El Madrid no aguanta la marea
El cuadro de Del Bosque se vino abajo en la segunda parte ante el juego frontal y poderoso del Bayern
A la octava, tampoco. El Madrid volvió a perder en Múnich. Acarició la victoria, la tuvo en la mano durante 80 minutos, pero la tiró en los 10 últimos. El Bayern se agarró a su momento, ese arrebato mortal que le aparece de forma repentina, casi siempre cuando peor le pinta, y acabó levantando el partido, superando a César, un coloso ayer, y castigando al Madrid por su planteamiento cobardón. Se lo jugó Del Bosque todo por lo que pasará a la posteridad como la vía Geremi y lo acabó pagando.
Porque al técnico le dio un ataque Caparrós. O sea, de miedo. Así, reconstruyó su alineación en función de un mal recuerdo del curso pasado: las carreras de Lizarazu por la izquierda. Y por eso se cargó a un delantero, Morientes o Guti, y dio entrada a Geremi para frenarle. Como lo leen, a Geremi. Hombre, ya se sabe que el césped del Olímpico está rodeado por una pista de atletismo y, ahí sí, el camerunés es una tentación, pero en asuntos del balón... La apuesta de Del Bosque suponía una renuncia explícita a la pelota y un gesto inequívoco de equipo pequeño. Y, lo que son las cosas, arropado por la ilógica que, de vez en cuando cose el fútbol, fue Geremi y la lió.
No le había dado tiempo a Hitfield a salir de su perplejidad, allá por el minuto 11, cuando Geremi hizo saltar por los aires los moldes. Recibió la pelota en su costado, recortó hacia adentro para librarse de Lizarazu y soltó un zapatazo con la izquierda. Se tiró bien Kahn, pero el balón le dio un bote a un metro y se lo comió: 0-1 y Del Bosque relamiéndose el bigote.
Con el viento a favor del resultado, el Madrid insistió en la defensiva. Como el gol de Geremi no le bloqueó el cerebro, el conjunto blanco inclinó sus posesiones hacia la izquierda, la única banda por la que tenía algún atisbo de prosperidad. Por allí descolgó Roberto Carlos alguna cabalgada, por allí Solari volvió a reivindicarse como un jugador fresco y por allí Zidane, muy activo, buscó sentido a sus pases. El problema del Madrid fue que sus ataques, sus contras, se morían solos. Porque no había con qué rematar: Raúl, solo ante el peligro. Y porque Zidane no divisaba gente por delante a la que regalar sus pases.
Así que el Bayern se vio condenado a llevar la iniciativa. Y, en ese sentido, se mostró vulgar, sin argumentos. Posiblemente impactado por la argucia de Del Bosque, apresado Lizarazu por el expreso de Camerún, hubo muchos minutos en los que no supo qué hacer.
Lo intentó Hitfield cambiando de flanco a Paulo Sergio y dejando toda la izquierda para Lizarazu. Y algo de confusión sí logró generar en el Madrid. Porque en el plan de Del Bosque, de pronto, sobraba Salgado, que no sabía si irse o quedarse. Apenas tuvo repercusión porque los centrales madridistas, ayudados por Helguera, estuvieron siempre seguros. Sólo una vez cayeron en una trampa de Elber. Pero César respondió con una atlética estirada.
Tampoco causó destrozos el Bayern a balón parado, apartado en el que acostumbra a mostrar tal pericia que el gol se celebra por adelantado. Ahí sí se comportó el Madrid: atentos los centrales, poderosos en el combate aéreo, y muy autoritario César, que salió con decisión y criterio. Sin concesiones estéticas, rebajando al balón a la condición de elemento menor, renunciando al juego y supeditándolo todo a los asuntos defensivos, el Madrid parecía disfrutar. Menos Zidane, que quería otra cosa, pero no encontraba socios, y Raúl, que sufría, castigado a rebajar su rol y simplificar su trabajo en una pelea en solitario contra toda la zaga
alemana.
Hitfield hurgó en su banquillo en busca de soluciones. A 25 minutos del final se jugó la carta del escurridizo Salihamidzic y al tanque de Pizarro, el bombardero de Perú. Y fue así como le descubrió al Madrid su debilidad. Tuvo su célebre par de minutos de apisonadora, esa ráfaga explosiva que irrumpe repentinamente cuando parece que lo está pasando peor. Pero el Madrid también supo salir vivo de él: primero, por un favor del larguero a cabezazo de Elber tras la única licencia de Geremi a Lizarazu. Y, luego, en el gesto más grandioso del Madrid, gracias a César. Salihamidzic se metió como una bala y Pavón le derribó. Penalti: tiró Effenberg y César hizo una parada extraordinaria.
Pero el Bayern ya estaba crecido. Se agarró al temblor de piernas del Madrid en esos dos minutos. Salió de la parada de César como si nada y se volvió más alemán que nunca. Así que comenzó a atacar mecánicamente, a profundizar por los costados y a machacar el área con centros cada vez más incómodos para el Madrid. A César le dio para atajar otro remate de Elber, pero ya no pudo después, en plena avalancha germana, ante los disparos de Effenberg y Pizarro.
El Madrid se lo jugó todo a una apuesta menor, absolutamente defensiva, y acarició la victoria. Pero volvió a perder. Como siempre en Múnich, donde el Bayern parece que no hace nada, pero, irremisiblemente, te acaba matando.
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