partidos, el Real Madrid se ha abandonado a la indolencia habitual. Un equipo grande lo hace todo a lo grande, deben pensar sus jugadores, que a la hora de naufragar han optado por la opción Titanic. Así las cosas, apenas un par de pillerías le han bastado al Getafe para regalar a su público el trofeo más valioso para presumir a la mañana siguiente en el bar. El gol postrero de Solari sólo ha servido para maquillar el resultado y demostrar quién tiene ganas y quién no. El Madrid se arrastra.
Apenas veinte minutos duró el Madrid ordenado y con un sentido solidario y colectivo del juego. Eran minutos en los que Guti se hacía dueño y señor del esférico, el Madrid mordía fruto de la ansiedad, de la necesidad de reivindicarse tras el mazazo de Delle Alpi. Pero la impaciencia nunca es buena consejera y el estéril dominio blanco, al igual que en Turín, no hizo mella en la meta de Aragoneses. El guardameta cedido por el Atlético apenas tuvo que intervenir en tres ocasiones: un par de veces a tiros de Raúl y otro a disparo de Roberto Carlos. Nada excepcional.
El paso de los minutos invirtió los papeles. Los de Luxemburgo, contagiados por el excesivo nerviosismo de la línea defensiva, en especial de la pareja de centrales, hizo temible a un Getafe en el que, salvo las acciones de Vivar Dorado y Craioveanu -quien tuvo, retuvo-, todo parecían imprecisiones y despropósitos. Los blancos comenzaban a perder de vista el balón, aculándose irremisiblemente junto a Casillas, y pidiéndolo al pie en cada posible contra. Gravesen no daba abasto y a Guti se le cerraban todas las puertas. Colapso. Craioveanu avisó en un par de ocasiones a balón parado, con un envenenado saque de esquina que salvó bajo palos Roberto Carlos y un lanzamiento de falta made in Bernd Schuster. Pero Albiol no perdonó ante Casillas el enésimo regalo de un acelerado Iván Helguera. Comenzaba la tragedia.
El calvario se hizo patente nada más reanudarse el encuentro. Una galopada de Riki -ex madridista para más inri- acabó con el balón de nuevo en la red de Casillas. Sin apenas tiempo para dejar atrás la caraja del primer tiempo. El Madrid terminaba de descoserse, dando los habituales síntomas de desunión propia de este equipo en los momentos de crisis. Cada cual comenzó su particular carrusel de gestos para tratar de salvarse de la quema anunciada para fin de temporada. Una torre de Babel de excusas. Pura incomunicación. El efímero arranque de casta antes de la debacle final, evidenciaba la escasez de fuerzas y la ausencia total de la idea de juego. Y es que un equipo es algo más que un conjunto de talentos movidos por la diosa inspiración.
Para colmo de males, Luxemburgo no demostró los reflejos necesarios. Los cambios llegaron tarde -señaló a Raúl Bravo, sustituido por Palencia; e introdujo a Owen por Figo y a Solari por Zidane- y no tuvieron el efecto esperado. Tan sólo Solari, con un soberbio pero inútil golazo al borde del descuento, dio la talla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.