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Uruguay 1 - Dinamarca 2 | Grupo A

Tomasson se basta y sobra frente a Uruguay

El delantero danés se basta ante una selección con pasado y sin presente

Qué lejísimos han quedado aquellos tiempos en que Uruguay era un hueso para todos y el orgullo de un magnífico rincón suramericano de tres millones de habitantes en el que se decía que las moscas dejaban de volar cuando jugaba la "celeste". Puede que ahora también, después de doce años de ausencia en un Mundial, pero en aquellos parajes hace mucho que el fútbol sufrió una parálisis.

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Parecía que medían tres metros
Especial:: El Mundial de Corea y Japón
Texto:: La Dinamarca de Tomasson
Texto:: La 'celeste' Uruguay

Como si la tierra que alumbró a "Pepe" Schiaffino, Ghiggia, el Negro Varela, Abbadie o Francescoli, por citar sólo algunas semillas, se hubiese secado para siempre. Hoy apenas le alcanza para llegar a la cumbre mundialista en la repesca, frente a los ingenuos australianos, y por detrás de equipos como Ecuador y Paraguay. Su puesta en escena ante el más consistente equipo danés dejó en evidencia a la selección que hace 72 años ganara el primer gran campeonato. Un equipo, el de hoy día, de escasa destreza técnica y preocupantes carencias físicas.

A Dinamarca le sirvió la poderosísima llegada de Tomasson para sobrevolar sobre Uruguay. Sólo las propias rebajas danesas -un equipo alegre y ofensivo, pero escaso de nervio- retrasaron más de la cuenta el desenlace final. Porque la selección de Víctor Púa apenas dejó otro rastro que la lucha libre de Darío Silva y algún amago del indolente Recoba, un tanto "lagunero" como algunos le censuran en su país. El primero fue el mejor defensor a balón parado de su equipo, y la eterna promesa del Inter se dejó llevar, un poco por apatía y otro poco por una rodilla quebradiza. Uruguay no tuvo más cera.

Púa quiso de entrada que el "Chino", como apodan al interista por sus rasgos oculares, hiciera de enganche entre los tres centrocampistas y los dos "quebrantahuesos" del ataque, Darío y Abreu. El experimento abrió enormes fugas en las filas uruguayas. Recoba sólo se activa si recibe la pelota bien hamacada al pie. No es solidario en otras faenas, para nada. Como Dinamarca se perfiló con dos centrocampistas con el colmillo retorcido y dos extremos bien arrimados a las orillas, a los tres medios uruguayos les pudo la angustia. Si se inclinaban hacia las bandas, Tomasson, muy por encima de todos, quedaba descuidado; si hacían de embudo, Rommedahl y Gronkjaer, los rapidísimos interiores nórdicos, superaban una y otra vez a los débiles laterales uruguayos.

Por esta vía llegaron los dos tantos daneses, ambos tras dos errores de Varela. Primero, por esos misterios del fútbol, el interior de Nacional prefirió amarrar un saque de banda a favor que despejar la pelota cuando nadie le incomodaba. Del saque de banda junto a su banderín de córner, con los daneses apretando, llegó el "tiqui-taca" de Tomasson y Gronkjaer que cerró el primero contra la red. Cuando el partido languidecía con el mal menor del empate sujetado por una soberbia volea de Rodríguez apenas estrenado el segundo tramo, de nuevo Varela la pifió. Por falta de destreza regaló una posesión que Jorgensen, el extremo que relevó a Gronkjaer, templó sobre la prodigiosa cabeza de Tomasson.

Para entonces ya no estaba Recoba y hacía un mundo, con él incluido, que Uruguay no pestañeaba. Como si el choque le resultara pesadote, como apuntaban los calambres de

Rodríguez y Darío Silva. Cierto que con el músculo entero tampoco había expuesto juego alguno. Ni siquiera cuando Púa retocó todo el paisaje de cara al segundo tiempo. Desplazó a Recoba a la banda izquierda y emparejó en el eje a Guigou y García con Tofting y Gravesen, dos daneses con cicatrices de la Liga inglesa que a poco que avance Dinamarca en el torneo a buen seguro que se clavarán en la retina de más de un espectador. Su fútbol no es que sea un placer, pero su aspecto es inolvidable: la cabeza rasurada, la barriguita de aspecto cervecero estrangulando la camiseta y los brazos bien abiertos, con los codos al viento, a la hora de correr. Nadie diría que sobre el campo les viste Michael Laudrup, el elegante segundo de Morten Olsen.

Aun con todo, Tofting y Gravesen barrieron a los uruguayos con extrema facilidad, sin más incordios que los quebraderos de cabeza que siempre crea Darío Silva, que chocó con todo lo que se meneaba salvo en el área danés.

Esta es la penitencia de un país que vive el fútbol como pocos, cuya contribución a este juego ha sido imborrable, que tiene una historia fabulosa y envidiable en los museos y un presente más bien tenebroso. Con el casillero verde le espera una Francia más herida que nunca. Mal asunto para que las moscas dejen de volar de nuevo.

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